El presidente Trump nos sorprende cada día, pero nunca tanto como cuando se distancia sin novedad del gobierno que él mismo preside.
En 2017, su Secretario de Estado estaba negociando para contener la amenaza nuclear de Corea del Norte cuando Trump tuiteó que debía “dejar de perder su tiempo” y volver a casa desde Asia.
Este año el Departamento del Tesoro anunció sanciones contra Corea del Norte cuando el presidente Trump las canceló un día después con un tuit. “Al presidente Trump le gusta el presidente Kim, y no cree que estas sanciones sean necesarias”, explicó su Secretaria de Prensa.
Tal es su afecto por Kim, que declaró que la amenaza nuclear terminó después de la cumbre de Singapur del año pasado, incluso cuando sus asesores estaban admitiendo que ambas partes ni siquiera estaban de acuerdo con el significado de la palabra “desnuclearización”.
La semana pasada las contradicciones tuvieron que ver con Venezuela.
El consejero de seguridad nacional John Bolton y el secretario de Estado Pompeo han pintado la presencia de Rusia como una razón para que Estados Unidos invoque la Doctrina Monroe e insista en que el presidente Nicolás Maduro se vaya.
El viernes por la mañana, mientras sus asesores planeaban una acción militar contra Venezuela en el Pentágono, el Presidente Trump cogió el teléfono para llamar a Vladimir Putin. Después de una cordial conversación de 90 minutos, ridiculizó las declaraciones de sus propios funcionarios, afirmando que Putin “no está buscando en absoluto involucrarse en Venezuela, sino que solo le gustaría que sucediera algo positivo para Venezuela”.
El presidente también contradijo a Pompeo, quien le dijo al mundo que durante los turbios sucesos del 30 de abril, Maduro estaba listo para huir a La Habana, pero siguió el consejo de Rusia de quedarse. Trump dijo que eran meros “rumores”.
Con sus comunicaciones caóticas, el presidente Trump recuerda que solo él está a cargo, y tal vez esa sea su intención.
Pero también indica que quienes hablan por él pueden ser contradichos en cualquier momento, y pueden no representar su pensamiento o las posiciones del gobierno de Estados Unidos. Esta es la imagen de un ejecutivo fuerte a cargo de un gobierno que él mismo hace incoherente.
Estas características del gobierno de Trump pueden entrar en juego a medida que la diplomacia relacionada con Venezuela entra en una nueva fase.
Es posible que nunca sepamos por completo lo que sucedió en Caracas el 30 de abril. Parece que hubo conversaciones entre algunos funcionarios de Maduro y figuras de la oposición, orientadas hacia una acción constitucional que eliminaría a Maduro y avanzaría hacia nuevas elecciones. Se desconoce hasta que punto los funcionarios de Maduro negociaron sinceramente o si fingieron descontento para recoger información sobre la oposición y sus aliados extranjeros.
Lo que sí sabemos es que los aliados de Estados Unidos están reaccionando de manera independiente y pidiendo más diplomacia para presionar a la administración Trump a un cambio de enfoque.
Difícilmente se les puede culpar. A los aliados europeos los quemó la administración Trump hace un año cuando abandonó el acuerdo nuclear de Irán, y Trump los rechazó nuevamente utilizando la Ley Helms-Burton para atacar a sus empresas que operan en Cuba. Ni ellos ni el Grupo de Lima están de acuerdo con los esfuerzos de Washington por librar una guerra económica contra Venezuela y Cuba a fin de forzar el cambio político en ambos países, y se oponen a la intervención militar con la que amenazan los asesores de Trump.
Tampoco les puede impresionar la actuación de Washington el 30 de abril, cuando en una conferencia de prensa, en Twitter y en un mensaje de video, John Bolton citó por su nombre a tres funcionarios de Maduro que, según él, aceptaron desertar y no lo hicieron. Es difícil imaginar una mejor manera de desalentar a estos y futuros desertores.
El Grupo de Lima anunció su deseo de que Cuba “participe en la búsqueda de una solución a la crisis en Venezuela”, y en su nombre, el primer ministro de Canadá llamó al presidente cubano para transmitir ese mensaje y reiterar la acción conjunta de Canadá con Europa para defenderse de la ley Helms-Burton. Federica Mogherini, la encargada de relaciones exteriores de la UE transmitió el mismo mensaje al canciller cubano Bruno Rodríguez. En medio de todo este movimiento, el secretario de Estado Pompeo dice ahora que los diplomáticos de Estados Unidos están en contacto con Cuba sobre Venezuela.
Cuba le ha dado la bienvenida a propuestas diplomáticas, pero está por verse si va a desempeñar un papel distinto al de acérrimo defensor ideológico del chavismo. Es difícil imaginar que Cuba acepte pronto una solución que satisfaga la insistencia del Grupo de Lima en elecciones que podrían remplazar a Maduro. Le tomará tiempo a La Habana admitir lo que ya sabe: que Maduro es el principal arquitecto del desastre de Venezuela. No hay que decir que las sanciones y amenazas crean, precisamente, los incentivos equivocados.
El papel del presidente Trump es igualmente complicado. Su posición está anclada en su propio interés electoral en la Florida y, por lo tanto, parece ser firme, pero sus asesores deben tener sus dudas.
El núcleo del debate sobre Venezuela consiste en la usurpación de la democracia por parte de Maduro, un valor que rara vez anima a Trump y que él invoca respecto a Venezuela solo cuando lee un guión. De lo contrario, como lo hizo en una extensa entrevista con Fox News la semana pasada, lamenta repetidamente la escasez material de Venezuela y culpa a Maduro de permitir que la riqueza del país se disipe. Nunca usó la palabra “democracia”.
Uno se pregunta cómo reaccionaría el presidente Trump si Putin lo llamara con una solución, especialmente una que refleje una contribución cubana. En esa misma entrevista con Fox News, Trump dijo que, si Cuba tomaba “los pasos correctos” con respecto a Venezuela, “podríamos abrir” en lugar de imponerle más sanciones.
Para los asesores y partidarios políticos más cercanos a Trump, las amenazas, los ultimátums y las sanciones son las técnicas de elección. Se sienten incómodos con la diplomacia normal, que implica concesiones mutuas, y con aliados en roles activos y posiblemente de liderazgo.
Esto les hace preguntarse quién será objeto de la próxima sorpresa de Trump.
Yo me pregunto. En que mundo vivimos.
El autor del artículo no se pregunta en ningún momento, que derecho tiene EEUU. Para intervenir en Cuba o Venezuela. En este mundo de dobles raseros hay países donde se violan los derechos humanos, hay crisis económicas y humanitarias , pero como son aliados de EEUU nadie había de eso
El problema de Venezuela es uno: el petróleo. Y por el van. Lo demás es manipulación grosera y mediática. No sé si este comentario le conviene a la línea editorial de Oncuba…… Pero ahí va