Seguido de una gran polémica por su cuestionamiento público, una transmisión mutilada en la televisión cubana y la no admisión en el Festival de Cine Latinoamericano, vimos finalmente en la Argentina el documental La Habana de Fito. La obra llegó en el contexto del Festival Ventana Sur, y en una sala Cinemark de Puerto Madero acompañamos a su director, Juan Pin Vilar, y a su productor, Ricardo Figueredo, durante la proyección de este material que nos interna en un viaje geográfico y sentimental.
El material es revelador en muchos aspectos; el primero de ellos, para mí, es mostrar los orígenes de la amistad entre Fito Páez y Pablo Milanés, que si ya era conocida por los seguidores de ambos, aquí se nos presenta en su intimidad y humanismo.
Desde el principio se patentiza el talento de Milanés para descubrir artistas y acercarlos a la isla cuando estaba seguro de que su obra sería necesaria para el enriquecimiento cultural de su gente. Es lo que en algún momento dice sobre el rock argentino y el trabajo de Fito Páez. Pero, el centro de todo es la relación del músico rosarino con la ciudad, que es a su vez el encuentro con un país y su contexto.
La conversación que sostiene este documental sucede en la azotea de una Habana popular y mestiza, en una mesa rodeada por una arquitectura sobre la que en algún momento el propio Páez se pregunta qué pasará si un día “los vientos del capitalismo salvaje” la arrasan, llevándose consigo el esplendor decadente de sus piedras y mármoles, que en sí mismo representan la imaginación, el esfuerzo y los estados de ánimo de quienes por siglos habitaron sus infinitas formas.
Havana, porque
Havana, porque
Havana, porque
Tu perfume tan extraño me apasiona…
La primera visita de Páez a La Habana (cruzando el mar Caribe, levantada sobre diente de perro y muro, se descubre primero la imagen de su amable recodo de columnas), según se nos cuenta, parte de una invitación de Milanés, quien estando de paso por Argentina fue puesto al tanto de la obra musical ya brillante del entonces muy joven rosarino. Fito Páez era un veinteañero con una carrera en ascenso que había mostrado sus potentes provisiones en discos como Del 63 y Giros.
Por el tiempo en el cual se produjo ese encuentro, también había sufrido la tragedia de un triple asesinato familiar y su corazón estaba despedazado, ante lo que Milanés le hace la invitación que, según las palabras de Fito, marcaron su vida para siempre.
El material de Juan Pin Vilar tiene la virtud de recordarnos la importancia que tuvo también el Festival de Varadero (llamado Festival de la Canción Popular; con su caballito de mar como símbolo y la confluencia de tantos artistas de primera). Allí aflora y se consolida en Fito Páez el cariño y admiración por la sociedad cubana en su conjunto. En aquel tránsito ochentero, el argentino llegó a una isla que conocía de referencias para en ella curarse las heridas del alma a base de música, sal, alcohol, mujeres y esa fantástica sencillez del cubano, que le hacen sobreponerse a la acritud del momento.
Queda el testimonio visual de cada una de sus presentaciones en Varadero y en el teatro Karl Marx de La Habana como otra de las virtudes de este documental: una minuciosa selección de archivos, revelada desde los primeros minutos, cuando se contextualiza lo que ha sido la vida cultural después de 1959, poniendo ante nosotros rostros de artistas e impulsores de proyectos que con los años se volvieron más que paradigmáticos y son parte ya de la leyenda.
Gente sin swing
Como ratones
Gente sin swing
Mundo sin soles
Son un poder, como naciones
Siempre estarán hasta que exploten
Y aunque te inviten a su mesa
No estarán de tu lado
Hubo en aquellos conciertos de Fito en La Habana momentos que no gustaron a la ortodoxia, más adaptada a la Nueva Trova que al rock argentino. Era de esperar reacciones en contra, al ver que el artista se quitaba la camisa, dejando ver su abdomen liso y con gestos más lascivos que heroicos, instigaba a los seguidores a bailar hasta romper el piso, “que para eso están los pisos, para romperlos”. Queda en este audiovisual el testimonio de algunos ataques de la prensa del Festival de Varadero y de la respuesta de Milanés, como organizador del evento, desde el propio periódico.
Hay otro momento en el cual una de las entrevistadas, la escritora Wendy Guerra, comenta algo más o menos parecido a esto: muchos de los jóvenes que asistieron al concierto ofrecido por Páez en el Karl Marx, poco después de haberse presentado en Varadero, se identificaron rápidamente con aquellas canciones. O sea, el intérprete cantaba con rabia a la ciudad natal que le había arrancado a sus seres queridos, mientras los muchachos de un país y una sociedad distinta a la suya se adueñaban de esos mismos sentimientos.
En esta puta ciudad todo se incendia y se va
Matan a pobres corazones
Matan a pobres corazones
En esta sucia ciudad no hay que seguir ni parar
Ciudad de locos corazones
Ciudad de locos corazones
Si algo queda claro en este material es la intensa relación de Fito Páez con La Habana, con Cuba y los cubanos; el amor después del amor es permanente; aunque, como en cualquier historia de amor, el sentimiento puede estropearse para una de las partes cuando encuentra en la otra elementos que directamente valora contrarios a su ética, filosofía, moral o al propio sentimiento que los une.
No solo Fito Páez fue estremecido por los fusilamientos sumarios a tres de los secuestradores de la lanchita de Regla, en abril de 2003. También manifestaron su rechazo los escritores Eduardo Galeano y José Saramago. No podría dejarse de mencionar ese instante si, como lo dice, fue un momento fundamental en su entendimiento de Cuba y su Gobierno. Sintió una especie de mazazo contundente que le hizo advertir las cosas de una manera distinta. Constituye un oportunismo poner en entredicho al realizador del documental por exponer la amplitud de los sentimientos del artista.
Aquí, lógicamente, se nos muestran las dudas y contradicciones de una persona que, en su agradecimiento por el país que “le salvó la vida”, tampoco puede dejar de valorarlo de manera crítica. Es lo que comenta después de incidentes como el antes mencionado o incluso el que compete a su conversación con Fidel Castro después de otro hito cultural del cual Páez fue protagonista: el concierto que ofreció en la Plaza de la Revolución, en 1993, hecho para el que puso todo su empeño (y presupuesto), pues como decían tanto él como su pareja de entonces, la actriz Cecilia Roth, “se aprovechaban hasta los clavos ya usados” para armar la tarima, porque la isla no tenía nada y sentía el deber era estar con los cubanos en ese instante.
¿Quién dijo que todo está perdido?
Yo vengo a ofrecer mi corazón
Tanta sangre que se llevó el río
Yo vengo a ofrecer mi corazón.
Resulta vergonzoso que un par de anécdotas (la relacionada con Camilo Cienfuegos y, posiblemente, la que evoca el encuentro con Fidel Castro) dieran pie a la censura de este material de 2023 (cuando se insertaron los últimos planos y se corrigieron fotografía y sonido, según me precisa Pin Vilar), para el cual se contrastan voces como las de Páez, Milanés, Roth, Luis Alberto García, Carlos Alfonso, Ele Valdés y Roberto Robaina. El hecho hizo emerger un nuevo espacio de discusión en la isla: la Asamblea de Cineastas. Hasta la fecha el propio intérprete ha tenido varios gestos para con ella, enviándoles palabras de aliento y dedicándole incluso alguna de sus últimas presentaciones.
Recuerdo la primera vez que escuché la canción “Al lado del camino”, incluida en el disco Abre, de 1999. Fue en la revista televisiva Buenos días, cuando el espacio en su inicio era un informativo fresco y novedoso, hecho por talentosos periodistas y creadores (creo que la mayoría de ellos terminaron yéndose del país, incluida Wendy Guerra, que hacía una magnífica sección infantil). Este documental muestra este tema en otro de los conciertos de Fito en el Karl Marx.
Aunque había estado para la apertura del Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano de 2007, cuando cantó con Santiago Feliú, creo que se trata de una presentación de 2014. Mirándolo, gracias a ese material, se puede ratificar cuán compleja es la vida después de una imagen televisada, y que una canción es también la supuración de una abundante cantidad de historias licuadas en el alma del artista.
Si alguna vez me cruzas por la calle
Regálame tu beso y no te aflijas
Si ves que estoy pensando en otra cosa
No es nada malo, es que pasó una brisa
La brisa de la muerte enamorada
Que ronda como un ángel asesino
Mas no te asustes, siempre se me pasa
Es solo la intuición de mi destino…