Encontré en la red un programa de entrevistas que la televisión cubana transmitía hace años. Lo conducía Amaury Pérez Vidal y, si mal no entiendo, es el germen de lo que sería después Con dos que se quieran. Se llamó Muy personal y a mí me gustaba más porque se mostraba sobria la escenografía y contenido el estilo interrogador de su anfitrión.
Ese programa corresponde al año 1996. Lo grababan en la discoteca del Melía Cohiba y para el guion, Pérez Vidal contaba con el apoyo de su esposa, María Teresa González (Petí), Joel Valdés y Roberto Cavada. La edición a la que me refiero tiene al trovador Silvio Rodríguez de entrevistado, y es uno de los capítulos que más grata impresión me dejó. Recordaba perfectamente el telescopio a un costado y las disertaciones sobre la mística, el cosmos, la introversión y su manera de hacer canciones.
Por el espacio pasaron Alicia Alonso, Eusebio Leal y Alfredo Guevara, entre otros que no recuerdo ahora. A muchos de ellos, tras salir de la universidad casi 10 años después de haber admirado como espectador estas conversaciones televisadas, los entrevisté. Entonces ya experimentaba que la entrevista no es solo conversar, algo que en sí mismo resulta difícil, sino que va de conocer muy bien los temas y la persona con la que se intercambia.
No es un género que me agrade demasiado en el periodismo, pero sí me agrada escuchar. Por eso, más que salirme con interrogaciones agresivas, lo cual me parece bárbaro si del tiro se obtienen buenas declaraciones, suelo dejar a los entrevistados que hablen, al punto de dar la impresión de haberme olvidado de a dónde iba con todo aquello. Pero, hay de todo en materia de estilos; y entrevistadores referenciales uno va teniendo muchos a lo largo de la profesión.
Desde que en el aula la querida profesora Miriam Rodríguez nos contó las características del género y ejemplificara con brillantes profesionales en este arte, aprendí a valorar a los que conversan, escuchan y dialogan. En esto hay un caso brillante, al menos para mí; el del español Joaquín Soler Serrano y su programa A Fondo, transmitido por la Televisión Española entre 1976 y 1981. Por allí pasaron las figuras más importantes del momento y su presentador se enfrentaba a ellas con erudición y paciencia. De ese modo, permanecía incólume ante las larguísima pausas de un Juan Carlos Onetti fumador, ante la insólita salida de Francisco Umbral que le daba por comerse una manzana o ante cualquiera fuera la respuesta de su contraparte.
En algún momento disfruté a Orlando Castellanos, que también tuviera versión impresa. Y por la misma época aprendí a admirar el estilo agresivo de la italiana Oriana Fallaci, que era una verdadera hoguera en la que se quemaban muchas figuras dado su carácter incisivo, evidencia de la que tuvo prueba el mundo desde su memorable Entrevista con la Historia (en italiano 1974/1986 al español).
Pero, ese mismo temperamento vehemente puede ser barrera en un entrevistador para llevar a término su proyecto. Al menos fue lo que sucedió con Fallaci en lo referente a la entrevista proyectada con Fidel Castro, según se sabe gracias a las cartas publicadas y a los testimonios de quienes se vieron involucrados en el episodio.
El asunto se remonta a los inicios de los años ochenta, cuando la periodista italiana hizo saber a Raúl Roa Kourí, entonces en la Misión Permanente de Cuba en las Naciones Unidas, sus deseos de conversar con el mandatario cubano, solicitud que al ser transmitida pese a los resquemores que dice haber experimentado el ex diplomático, precisamente por el estilo mordaz de la periodista, devino en una invitación para que visitase la Isla en julio de 1983.
“Fallaci fue y regresó del caimán, eufórica”, ha contado Roa Kourí. En La Habana, y teniendo a Antonio Núñez Jiménez y a su esposa, por anfitriones, se relacionó con celebridades internacionales como Gabriel García Márquez que acababa de merecer el Nobel, y del mismo modo conoció a figuras claves en la política cultural de la Isla, como Alfredo Guevara, con quien mantuvo una comunicación breve, según puede entenderse de las cartas publicadas en su libro ¿Y si fuera una huella? (2008).
Fallaci conoció a Fidel Castro, se vieron en Santiago de Cuba, a propósito del acto central por el 26 de julio, y en La Habana. La experiencia parece haber sido positiva, al menos se concretó una posible fecha para el intercambio que, en palabras de la periodista, sería una “extraordinaria entrevista”. La conversación quedó pactada para noviembre de ese año y ella misma dejó saber lo entregada que estaba a ese proyecto: “todo mi tiempo y todo mi trabajo gira en torno a mi nuevo viaje a Cuba”. La conversación sería publicada por la revista Newsweek y luego se editaría como un libro.
Pero, según recordaba Kourí hace unos años, “en el vuelo que la condujo a México en ruta hacia Nueva York, iba sentada al lado de un periodista que creyó italiano —idioma en el que hablaron— y le transmitió sus impresiones muy negativas, absurdas realmente, sobre Fidel Castro, comparándolo ¡nada menos! que con Benito Mussolini”. Dichas declaraciones fueron transmitidas al presidente cubano y lo que pudo haber sido, lo creo también, una gran conversación, otra de sus entrevistas icónicas, devino fracaso y espina.
El periodista informante, a quien Castro se refirió como fuente de “comprobada lealtad” y por la cual supo que ella se había “expresado de manera irreverente” a su persona y que había “difundido declaraciones que denotan prejuicios acerca de la revolución y del socialismo”, según las propias palabras de Fallaci en la misiva que el 1ero de octubre le enviara al mandatario cubano (El miedo es un pecado, El Ateneo) haciéndole ver su disgusto, era el argentino Jorge Timossi, entonces trabajador de Prensa Latina.
En la segunda carta a Guevara, a quien le dieron la misión de viajar a Nueva York para transmitir personalmente la cancelación del encuentro, Fallaci califica a Timossi de “hipócrita”, ya que, según cuenta, había actuado por venganza a unas declaraciones suyas contra los periodistas argentinos, dejando claro que nunca “lo había confundido”, sino que lo conocía bastante bien. También advierte que ella no era una “hipócrita” y tampoco una “cretina sin cerebro” como para hablar mal de la persona que había aceptado dejarse entrevistar por ella. “Pero esas miserias ya no tienen importancia”, escribe a Guevara en su tercera correspondencia publicada, del 4 de octubre de 1983.
Fallaci, por sus palabras, había entendido que Fidel Castro no la estimaba como periodista y que más bien le resultaba “antipática”. Pero, ante la inesperada cancelación se sentía “traicionada, burlada y ofendida”, “esto no se me puede hacer, yo puedo significar mucho para Fidel Castro, porque lo que escribo lo leen todos los hombres importantes del mundo; ¡yo lo colocaré en la cima de la historia!”, cuenta Roa Kourí que le dijo la periodista italiana a Guevara al comunicarle la noticia de la cancelación. Fallaci consideraba una lástima que todo hubiera acabado así, cuando “estaba segura que nos habríamos hecho grandes amigos durante y después de la entrevista”. También asegura: “Nadie me había dicho que para entrevistar a Fidel Castro era necesario ser socialista y creer que los países socialistas son el paraíso terrenal”. Así terminó este capítulo de la gran entrevistadora y periodista quien se mantuvo dándole guerras a la vida hasta 2006, cuando murió de cáncer.
Pasan muchas veces este tipo de hechos a los entrevistadores. Una entrevista cancelada de repente. Un proyecto desvanecido. Es el precio que se paga cuando se escribe con franqueza, cuando se es incisivo y poco condescendiente, provocador, cuando se va contra los estereotipos.
El propio Alfredo Guevara, comprendía bien lo que representa para un periodista enfrentarse a fantasmas, desenterrar cadáveres de la historia o salirse de los carriles de los que no se salen los sistemas encarrilados. Por eso insistió tanto, creo, en presentar aquella conversación nuestra de 2007 que hace poco, y para mi sorpresa, vi reproducida por la página del Festival de Cine de La Habana. Me negaba a una presentación suya porque él era parte de aquella circunstancia sombría que intentaba interpretar. La presentación, después de todo y publicadas sus declaraciones, se la agradecí.
Muchas gracias Sr. Estupiñan por el amable comentario que hace sobre la trayectoria profesional de mi esposo y sus entrevistas de A Fondo.
Para mi es muy grato que aún después de tantos años su labor se valore.
Cordialmente,
Ana
Gracias, Ana: Creo que la labor de Soler Serrano fue ejemplar para el género entrevista. Habría sido interesante conocer su método. Saludos!