En una casona argentina se recuerda a José Raúl Capablanca. Su arquitectura antigua esconde entramados en los que abunda la madera; tanto, que uno al desandar salones o subir escaleras de peldaños gruesos escucha el crujido con la impresión de encontrarse encima de un navío, uno aún más antiguo que el vapor a bordo del cual llegó por vez primera al genio cubano a estas tierras a principios del siglo pasado.
Se trata del Club Argentino de Ajedrez. Queda en una calle estrecha, Paraguay, a la vuelta de Callao en Buenos Aires. Me dice su presidente, a quien encuentro en el hall de entrada, algo que ya sé: que tienen un salón para recordar un momento memorable en la vida del cubano, sucedido en noviembre de 1927.
La primera visita de Capablanca a Buenos Aires se remonta a 1911, mes de abril. Según Juan Sebastián Morgado —a cuyos libros llegué por recomendación de uno de los especialistas en Capablanca, el periodista cubano radicado en Estados Unidos Miguel Ángel Sánchez—, en los meses que permaneció aquí su actividad fue muy intensa.
Hubo partidas simultáneas, comidas, agasajos, entrevistas, viajes a ciudades como Bahía Blanca, visitas a teatros, restaurantes, y conferencias en sitios como la biblioteca del Consejo Nacional de Mujeres, descrita como un “hermoso complemento”. Algunos medios de prensa contabilizaron 180 partidas simultáneas de las que ganó el 95 %, en tanto se le describe como un joven maestro caracterizado por la “delicadeza, la finura exquisita y la modestia de la personalidad”.
A la entrada del Club uno encuentra un cartel en el que se lee que fue fundado el 17 de abril de 1905; pero debe subirse la escalera, que a la vez funge como galería con los rostros más ilustres del deporte, para penetrar la sala de historia, situada en el siguiente nivel: salón con vista a la calle en cuyo interior abundan espejos y detalles de esa arquitectura que simboliza una época muerta. Junto a la pared y protegido por cristales advierto conservado las piezas que utilizaran Capablanca y Alexandre Alekhine en el famoso match del 27. Son macizas, talladas en madera. Me detengo a observar uno de los caballos. Aspecto dramático, severo como un samurái que conserva las heridas de cien combates.
Frente, desplegada entre las fotos, una carta manuscrita del genio cubano fechada en enero del propio año 1927. Agradece la invitación extendida desde el Club para que protagonizara el match en el que habría de defender el título mundial que tuvo a los 32 años, cuando en 1920 Lasker lo cedió en su favor. En la correspondencia comunica que en unos días habría de verse con Alekhine en Nueva York, desde donde redacta y vive, y promete acordar detalles sobre el proyectado encuentro. En otra mesa hay una urna; dentro de la, urna un tablero; sobre el tablero, un rey negro asediado por cuatro piezas blancas. Algo lejos, una torre para protegerlo.
El match inició un 16 de septiembre en el Club, después de que un registrador asentara en acta que “los señores José Raúl Capablanca, Campeón Mundial de Ajedrez, y Alejandro Alhekine, desafiante del campeón nombrado, inician a las 19 horas el campeonato que organiza el Club”. La justa había sido verificada la jornada anterior por el presidente argentino en persona. Marcelo T. de Alvear, junto al presidente de la institución deportiva, Lizardo Molina, realizaron el sorteo que determinó que Capablanca saliera con blancas en la primera partida y, mucho antes, habían garantizado también el monto necesario para que aquel encuentro llegara a concretarse.
Setenta y cuatro días después, otra acta fue redactada. Puede verse enmarcada junto a la anterior. Deja constancia de la clausura: después de haberse jugado 34 partidas, dos de ellas en el Jockey Club, y de las cuales 25 fueron tablas. Solo en tres había logrado la victoria el cubano mientras que seis fueron a favor del jugador ruso, quien, con cuatro años de menos en cuanto a edad, se quedaba ahora con el título.
En el camino muchos detalles fueron recogidos por la prensa: “Capablanca meditó unos 50 minutos antes de hacer esta jugada. La posición es difícil para las negras por el poco espacio de que disponen para desenvolver sus planes”; “Por 6ª vez consecutiva Alekhine y Capablanca hicieron tablas”; “Por indisposición del doctor Alekhine se suspendió la 19ª partida, que debió disputarse ayer. El encuentro ha sido aplazado”; “Una nueva partida se disputó anoche, y el resultado obtenido en la misma mantiene la situación del match en idéntica forma que la que se originó después de la 11ª partida, en la que el doctor Alekhine se aseguró un punto de ventaja en el encuentro. Ocho empates se han efectuado desde entonces, y de ellos sólo uno ha logrado interesar a los espectadores”; “El doctor Alekhine ganó anoche en impresionante forma la 21ª partida. Fue una magnífica victoria, y en ella el vencedor dominó brillantemente a su fuerte adversario, que abandonó después de una combinación del maestro eslavo”.
También se van dejando semblanzas sobre el estado anímico de los jugadores y de la circunstancia bajo la cual disputaban. Capablanca suele ser descrito como un apasionado de los deportes y, en general, de los juegos de ingenio y habilidad, “para los cuales tiene condiciones excelentes”. “El baseball, el tennis, el cricquet, lo cuentan entre sus entusiastas cultores, así como el bridge, el tute, en el que es verdadero maestro, el dominó, el billar, del cual es también un buen amateur”.
Se comentan algunas frases suyas, que juega mejor al ajedrez cuanto menos se preocupa del tablero fuera de las horas de la partida, dado lo que le resulta provechoso dedicarse a la práctica de actividades diversas. “Capablanca se divierte. Alekhine hace una vida de acuerdo a las exigencias del cotejo, acumulando energías en el roof garden del Majestic Hotel, en el que está alojado junto con su esposa”. Se cuenta que el ruso presentó serios problemas dentales en esta época por los que terminó el enfrentamiento con seis muelas de menos.
“A Capablanca se le ve por todas partes donde haya vida nocturna. En el teatro de revistas Porteño, que dirige Bayón Herrera, regularmente ocupa un palco con unos amigos, y lo mismo en el teatro Maipo, donde en cuanto lo ven asomar a la sala, desde las primeras figuras hasta las coristas hacen alusión a su presencia con dichos y canciones que vienen al caso y el público festeja. A menudo se le ve en la voiturette colorada Rambler que guía Consuelo Velázquez, una de las soubrettes más renombradas que ha tenido el teatro argentino. Y terminan las trasnochadas en un restaurante famoso de la Avenida Callao, donde todos los noctámbulos van a reponer energías. Los domingos se le ve infaltable en las courses de Palermo”.
Según Morgado, el periodista de Crítica Amilcar Celaya escribió que en una de aquellas jornadas Capablanca llegó animoso y saludó con afecto a su rival. En otra, que al rendir su rey, bajó violentamente los brazos sobre las rodillas y, con desaliento, soltó una frase: “No sé qué me pasa”. Se puso de pie, fue al baño y, después de humedecerse la frente, regresó fresco, alegre y tranquilo.
Si Alekhine a ojos de cierta prensa resultaba cortés, sencillo, “incapaz de una soberbia”, “de una intemperancia, de una jactanciosa frase prepotente”, Capablanca es visto como el hombre que parece inmerso en una atmosfera “de violencia”, “hostil”, “de impopularidad” que debe, según esta perspectiva, “a los amigos, los apasionados o los admiradores ciegos del campeón”. “No sabemos lo que de cierto haya en ciertas consideraciones, pero indudablemente que los amigos del campeón han hecho circular en ciertas ocasiones frases como éstas: ‘Se me escapó’, ‘Otro día será’. Y más por el estilo”.
“El doctor Alekhine nos dijo ayer que, efectivamente, en el curso de la 21ª partida había reclamado silencio de Capablanca y otro caballero, que conversaban en voz alta en el corredor próximo a la sala del match; que no sabía quién era ese otro caballero…”.
La última partida comenzó con gambito de damas. El primer movimiento de Alekhine fue llevando el peón hasta la casilla d4, pero la partida se prolongaría a 81 movimientos desplegados durante dos días. A las 20.25 horas del lunes 28 de noviembre el árbitro detuvo el reloj. Alekhine informaba que suspendía la partida otra vez. Al día siguiente, en el horario pautado para proseguir, Capablanca sorprende con una nota: “Estimado Dr. Alekhine. Abandono la partida. Es usted, pues, el campeón del mundo y le felicito por su éxito. Mis cumplidos a madame Alekhine. Cordialmente suyo”.
El tiempo de reflexión de las blancas había sido de 5 horas y 3 minutos; el de las negras, de 3 horas y 48 minutos. Toda la historia está dentro de esta sala que implosiona en recuerdos. Doy media vuelta y bajo las escaleras. El presidente del Club, todavía a la entrada, algo penumbrosa por la hora, habla conmigo. Tiene amigos cubanos con quienes jugaba por correspondencia. Le pregunto en qué piso y sala se desarrolló la partida famosa entre el cubano y el ruso. “No fue aquí”, responde. El Club estaba en otra sede para esas fechas. Hace casi cien años de todo, pero el recuerdo permanece vivo por aquí.
Muy bonito trabajo.