68 años de Charly García. Bigote con dos tonos, su voz en el recuerdo de un programa de televisión cubano, la libertad en persona. Hace años, al fondo de algunos colectivos de Buenos Aires, encontré una imagen suya recorriendo la ciudad. Por esos días había entregado la última de sus aleaciones musicales, el disco Random, cuya tapa tiene la imagen del ichtus, ese pez secreto de los cristianos antiguos. “Necesito grabar, grabar es lo que más me gusta; más que componer. Es la diversión.”, dijo mucho antes de todo esto, y la frase está recogida en un material que en Facebook difundió la semana pasada la Televisión Pública Argentina.
A Charly le han gustado siempre las frases breves y desconcertantes, los símbolos y ese tipo de cosas; con su conjugación logra aferrarse a la memoria de quien lo observa, pues no hay mejor modo de atrapar la atención de la gente que provocándola. Y Charly es, ante todo, un homo ludens.
A unos les ha parecido extravagante, consideran controversial su proyección artística; que está enloquecido a consecuencia de la suma de sus excesos, dicen también. La mayoría, entre la que me incluyo, lo considera un artista genial con alma clara de un niño. Y ese infante, valiéndose de la cualidad con la cual ha sido dotado, logra traspasar límites hasta convertir en marca su original modo de comportarse. Detrás de todo ese proceder que tan bien alimenta la prensa, existe un músico grande de profunda conciencia artística y cívica, con genuina filosofía.
En el documental “El karma de vivir al sur”, realizado por el canal estadounidense People & Arts cuenta Carlos Alberto García Moreno, o sea, Charly García: “Empecé a ver que si yo era solo un músico iba a ser más pobre, iba a ser más fácilmente eliminado por la dictadura y me iba a parecer más a los aburridos, entonces decidí ser una estrella de rock, y se lo creyeron.”
Y ahí está su registro como estrella de rock, destrozando habitaciones de hoteles, rompiendo guitarras, enfrentándose a periodistas, entrando al escenario en una ambulancia, haciendo volar los vasos que dirigía a la cabeza de otros artistas. Charly ha llevado un brazalete que recuerda a los nazis. Y pese a las críticas iniciales, quienes más lo admiran, ese ejercito de fieles que se hace llamar “Say no more”, lo asumió como propio.
Hasta el expresidente argentino Carlos Saúl Menem lució el suyo cuando se concretó la invitación del músico a la Casa Rosada. “¡Presi!”, gritó Charly. “¡Charly!”, exclamó el presidente antes de agregar: “Me he pasado todo el día escuchando tu música”.
El último símbolo del que se adueñó Charly García pertenece a Nikola Tesla, el hombre que desarrolló el electromagnetismo con su inventiva genial. Bajo el nombre de La torre de Tesla promovió los conciertos con los que a principios del año pasado hubo de demostrarle al mundo que seguía vivo, creativo y tan presente y necesario como para hacerse decir a León Gieco que el día que le falte a la ciudad todo será en blanco y negro.
Evidentemente, no es el mismo de antes. Detrás del piano y con la cabeza cubierta por un sombrero de fieltro se le ve hoy más gordo, sus movimientos parecen más lentos, la voz sigue siendo la suya, pero supervive gracias a los sintetizadores. Así y todo, ¿quién quiere perderse al mito sentado ante el piano y junto a una torre proyectada al fondo desde donde salen rayos eléctricos chisporroteantes?
Poco antes, en marzo de 2017, después de tres años ausente de los escenarios, sorprendió con un concierto en el espacio cultural Caras y Caretas. Apenas publicitado por las redes sociales, las entradas se habían agotado dos horas antes. Charly García poco después estaba delante de unas cuatrocientas personas. Cantaba los temas de Random. A esa imagen real del teatro seguía imponiéndose la otra, la del hombre extremadamente delgado que recorría las calles de la ciudad promoviendo el mismo disco. El primero de los temas que escuché fue “La máquina de ser feliz”: Hay tanta gente sola, hoy tanta gente llora… Luego vinieron las otras. El pasado no me condena, el presente no me da pena, el futuro está asegurado, canta en “Mundo B”.
El regreso de Charly García sucedía diecisiete años después de un hecho que recuerdo claramente, aunque yo estaba muy lejos y ni imaginaba que viviría en su país. Solo escuché la noticia como todo el mundo: Charly García había saltado desde el noveno piso de un hotel pocas horas después de presentarse ante una multitud de 30 mil personas en el estadio Malvinas Argentinas de Mendoza. Para sorpresa de todos, no le pasó nada aquel día de marzo del año 2000. Más bien, se le veía, sereno y feliz, como un pez nadando en la piscina a cuya dirección había apuntado. “Está alto, verdad, pero todo es cuestión de…”, decía a las cámaras mientras chapoteaba.
“Si no hubieran existido los Beatles seguramente ahora sería músico clásico o un psicólogo. No sé cuál de las dos cosas haría peor”, confesó también en el mismo video que por su cumpleaños difundió la Televisión Pública Argentina. Se trata de una grabación en la cual muestra la imagen que uno mantiene de él en el recuerdo. Está casi acostado, relajado, con las piernas extendidas y a veces cruzadas. “Antes de los Beatles, los jóvenes eran casi una imitación de los adultos con pantalones cortos. No existía la juventud. La juventud era el adulto pequeño”, dice.
Los dedos de Charly parecen los de un asceta hindú, largas falanges de nudillos torcidos con uñas pintadas de un color oscuro. A su rostro, determinado por la nariz y los espejuelos, lo remata una marca de autenticidad: el bigote de dos tonos, como si acaso él mismo lo hubiera teñido a voluntad. Por algo se la pasaba pintando con una mano y tocando con la otra. “Para mí, la música y el dibujo tiene muchísimo que ver”, dijo, y podía verse el piano lleno de garabatos, letras, figuras, símbolos.
Maradona, quien desde el Canal Trece conducía el show televisivo La Noche del Diez, un día entrevistaba a Joaquín Sabina y agradeciéndole al final su presencia le entregó un paquete inmenso. Cuando levantaron el empaque todos vimos un piano y a ¡Charly García! No voy a parar, yo no tengo dudas…, cantó inmediatamente ante la sorpresa de todos. Fanky es una sus canciones más recordadas, otro de sus clásicos incluido en Cómo conseguir chicas, disco con el cual cerró los años ochenta.
Canciones clásicas tiene decenas. Muchas, compuestas desde que integraba las bandas Sui Géneris o Serú Girán en los setenta y ochenta. Algunas se han hecho populares en la voz de otros intérpretes. Mercedes Sosa hizo suyas unas cuantas; no solo en el disco que grabaron juntos en 1997 y tampoco solo porque le gustaran. Más que su amiga, Sosa fue una verdadera cómplice de Charly García. Eran dos almas iguales, decía él. Juntos se presentaron en New york. Cuando regresó a los camerinos, García confesó haber dicho: “Ya puedo morirme”.
Entre sus letras icónicas recuerda uno “Los dinosaurios”, incluido en aquel Unplugged, de 1995, que tanto escuchamos en su momento. Esa letra sirve a todos los que quieren cambiar algo y a todo lo revolucionario que se imponga contra lo anquilosado, aun cuando parta de un contexto, la dictadura Argentina. También de ese disco, grabado en Miami, recuerdo Chipi Chipi. “Una obra muy profunda”, advierte él ante de interpretarla: Yo solo tengo esta pobre antena, que me transmite lo que decís, esta canción, mi ilusión, mis penas, y este souvenir…