Ignoro cómo estarán las cosas por Cuba en relación con el lenguaje inclusivo; aunque, conociendo nuestra tendencia a burlarnos de todo, sospecho que a nivel popular el tema podría sacar más chistes que reflexiones profundas.
Lo que sí sé es que en Argentina se trata de un tema de actualidad, vivo, provocador, presente. Muchos de los eventos culturales o congresos sucedidos este año lo incluyeron en sus agendas y no pocos medios de prensa, mediante artículos o entrevistas, debieron abordar la irrupción de esta nueva comunicación de términos insurrectos, con los cuales los movimientos feministas promueven la naturalización de lo diverso.
Hasta en los encuentros de amigos brota la cuestión del lenguaje inclusivo. Esta semana me vi hablando de gramática después de una buena comilona. Una pareja de amigos cenaban en el departamento. Sería sobre la una o las dos de la madrugada cuando la amiga me fulminó: “¿Qué tal te va con el lenguaje inclusivo?”
La verdad es que, por efecto del vino, la cerveza o lo que fuera; estaba medio adormecido. Incluso su novio había caído en una especie de aturdimiento. De manera que solo mi esposa y ella se mantenían vivas gracias al tema de los doctorados, los créditos curriculares y los artículos científicos que debían publicar.
¿Usas el “les”?, fue la siguiente pregunta y ya muy despierto dije algo que no recuerdo, pero recuerdo que nos pusimos a conversar sobre el tema, todos estábamos al tanto, fundamentalmente por los debates que se suscitan en las redes sociales.
En abril pasado, por ejemplo, llegó a la Feria Internacional del Libro de Buenos Aires el escritor español Arturo Pérez Reverte. Fue entrevistado por una novela nueva, pero también, dado que es miembro de la Real Academia Española desde 2003 quisieron saber su opinión sobre el particular que hoy me ocupa. Y respondió: “Tienen razón las feministas cuando dicen que el lenguaje ha estado condicionado por una sociedad patriarcal. Pero el límite es el sentido común”.
En la misma entrevista, ofrecida a Infobae, agregó Pérez Reverte: “Hay detalles que son negociables como la natural modernización del lenguaje, sino estaríamos hablando latín. Utilizo el señores y señoras, lectores y lectoras, y niños y niñas cuando hace falta. Pero no digo los alumnos y las alumnas. Digo los alumnos. Es economía del lenguaje”.
Refiriéndose al uso del “les”, una especie de contracción para incluir ambos sexos, resumió: “Eso viene de sectores analfabetos del feminismo, que intentan imponer el analfabetismo.”. Poco antes, en el VIII Congreso Internacional de la Lengua también se produjo choque de criterios en la ciudad de Córdoba.
La presidenta del Consejo de Estado y ex vicepresidenta del Gobierno de España, María Teresa Fernández de la Vega, declaró que había llegado el momento de cambiar el lenguaje como único modo de superar su carácter patriarcal: “El idioma no es neutro, la palabra da forma al pensamiento y las feministas sentimos que la sociedad ha funcionado con un lenguaje que ha respondido fundamentalmente a un modelo político dominante que sigue vigente en la actualidad y que es el modelo patriarcal”.
A propósito del encuentro, el escritor y Premio Nobel de Literatura Mario Vargas Llosa, aunque consiente de la discriminación que sufre la mujer incluso en los países más desarrollados, calificó sin medias tintas al lenguaje inclusivo como “una especie de aberración dentro del lenguaje, que no va a resolver el problema de la discriminación de la mujer”.
A su entender, se trata de un “exceso risible”, y agregó: “No podemos forzar el lenguaje desnaturalizándolo completamente por funciones ideológicas, los lenguajes no funcionan de esa manera”.
Cinco meses después, la ensayista argentina Beatriz Sarlo, en su columna de El País, se quejaba: “Estudiantes de la élite social y cultural, que asisten a los dos prestigiosos colegios universitarios de Buenos Aires, hoy dicen: les alumnes, les amigues, como si la e final otorgara la representación del masculino y el femenino, a contrapelo del español”.
Le pregunto al hijo de otros amigos que estudia en uno de esos centros, el Colegio Nacional de Buenos Aires, cómo se lleva la cuestión del lenguaje inclusivo allí y me responde que sin imposiciones; lo usa quien quiere. Del mismo modo, no todos los profesores lo aplican para impartir sus clases. En sentido general, los más persistentes animadores son los que podrían catalogarse como sus militantes, me dice.
En ese colegio preuniversitario, adjunto de la Universidad de Buenos Aires, dos meses antes de asumir como presidente de la Argentina, incluso previo al momento en que fuera votado para serlo, Alberto Fernández delante del ex mandatario uruguayo, José (Pepe) Mujica, ratificaba su promesa de trabajar duro para que cada chico, cada chica, y cada chique tuviera un lugar en el país.
Entrevistado por Latfem, un medio de comunicación feminista argentino que no parece usar el lenguaje inclusivo como política editorial, el director del Departamento de Investigaciones Lingüísticas y Filológicas y de la Academia Argentina de Letras, Santiago Kalinowski aseguraba que esta nueva terminología que revoluciona ciertos espacios sociales encierra un propósito “político y discursivo, no gramatical”.
Pero, más allá del mensaje político, o la intención; el propio uso del vocablo “chique” en el discurso de Fernández, por ejemplo, además de congraciarlo con el público del Nacional de Buenos Aires dejaban por sentado que el asunto es más complejo: también se intenta visibilizar a otro grupo minoritario en lucha por ganarse el respeto de la sociedad a través del habla.
Ese es el punto en el cual acabé de despertar la noche de marras. Mi amiga contaba cómo el proceso de entrevistas para su doctorado en la Universidad Nacional de La Plata le había llevado hasta un grupo de transportistas transfeministas.
Se trata de un gremio conformado por mujeres trans, travestis y lesbianas cuyo propósito es el transporte de flete en autos y motos exclusivo para mujeres. 15 mil miembros tiene su comunidad de Facebook y tanto allí, como en la vida real, muchos integrantes prefieren no ser identificados genéricamente de manera tradicional: la única letra en el cual encuentran cabida es en esa “e” disidente.
Otros muchos amigos han hecho que piense en el tema. No pocos parecen haber sucumbido a esta tendencia y envían saludos o avisos en los grupos de WhatsApp con eso de “chiques” o “amigues”. Incluso han narrado sus experiencias con personas que, asumiéndose de una manera distinta a la que biológicamente son, se aferran a la ola gramatical feminista para patentizar su orientación.
También pienso que a la gramática no se le puede dejar en lo abstracto, una cosa es que alguien se sienta lo que contradice su cuerpo y otra que cada vez que se asuma sexualmente distinto intente modificar las convenciones establecidas por los hablantes para identificarlo.
Como quiera que sea, es asunto para seguir pensando, no solo a media noche y somnoliento, sino en plenitud de facultades. También que suceda en Cuba, que pareciera tan rezagada en casi todas las revoluciones de estos tiempos.
bueno, he escuchado hace bien poco en la TV la palabra “lidereza” para referirse a una líder de una comunidad indígena… a mi me parece una barbaridad no… una barbarie contra el idioma
Antes de ponernos a inventar con el idioma, deberíamos defender más el Español, que bastante está sufriendo con los anglisismos, tecnicismos, garbarismos y monton de inventos regionalistas. Si seguimos asi, pronto ni nos vamos a entender y lo peor es que el Inglés nos ganará la batalla. Por suerte muy claros los miembros de la RAE.