Yoss: “Me honro de ser un demiurgo, un creador de mundos fantásticos”

La ciencia ficción es un espejo en el futuro; en devenires alternativos sirve para ver aspectos que de otro modo no conoceríamos.

Foto: Ernesto Granado.

Foto: Ernesto Granado.

Yoss es José Miguel Sánchez (La Habana, 1969). Y viceversa. Nunca José o Pepe o Migue. Yoss, desde los 11 años, cuando una profesora de Educación Física lo tomó como monitor en séptimo grado. Ella tenía el labio hendido, y por ahí se le escapaba el aire al hablar. Siempre que lo llamaba “José”, sonaba “Yoss”, y así empezaron a nombrarlo los colegas del aula. El mote se volvió seudónimo, con su ortografía actual, en 1988, cuando tuvo que enviar un texto al concurso literario de la revista Juventud Técnica. Hasta hoy, y parece que por siempre.

Yoss es conocido por su obra prolija, plurigenérica, dedicada en casi su totalidad a los géneros de ciencia ficción y fantasía heroica; por haber sido cantante de rock con el grupo habanero Tenaz, y por su indumentaria permanente que a muchos les resulta, cuando menos, estrafalaria: mezcla entre Indiana Jones, Rambo y el Bruce Dickinson de los tiempos más metaleros, con botas militares, brazaletes de cuero, cantimplora al cinto, pantalones de camuflaje, cinta para sostenerse los cabellos largos, chaquetas sin mangas con remaches y, últimamente, un sombrero alón.

Si quiere pasar inadvertido por las calles de La Habana, vaya junto a Yoss: nadie va a fijarse en usted.

Por lo demás, es un tipo dulce, cordial, cooperativo. Cuenta en su haber con numerosos reconocimientos literarios. Sus textos han sido traducidos al inglés, italiano, francés, alemán, holandés, ruso, búlgaro, japonés, polaco y chino. Es el autor, entre numerosas antologías, de Fabricantes de sueños 2010-2011, colección de relatos publicada en 2015 y auspiciada por la Asociación Española de Fantasía, Terror y Ciencia Ficción. En Cuba posee numerosos lectores; tantos, que no hay que extenderse en los porqué de esta entrevista.

Foto: Ernesto Granado.
Foto: Ernesto Granado.

¿Cuándo descubriste tu vocación literaria?

Leía mucho desde niño, sobre todo ciencia ficción (CF), pero sólo comencé a escribir en 1984, con 15 años. Y, aunque pueda parecer una fecha demasiado significativa, en especial para un autor de CF, George Orwell mediante, sucede que la recuerdo bien: fue a fines de junio, casi a punto de comenzar las vacaciones de verano y fin de curso.

Mi padre, que cada año recorría las librerías para comprarme cuanto libro de mi género favorito encontraba, volvió a casa, contrito, y me dijo que no había hallado ninguno que yo no hubiera leído ya.

Para mí, unas vacaciones sin nueva CF no podían ser. Así que me dije: “Pues, si tanto he leído, ¿qué tal será escribirlo?”, y probé. Todavía guardo aquel primer bodrio infame, y cada vez que me creo el gran escritor, lo releo.

La cuestión es que me picó doble el bichito: primero, ¡aquello no era tan fácil como creía! Y segundo, descubrí que, si fascinante era visitar los mundos concebidos por otros, aún más lo era crearlos.

Comencé a mostrarle mis textos a mi vecino Arnoldo Águila, escritor con un libro de cuentos de CF publicado, Serpiente emplumada. Él los leía y criticaba, paciente, y además me prestaba libros de CF no publicados en Cuba. ¡Todo un tesoro! Y cuando me creyó listo, me llevó al taller Oscar Hurtado, al que él mismo asistía, que entonces contaba con Daína Chaviano como asesora.

Allí acudían otros locos interesados en escribir lo mismo que yo, como Raúl Aguiar, Roberto Estrada, Bruno Henríquez y Nelson Román. De ahí, el mismo Raúl me llevó al Julio Verne, el taller gemelo del Hurtado, en Playa, y así me encontré escribiendo dos cuentos por semana, uno para leer en cada taller, y mejorando rápidamente. A fuerza de críticas y lecturas, cómo no.

¿Desde cuándo te piensas como escritor?

En el fandom a menudo el público se vuelve artista, pero yo no me sentí realmente escritor, pese a algunos premios en encuentros municipales y provinciales de talleres literarios; hasta que, en febrero de 1988, gané el premio de cuentos cortos de CF que convocaba la revista Juventud Técnica. Y sobre todo cuando, en julio de ese año, gané el David del género con un jurado compuesto, nada menos, por Agustín de Rojas, F. Mond y Alberto Serret.

Lo supe sin lugar a dudas: eso era lo que quería ser. Escritor, y de ciencia ficción. Dicen que uno escribe lo que más le gusta leer. En mi caso es cierto.

¿Por dónde viene la veta artística?

Mi madre, además de estomatóloga, fue una reconocida actriz de teatro… hasta que nací yo, y mi abuela le prohibió seguir en las tablas. Podría decirse que de ahí viene la veta artística, pero también le debo agradecer a mi padre el hábito obsesivo por la lectura. De hecho, aprendí a leer a los 4 años, mirando por encima de su hombro cómo disfrutaba de Chacal, la novela de Frederick Forsyth, ¡en absoluto una lectura para niños!, y preguntándole cómo se combinaban aquellas “hormiguitas negras” sobre la página blanca.

Él no es fanático de la CF, como yo; prefiere el espionaje y el policíaco, pero siempre se lee lo que hago, aunque a menudo, confiesa, no le gusta demasiado, o no lo entiende todo. También le daba a su secretaria mis manuscritos primerizos para que los pasara a máquina, cuando yo aún no sabía mecanografía: siempre voy a estar en deuda con él, por la fe que tuvo en mi vocación.

Foto: Ernesto Granado.
Foto: Ernesto Granado.

Te licenciaste en Biología por la Universidad de La Habana en 1991. ¿Por qué escogiste esa carrera? ¿La has ejercido alguna vez?

Elegí Biología porque quería escribir CF, y me gustaban más las historias de ecologías extrañas y faunas exóticas que ninguna otra. También pensaba que a escribir podría aprender solo, pero que una formación científica me vendría muy bien. Muchos escritores del género son matemáticos, físicos… En la desaparecida URSS, por ejemplo, se consideraba esta clase de narrativa “el violín de Ingres” por excelencia de los científicos.

Además, quería una fuente más o menos convencional de ingresos, por si no lograba ganarme la vida como escritor. Algo que, por suerte, he logrado. O más o menos.

Me gradué con buenas notas, hice el servicio social en la Acuicultura, en Las Tunas, pero desde que lo terminé, en 1993, no he vuelto a ejercer como biólogo. Ya en esa época estaba ganando premios y vendiendo relatos al extranjero; o sea, viviendo del cuento. Y así, hasta el sol de hoy, con sus altas y sus bajas. Bueno, más bajas que altas, la verdad.

Fuera de la literatura, ¿qué ocupaciones laborales has tenido?

Además de escribir, sólo he tenido un par de empleos ocasionales: en 1993, haciendo guiones para Radio Cadena Habana; de 1994 a 1995, como promotor cultural en la Cujae, y en el 96, seis meses, como ayudante de un entrenador de perros. Porque, como dicen los españoles, más muerde el hambre.

¿Te sientes un demiurgo con el ejercicio de la ficción? ¿Para qué crear otros mundos, si existe este que aún no ha sido del todo develado?

Me honro de ser un demiurgo, un creador de mundos fantásticos, material imprescindible para resistir la realidad. Dicen que lo escritores los imaginamos, que los locos viven en ellos y los psiquiatras cobran el alquiler. Pero no pierdo de vista que, al igual que toda narrativa, la CF también consiste en contar historias, no solo en el worldbuilding.

Sostengo que crear mundos nuevos no es, en modo alguno, un ejercicio de masturbación mental: por el contrario, ayuda a comprender mejor este. La CF es un espejo que colocamos en el futuro o en devenires alternativos, y nos sirve para ver aspectos de esta realidad que, de otro modo, nunca conoceríamos porque estamos demasiado inmersos en el día a día. Cuestión de perspectiva diferente, más abarcadora.

Foto: Ernesto Granado.
Foto: Ernesto Granado.

En tu hoja de vida te catalogas, entre otras cosas, como narrador de realismo, ciencia ficción y fantasía heroica. ¿No son esas clasificaciones demasiado rígidas? ¿No se contaminan unas a otras? ¿Qué es la “fantasía heroica”?

Las clasificaciones las crean los críticos y los editores. A los autores nos queda ceñirnos a ellas hasta que las rompemos. Me siento un narrador de historias, solo que las que cuento a menudo no se desarrollan en el mundo de hoy que todos conocen, sino en futuros posibles, o temibles, o en universos paralelos. Además de crear una trama, tengo, por eso, que suministrar información al lector, sin abrumarlo. La fantasía heroica, por cierto, son las historias de brujos y guerreros, de dragones y dioses. Desde Conan hasta Juego de Tronos, pasando por El señor de los anillos. Solo una categoría más del amplio abanico de la literatura fantástica, en la que, en vez de ciencia, como en la CF, funciona generalmente la magia.

Me vienen a la mente tres escritores de diferentes épocas: Oscar Hurtado, Miguel Collazo y Daína Chaviano. ¿Son ellos los antecedentes cubanos más ilustres de Yoss?

Es bueno que lo entreviste a uno alguien que tiene, al menos, nociones de la historia del fantástico en Cuba. No conocí personalmente a Hurtado ni a Collazo, pero sí a Daína. Además de esos tres, podría citar a Ángel Arango, otro de los pioneros de los 60, con quien conversé un par de veces; a Gregorio Ortega, por su tremenda novela Kappa15; al humorista F. Mond, de quien sigo siendo amigo, y a Agustín de Rojas, biólogo como yo, y que me honré en llamar maestro hasta su muerte. Creo que eso cubre bien el apartado “antecesores ilustres”.

¿Puedes ofrecernos tu top ten de la ciencia ficción cubana? ¿Qué lugar ocupa ésta en la de la lengua?

Junto a la mexicana y la argentina, la CF cubana se considera la más poderosa y compleja de Latinoamérica; aunque el hispanocentrismo académico siga creyendo que aquí todos somos narradores del Boom o el PostBoom, los autores latinos no tenemos mucho que envidiarles a los ibéricos, ni en imaginación ni en estilo.

Estos son los diez mejores libros del género en la isla, para mí. No por orden de calidad: Una leyenda del futuro, de Agustín de Rojas; Un hada en el umbral de la Tierra, de Daína Chaviano; Kappa15, de Gregorio Ortega; El viaje, de Miguel Collazo; ¿Dónde está mi Habana?, de F. Mond; Espacio abierto, de Chely Lima y Alberto Serret; Veredas, de Michel Encinosa; Habana Underguater, de Erick Mota; Salomé, de Elaine Vilar y La ira de los sobrevivientes, de Malena Salazar Maciá. Esta lista, como todas, es subjetiva y perfectamente discutible.

Tienes 54 años y, según los datos que me aportas, 42 libros publicados. Timshel, volumen de narraciones de ciencia ficción, apareció en 1989; es decir, cuando tenías 20 años. Hasta la fecha, promedias 1.23 libros por año. ¿No es demasiado?

Vaya. ¿Se pueden escribir o publicar demasiados libros, acaso? Díganselo a Julio Verne, a Isaac Asimov o a Stephen King.

Disfruto más escribiendo que habiendo escrito, y creo que todavía tengo muchas historias por contar. En lugar de pasarme diez años buscando la obra maestra que revolucione las letras hispanas, prefiero escribir cada año dos o tres libros que resulten amenos. Entretener no es tan fácil.

En esos 42 libros, por cierto, no incluyes las más de decena y media de antologías de diversos temas que he compilado, prologado y comentado. Que también cuentan, digo yo.

¿Cómo organizas tu trabajo, cuántas horas le dedicas al día? ¿Llevas más de un proyecto a la vez?

Escribo todos los días, entre cuatro y siete horas, según lo inmerso que esté en cada proyecto en concreto. Por lo general, uno tras otro… aunque más de una vez he interrumpido alguno que me resultaba monótono para pasar a otro más fascinante, con el riesgo de dejar a medias el original, que me ha pasado unas cuantas veces, cómo no.

¿Puedes describir tu ritual creativo?

No tengo rituales creativos. No bebo alcohol, té ni café; no pongo música; no tengo una hora del día favorita para trabajar: simplemente me siento, empiezo a revisar lo que escribí el día anterior, y a las pocas líneas ya estoy inmerso en mi propia trama. Luego, sólo sigo escribiendo material nuevo, hasta que me canso de estar sentado, algunas horas después, o debo hacer algo más.

Ah, espérate. A veces, cuando estoy enfrascado en alguna escena de acción particularmente dura, interrumpo el tecleo para colgarme de la barra que tengo fija en el dintel de la puerta de mi cuarto, saltar, dar dos o tres golpes de karate, hacer planchas. Cosas así me ayudan a mantenerme en situación, creo: una pequeña manía o excentricidad.

¿Cómo es, desde el punto de vista económico, la vida de un escritor en Cuba?

Bastante inestable y aventurada. He logrado no morirme de hambre con un mínimo de dignidad. Sobre todo en esta crisis económica postpandemia. Me gusta comparar la vida de un escritor independiente en Cuba con Tarzán moviéndose por la jungla: salta de liana en liana, el león y el leopardo tratan de atraparlo, pero no lo consiguen, porque él es el auténtico Rey de la Selva. Pues yo salto de un premio a un viaje, de una conferencia a un pago por derecho de autor, de una lectura a una peña, y a veces sí me alcanzan el leopardo y el león. O sea, me las veo negras. No tengo un centavo guardado en el banco. Como te dije, no bebo alcohol, ni fumo ni gasto mucho en ropa, cabarets u otros lujos, porque mi principal placer en la vida es la literatura en sí misma, escribir y publicar, leer las opiniones de otros sobre lo que publico. Ah, y saber que inspiro a algunos, ¿para qué negarlo? Si hubiera querido ser rico me habría dedicado a componer reguetón. O a cantarlo.

Foto: Ernesto Granado.
Foto: Ernesto Granado.

Por nueve años fuiste vocalista del grupo de heavy metal cubano Tenaz. ¿Cómo resultó esa experiencia?

Bueno, con mi aspecto, creo que es obvio que tenía que ser rock. Soñaba cantar, y sin ser ni lejanamente un Freddy Mercury creo que lo hice con bastante dignidad. Tenaz fue una época mágica de mi vida.

¿Por qué heavy metal y no otra modalidad del rock?

El heavy metal era un viejo sueño; lo que hacen grupos como Manowar, Helloween y Rhapsody of Fire, que cantan historias de guerreros y dragones, de orgullo y épica, ¿cómo resistirse a tal tentación?

¿Qué lugar ocupa el rock en tu vida?

Creo que siempre seré rockero, oiré a Iron Maiden y Aerosmith, a Hammerfall y Sabaton. Fui al Patio de María, voy al Maxim Rock y al Submarino Amarillo. No imagino mi vida sin esa banda sonora de guitarras distorsionadas y batería vertiginosa.

¿Grupos cubanos de tu preferencia?

Gens, de los 80, un clásico; Saloma e Histéresis. Eso, por solo citar tres. Pero hay muchos más.

Desde hace años tu indumentaria es bastante peculiar; se asocia, entre otros, al mundo del rock. Si aceptamos como cierto que el vestuario es una expresión de la personalidad, ¿qué expresa Yoss a través de su modo de vestirse?

Resulta que el hábito sí hace al monje, si el monje lo elige. Debo aclarar que no soy un escritor disfrazado de rockero para llamar la atención. Soy un rockero que escribe fantasía y CF. Mi aspecto lo elijo conscientemente; es mi manera de rendir homenaje a mis héroes, tanto los musicales del rock, como personajes al estilo de Sandokán, el Corsario Negro y, claro, Conan el Cimerio.

Una vez escuché que alguien te mencionó como el Conan cubano, ¿Qué opinión te merece ese juicio?

¿Conan cubano, yo? Si acaso, versión de bolsillo. Apenas mido 1.70 metros, aunque reconozco que voy con regularidad al gimnasio y tengo un físico que pocos asocian con la sedentaria ocupación de escribir. Definitivamente, no soy un autor convencional ni en eso.

Hasta el momento han aparecido dos volúmenes de tu trilogía La Ciudad de Sal: El mercenario y el desierto y La ciudad y el torneo. Sucintamente, relátanos el plan general de la trilogía y cuéntanos en qué estado se encuentra la creación del tercer volumen.

El tercer volumen, El guerrero y el mago, está terminado desde hace un par de años, y espero que aparezca para 2025. En forma digital, probablemente. La saga cuenta cómo Yxo de Aigar, un curtido y cínico mercenario de mediana edad, acude al torneo de habilidades marciales que organiza cada quinquenio el poderoso Mago Blanco, señor de la Ciudad de Sal desde hace siglos, y cómo cambia su plan original de integrarse a la guardia del hechicero. Porque conocer a un pequeño mago negro, Atry, al que enseña cómo pelear a cambio de aprender magia, y luego verlo morir, lo convierten en la peor amenaza para la tiranía del amo de la urbe, al que finalmente enfrenta en la arena, y en la magia también. Y no digo más porque sería spoiler, pero para los que ya leyeron los volúmenes I y II, les advierto: sí, Atry vuelve a aparecer. A ciertos personajes no se les puede matar, sencillamente.

¿Es cierto que en una ocasión tuviste un match de juegos de rol con Eliseo Diego?  

Eliseo tenía unas maravillosas colecciones de soldaditos de plomo de las guerras napoleónicas, que él y otros amigos usaban para armar auténticas batallas sobre tableros, según las reglas de Litttle Wars, creadas por H. G, Wells, tirando dados y con marcadores para determinar el máximo movimiento a infantes y jinetes. Los ejércitos quedaron en casa de René Allouis, y varias veces coincidí allí con Eliseo, cuando acudía a jugar.

Era apasionado como un niño, y un pésimo perdedor, que maldecía a todos los dioses cuando sus tropas eran batida; algo que yo encontraba muy divertido, quizá porque ya sabía quién era aquel viejito iracundo y dulce a la vez: uno de los grandes poetas de la isla. Pero humano, al fin.

¿Cómo es tu relación con la crítica? ¿Sientes que han acompañado convenientemente tu trabajo?

Soy de los que creen que cualquier crítica, incluso la más demoledora, es mejor que el silencio. Por desgracia, dentro del anémico panorama de la crítica cubana de hoy, casi no se publican reseñas sobre obras fantásticas. Y cuando aparecen, suelen ser como todas las demás, o cautamente elogiosas —¡no vaya a ser que el autor replique criticando al crítico!— o tendenciosamente venenosas y llenas de animadversión personal o hacia el género. En verdad, esa situación no es sostenible, y espero que cambie. Trabajamos para que así sea.

¿Has cometido poemas alguna vez?

Literalmente, cometido algún que otro poema, que he recitado a una muchacha en el muro del malecón, y luego olvidado. Sólo recientemente varios amigos me han convencido de que reúna mis mejores versos en un libro. Dicen que algunos son hasta buenos. Será uno de los proyectos de este año, y veremos qué tal le va. Aunque no le tengo mucha fe. Incluso mis poemas son muy narrativos, en mi humilde opinión.

Foto: Ernesto Granado.
Foto: Ernesto Granado.

¿Consideras que tus colegas escritores que no trabajan la Ciencia Ficción ni la Fantasía menosprecian estos géneros?

Por lo general es así. Y creo que es una actitud tonta, como la de la zorra de la fábula de las uvas; con tal de no reconocer que les falta formación científica para entender la CF, que es uno de los escasos espacios donde confluyen las culturas tecnológica y humanista, gritan que están verdes y se apresuran a negarle todo mérito literario.

En ningún concurso de narrativa general gana un libro de CF, ni ningún Premio Nacional de Literatura la ha cultivado. Pero, ¿qué se puede esperar? Algunos aún refunfuñan por los galardones de Chavarría y Padura, ¡si escriben esa bazofia policíaca! Y tampoco ha habido ningún Nobel autor de CF, porque hasta a Haruki Murakami se lo siguen negando, y dicen que, en parte, por sus coqueteos con el género.

Entretanto, los autores del fantástico seguimos tratando de entender ese futuro que ya está aquí, con teléfonos celulares con más capacidad de procesamiento de datos que las computadoras de hace una década, e inteligencias artificiales generando contenido y gráficos. No importa que los conservadores quieran negar el progreso; la historia siempre acaba superándolos, inevitablemente.

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