Si existiera un Premio Don Quijote por Sueños Imposibles en Periodismo, el ganador de este año sería John Lansing, quien tiene como objetivo arreglar las transmisiones de EE.UU. a Cuba.
Lansing dirige la agencia estadounidense que supervisa Radio y Televisión Martí. Tuvo la mala suerte de enterarse en octubre pasado que Televisión Martí había producido un documental sobre el filántropo George Soros que, en opinión de Lansing, era “descaradamente antisemita” y “totalmente inconsistente” con los estándares y la ética que deben regir toda la programación del gobierno de EE.UU.
El programa fue una atrocidad tal que ningún cubano-americano del Congreso lo defendió. El director de Radio y Televisión Martí, Tomás Regalado, dijo que era “impreciso” y que carecía de “equilibrio” –una postura extraña que mantuvo por poco tiempo, mientras el Senador Jeff Flake le recordó en Twitter que “no existe ‘equilibrio’ que justifique el antisemitismo”.
Regalado despidió a varios empleados que se consideró relacionados con el programa de Soros, incluyendo algunos cuya conexión parecía periférica. Lansing, admirablemente, ordenó una revisión completa de la programación de Radio y Televisión Martí.
La revisión, llevada a cabo por cinco expertos independientes, concluyó que “las normas de objetividad bien establecidas en el periodismo se ignoran de manera sistemática a favor de tácticas de comunicación abiertamente propagandísticas”.
Más demoledor aún fue la aseveración de esos expertos de que las transmisiones de Estados Unidos a Cuba constituyen un fracaso, incluso si se les evalúa únicamente como un ejercicio propagandístico. La calidad de la producción es “mediocre”, el estilo recuerda el de la radio miamense de 1960, el contenido aburre, se esfuerza muy poco para generar empatía en la audiencia en Cuba, especialmente en la generación más joven.
Lansing le dijo a The Washington Post que la revisión expuso “la carencia total de las normas básicas del periodismo en todos los ámbitos” y hace un llamado a reconstruir Radio y Televisión Martí “desde cero”.
Para lograrlo, tendrá que luchar contra una cultura institucional que ha echado raíces durante 34 años y que tiene poco que ver con el verdadero periodismo.
Hace 25 años, una evaluación realizada por los predecesores de Lansing encontró que las emisoras se caracterizaban por “decisiones periodísticas politizadas y una proporción excesiva y en aumento de cobertura dedicada a la comunidad cubanoamericana”. En 2003, otra evaluación interna provocó la renuncia del entonces director de las emisoras al determinar que estas “carecían de control de calidad al aire” y tenían una serie de problemas de gestión que implicaban corrupción. En 2009, el disidente cubano Vladimiro Roca le dijo a la BBC que “más del 80% de la programación de la emisora tiene que ver con la agenda local de Miami”.
Este es el órgano de noticias que en el 2000 se quedó tan paralizado ante la reunión de Elián González con su padre que esperó cuatro horas para cubrir la noticia, dos horas después de que los medios estatales cubanos la divulgaran. En 2002, esperó un día entero para transmitir el discurso pronunciado en La Habana por el expresidente de Estados Unidos, Jimmy Carter, quien habló de derechos humanos y elogió el Proyecto Varela, promovido por el disidente Oswaldo Payá.
Los temas de Cuba en el Congreso se cubren rutinariamente citando únicamente a los representantes del Condado de Miami-Dade. Cuando John Bolton habló en Miami en noviembre pasado, la cobertura solo incluyó entrevistas de personas que estuvieron en sintonía con sus planteamientos. En diciembre pasado, la historia de una compañía estadounidense que administraba un hotel en Cuba solo dio cobertura a críticas a la empresa, sin que haya indicios de que ésta haya tenido la oportunidad de comentar. En enero pasado cuando los senadores Rubio y Menéndez propusieron restaurar el programa de visas automáticas para personal médico cubano en misiones extranjeras, la cobertura incluyó exclusivamente sus puntos de vista, ninguno en oposición.
Hay un sinfín de ejemplos. Estos no ilustran que no haya equilibrio en Radio y Televisión Martí, sino que esas emisoras tienen su propia concepción de “equilibrio”.
Comúnmente, el buen periodismo se concibe como la presentación objetiva de hechos que definen los sucesos, y si se trata de incluir opiniones, se representa la gama completa de los diferentes puntos de vista.
Radio y Televisión Martí tienen una idea diferente: servir de contrapeso a los medios estatales cubanos y, en sentido literal, dar la dosis completa de un punto de vista que creen es el opuesto de Granma.
Y no importa que esto implique descartar los puntos de vista de muchos cubano-americanos, y también ignorar el mandato que les viene dado de “representar a Estados Unidos, no a un solo segmento de la sociedad estadounidense”. Este estilo de periodismo, practicado en nombre del esfuerzo para cambiar a Cuba, no es el periodismo de una democracia.
John Lansing merece apoyo. Si él tiene la mínima posibilidad de mejorar esas estaciones, debe revertir la desastrosa decisión –tomada bajo presión política en 1996– de ubicar a Radio y Televisión Martí en Miami. Ambas deben estar en Washington, junto a La Voz de América, con un equipo compuesto por periodistas profesionales que operen sin influencia política. Dos décadas de experiencia demuestran que esto es imposible en Miami.
Sin embargo, el Congreso debería considerar un enfoque más amplio y preguntarse si, de hecho, Radio y Televisión Martí son necesarias. Son entidades que provienen de etapas tempranas de la Guerra Fría, un mundo donde las radioemisoras operadas por gobiernos era la única manera de llegar a los pueblos de los países comunistas.
Ese mundo dejó de existir hace rato. Los cubanos de hoy escuchan la radio y ven televisión de todas partes del mundo, viajan fuera de Cuba, conviven con familiares y visitantes extranjeros, tienen El Paquete semanal, acceso a Internet y son campeones entusiastas en el uso de Facebook, Twitter, WhatsApp e Imo.
Además, ahora ven nacer nuevos medios de factura nacional basados en la web como 14yMedio, Periodismo de Barrio y muchos otros, que son diversos, interesantes y modernos, y tratan a su audiencia como ciudadanos inteligentes en lugar de como sujetos necesitados de instrucción. Su inmediatez, estilo y dedicación a la noticia local brindan una nueva competencia a los “medios fundamentales” del Estado y, posiblemente, los obligan a mejorar.
No hay nada más difícil de “matar” que un programa gubernamental de Estados Unidos, pero vale la pena considerar: el servicio en español de La Voz de América podría crear una maravillosa “Hora de Cuba”. Los contribuyentes estadounidenses podrían ahorrar un poco de dinero. El Sr. Lansing podría concentrarse en temas más importantes. Y Martí podría descansar en paz, sin que se abuse de su nombre.