Nunca había visto actuar en vivo a Arturo Sandoval y la experiencia de asistir a un concierto suyo en Buenos Aires ha sido confirmación de la leyenda y agradable descubrimiento. No en el sentido de que desconociera su genio como trompetista, sino porque no era del todo consciente de sus iguales condiciones como pianista, compositor y gran conversador sobre el escenario.
Lo de pianista y compositor me lo ratificaron varios momentos de su presentación, aunque tal vez haya sido la pieza “Sureña” la que me lo planteó más claro. Tuve que escucharla de nuevo después, sentía la necesidad de repasar su discografía disponible en Spotify; y primero esa, aún cuando la interpretación del sábado en el Teatro Ópera fuera lo suficientemente buena como para decir que puede agendarse como de las mejores en la noche.
Noche de sábado en el Ópera
Hubo de todo: chistes, reflexiones, virtuosismo, historia de la música, alusiones a grandes influencias, como sucede con Dizzy Gillespie, junto a quien puede vérsele en aquel documental de 1988 testimonio de su visita a La Habana, y de quien he leído conserva una trompeta y una navaja.
Hubo confesiones, pedidos desde el público, como cuando alguien en primera fila le solicitó que tocara un fragmento de “I remember, Clifford” y él agarró su trompeta, se acercó al filo del escenario, y entre la opacidad de las luces multicolores tocó para aquel hombre un pedazo de una canción de la cual, se dice, ha sido de los mejores intérpretes en la historia.
Al comenzar, Sandoval había dicho que a su edad no le importaba ya cómo asumieran sus actitudes, que en ese mismo instante le daba un pepino si el teatro estaba a tope o con lunetas por llenar, que la cosa era divertirse, porque si no se divertía, y de paso el público con él, era preferible quedarse en casa junto a su esposa, con sus perritos, bebiéndose un café y fumándose el mejor tabaco.
Porque como escribiera Fernando Ortiz: el mejor fumador busca el mejor habano. Y él lo fuma desde los 14, sabe que no hay que tragarse el humo y por eso tiene intactos los pulmones, cosa que no hacen falta de revisiones médicas para saber, aunque se las haga cada ocho meses. ¡Sopla, Arturo!
Sandoval agarró la trompeta por primera vez en un tema del disco Flight to freedom: “Caprichosos de La Habana”. Acompañado por el saxo de Michael Tucker, uno de los seis instrumentistas que andaban con él, y fue en la vanguardia de esa caballería el jinete poderoso que sabe cómo y cuándo dar riendas sueltas a su corcel.
Aplausos, y al rato estaba hablando de las mejores boquillas que se hacían en Buenos Aires. Las construye All Brass, patrocinadores además de una clase (clínica es el término correcto) del instrumento que ofrecería al día siguiente.
“Esta es una boquilla extremadamente grande”, dijo en esa: “posiblemente más que la del corno francés, súper profunda, ¡pero suena!… algo así…” Y sopló suave para demostrarlo sacándole al instrumento un arrullo memorioso y ligeramente amargo.
En algún momento recordó que en su infancia estudiar piano no era un deseo muy bien visto en un niño. La moral de la época, la de Cuba y la de su natal Artemisa fueron causa de que ahora se tenga que pasar la vida, según palabras suyas, tocando la trompeta en los escenarios del mundo para luego llegar a su casa y tocar el piano en la soledad. He leído que en el piano de su casa grabó de una sentada el disco My passion for the piano, con canciones tan diversas como “Esta tarde vi llover” o “Stella by Starlight” o “Blues en Fa”.
En un momento caminó hasta el sitio donde se encontraban dispuestos dos pianos en el escenario, uno de cola, uno eléctrico. Fue ahí cuando interpretó “Sureña”, grabada para el disco antes mencionado. En otro instante bajó a uno de los pasillos entre los lunetarios y conversó con el público. Comentó ideas sobre la vida, el jazz, el amor y la sonrisa.
A Sandoval lo secundaron de manera excelente seis músicos, el ya citado Tucker, y Mark Walker (batería), Daniel Feldman (percusión), Maximilian Gerl (bajo), Maxwell Haymer (piano) y William Brahm (guitarra). Para esta gira han tocado ya en Perú y Chile. El martes se presentaban en Sao Paulo.
Me acompañó en el concierto un amigo brasileño, casualmente de Sao Paulo. Lo he invitado a conocer a Sandoval. Me dirá cuando salimos dos horas después del teatro: “Ha sido una grata experiencia, se lo recomendaré a mis amigos”.
A él tuve que contarle que se trataba de uno de los mayores talentos musicales nacidos en la isla de Cuba, que formó parte de una agrupación mítica llamada Irakere y que, por lo que conozco, fue uno de los responsables de que Gillespie se presentara en La Habana, que su trompeta ha quedado inmortalizada en un clásico de la animación en Cuba (Vampiros en La Habana), que es amplia su discografía y que desde que salió de Cuba en la isla no se promociona su música.
Al padre de Sandoval le fascinaban los tangos, contó que se los sabía todos, mejor los cantados por Hugo del Carril. “Me voy a atrever a cantar uno, que modestia y aparte no me queda mal”, dijo. Así “El día que me quieras” llegó esta vez en su propia voz y no interpretado con el instrumento como en su disco.
De los clásicos temas cubanos hizo uno, que en verdad es una apropiación en la que incluye un coro en el que también mezcla la timba que puso a bailar y a cantar a todos con ese estribillo de Mami dónde quieres que te ponga el cucurucho.
“El manisero”, de Moisés Simons fue su elección entre los temas más conocidos de la música cubana y puedo asegurar que el solo de trompeta resultó conmovedor y emocionante.
Paréntesis
Sandoval salió como un bólido por la puerta principal del estudio Fort donde el domingo desde las dos de la tarde había impartido durante unas tres horas la clínica de trompeta para la que se quedaron fuera 40 inscritos. No había cupo para más de 80, según me dijo por WhatsApp Pablo Jorge Quiroga, de All Brass. Sandoval traía un tabaco en la mano y se veía agotado.
Yo estaba allí por terco. Minutos antes me había avisado un subordinado de Quiroga que Sandoval estaba por irse y que no quería dar entrevistas. “Está cansado, loco por irse a morfar”. Pero lo había esperado, a fin de cuentas salí del departamento un domingo frío solo para intentar sacarle unas palabras.
Estaba a menos de un metro de distancia, prendía su tabaco, me le acerqué y le dije que era el periodista cubano que había estado preguntando por él, a lo cual me enfrentó seco con un tronante: “No te voy a responder nada”.
Un montón de jóvenes participantes en la clínica seguían amontonados allí y empezaron a mirar, a apuntarnos con sus celulares. Seguido, agregó más bajo, acercándose tal vez con una leve sonrisa: “Era jodiendo”.
Agregué que no intentaría preguntarle, porque me habían dicho que no estaba de ganas. Sólo quería comentarle lo que había significado para mí su concierto, ya que era de una generación que tomó conciencia de su trabajo bajo la leyenda fijada del “Sandoval maldito”. Me dijo: “Gracias”. Tenía el tabaco ya encendido y mirándome de reojo preguntó si había vuelto a Cuba.
Le dije que sí, que en los ocho años que llevaba en Buenos Aires había regresado unas dos veces, que tenía amigos y familia. Entonces me observó, se volvió serio y poniéndose de frente sentenció medio en tono de pregunta: Eres de los que llaman medio gusano (usó un término que no recuerdo, pero era o algo así).
Le respondí que aborrecía la etiqueta, al fin y al cabo impuesta y aprovechada por la propaganda cubana; pero así, sin dar espacio a mucho más, observando también a los celulares y a quienes absortos nos miraban, recordó su animadversión por el gobierno cubano y el comunismo, sistema que dijo padecer por treinta años.
“Me hicieron la vida un talco”, dijo, y su voz tronaba: “No quiero saber nada que tenga que ver con el comunismo”. Sin perder el tono, sin embargo fue retirándose hasta la puerta del estudio, aunque antes de entrar lo abordaron algunos de los muchachos que habían escuchado también este diálogo.
Por mi parte, entiendo a Sandoval. Ante determinadas circunstancias la radicalidad es una conducta común. La severidad de sus palabras revelan el grado de contrariedad que le causan esos recuerdos de Cuba, donde muchos no le perdonan su ida. La realidad también es asunto personal.
Las palabras de Sandoval, además, me hicieron pensar en mi tía abuela, que en su segundo viaje a Estados Unidos quiso un tío abuelo mío que se quedara, y ella con sus setenta respondió que no, y entonces aquella familia, en broma o lo que fuera, le espetó un “Usted lo que es una comunista”, ante lo cual ella respondía: “Comunista no, es que allá tengo a mi familia, a mi casa”.
La última vez que tuve delante a Sandoval, con sus estilo de jazzista de los Ángeles que al abrir la boca habla en cubano, fue sentado en el auto que conducía Jorge Fort, su amigo empresario, al que también se debe la existencia de un disco hermoso: Tango-como yo te siento, del cual fue productor y cuya mayor parte de los temas se grabaron en 2011 en este estudio frente al cual aún me encontraba parado yo, amoscado yo, el Fort Music.
A Fort Sandoval le había cedido un espacio la noche del concierto para que interpretara el tema “Summertime”. Y lo hizo suave con su trompeta, sentado sobre una banqueta que subrayaba su altura.
Resumiendo
“Simile”, dice Sandoval en su noche de concierto, es una melodía capaz de cambiarle la vida a una persona. La escribió el genio que fue Charles Chaplin, recordaba. Smile though your heart is aching. Smile even though it’s breaking.
Es una canción intraducible al español, considera él, que a veces sonríe. Pero la mayor risa al parecer le va por dentro, como resultado de la música en su fluir transformada en amasijo de potentes y explosivos sentimientos, impulsos y recuerdos que llegan completos o en trozos como desgarrados por una explosión de felicidad. Puede notarse, puede intuirse. Cuando tocó las primeras notas de “El manisero”, de Moises Simons, por alguna causa sentí todas esas cosas y me estremeció.
El martes estaría en concierto en la ciudad de Sao Paulo. Pronto estará Arturo Sandoval en su casa, como mismo refirió a todos nosotros, junto a su esposa y a sus tres perritos, saboreando una bocanada de humo de su tabaco como han hecho desde hace cientos de años los nacidos allá en Cuba, bebiendo su café cortadito estará él. “Y si le echo un chorrito de leche condensada, ya, estoy en el cielo”, dijo.
En camino al pre, pasaba todos los dias por el frente de su casa. Se quedaron en mi mente unos porta paraguas grandes a la entrada, un dia desaparecio y a falta de noticias, solo pude saber se fue, gracias que escapo con lo mejor, su musica.
Militó en el Partido Comunista de Cuba y se le ve jovial en la foto al lado de Fidel. El comunismo lo lanzó a la popularidad. Quién sabe si hubiese podido alcanzarla en el capitalismo que se vivía en Cuba.
Éxitos compadre. Y ocúpese usted de la trompeta, mientras nosotros seguimos luchando aquí para mantener esta patria linda, libre y soberana.