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El 3 de mayo proyectamos en la Casa Vitier García Marruz El festín de Babette (1987), un filme del actor, guionista, productor y director de cine danés Gabriel Alex (1918-2014). Poco antes de presentarla nos enteramos de que, por feliz coincidencia, esta era la película favorita del papa Francisco, recientemente fallecido.
Sin embargo, lo que nos motivó a presentar esa obra fue solo su encanto, su intensidad, y su misterio, así como la calidez que una y otra vez ha podido despertar en nosotros. Esto es, de hecho, lo que nos motiva casi siempre, y en la medida en que nos atenemos a ese criterio, creo poder decir que funcionamos como un organismo poético que intenta hacer de veras lo que proclama como su principal misión. Porque en la medida en que reverenciamos el misterio del gusto (que es siempre un grado del amor), nuestras ofrendas tienen alguna oportunidad de resonar en ese público que ha empezado a confiar en ellas.
Cuando Ernest Hemingway recibió el premio Nobel de Literatura en 1954, dijo que le habría hecho más feliz que este hubiese recaído sobre Isak Dinesen. La nobleza de ese elogio por parte Hemingway nos sirve ahora para evocar a la insigne narradora danesa Karen Blixen, más conocida por su nombre literario, Isak Dinesen. La autora, muy alejada en lo formal del estilo de Hemingway, es una heredera universal del más alto linaje de los narradores de cuentos, de todo tiempo y lugar. Su arte incomparable es lo que late, como una joya viva, por debajo de la película El festín de Babette, la cual, sin duda, es un triunfo combinado del cine y de la literatura.
La película, ganadora en su día de un premio especial en Cannes, es una adaptación cinematográfica de un cuento homónimo de Karen Blixen que figura en Anécdotas del destino, la última colección de relatos publicada por su autora. Desde el punto de vista de un traductor literario, el título de esa colección resulta promisorio, pues no hay, en principio, texto que se traduzca mejor que aquel que está centrado en una anécdota. Esta es siempre un elemento extraverbal, no anclado fatalmente al idioma de partida.
Blixen solía responsabilizarse por las versiones inglesas de sus cuentos, pues era perfectamente bilingüe, aunque casi siempre escribía primero en danés. Quede como testimonio de nuestro entusiasmo por el relato y la película, que cotejamos el texto narrativo con el subtitulaje en inglés y en danés, y produjimos en español nuestros propios subtítulos de cara a la presentación del filme en la Casa Vitier García Marruz.
Entre las obras maestras del séptimo arte, están, en primer lugar, aquellas que exigen de nosotros un esfuerzo de atención para llegar a entrar en su sintonía. En segundo lugar, está el puñado de películas que vienen a buscarnos y nos hablan directamente, como si dijéramos, en nuestra propia zona de confort. Y en tercer lugar, están las que se ubican en un plano intermedio y desde allí nos atraen y llegan a seducirnos con inesperada familiaridad. Por supuesto, en qué categoría se sitúa cada película es algo que varía de un espectador a otro. Para nosotros, El festín de Bebette cae en el tercer conjunto.
La presentación escueta y magistral de cada elemento dentro del filme logra el milagro que supone esta familiaridad de la que hablamos. La doble hebra dorada de las hermanas Martine y Philippa, la querida y vigilante sombra del padre, la costa desolada de Jutlandia, la lanzadera de un barco que trae y se lleva destinos e ilusiones, como el joven oficial Lorens Löwenhielm, que parte y regresa convertido en General; o el tenor parisino Achille Papin, que parte y regresa convertido en una carta; y por supuesto, Babette, quien, recuerda ella misma a la nave del mercader, como la mujer justa de los Proverbios.
Una de las claves de la película es que no hay énfasis sobrantes en la narración, y por eso sus parlamentos confortan y conmueven, como los propios sabores y colores del festín final.
No tengo ningún reparo en evocar la escena final de la película, pues la experiencia que nos ha aportado pertenece al orden de la poesía. Y la poesía es invulnerable a los spoilers. Sabio es lo que tiene sabor, decía Lezama. No sabemos aquilatar todo lo que nos ha dado la película, pero nos quedamos profundamente agradecidos; las estrellas, luego del festín, parecen en efecto más cercanas. Tomados de la mano por los ancianos comensales, no quisiéramos repetir otra cosa que: “¡Aleluya!”.