Desde que anunció el primer concierto trato de dar con capacidades. Joaquín Sabina vuelve a Buenos Aires en marzo de 2023, donde lo espera un público desenfrenado y tan sabinero que puede emular con la más recia de las caricaturas del cantautor. Un segundo concierto agotado. Sumaron el tercero, pero los boletos duraron tan poco que apenas hubo tiempo para tramitar digitalmente la gestión en la web del Movistar Arenas, un moderno sitio con capacidad para unas 15 mil personas al que llegué el pasado fin de semana para aplaudir a Joan Manuel Serrat en “su gira de despedida”.
Esperaba que agregaran otra función de Sabina y finalmente lo hicieron, así que tengo esperanzas de volver a un espectáculo suyo en esta ciudad de tantos amores reciprocados. Ya estuve en uno, en 2014. La experiencia fue inolvidable. No les puedo contar sobre los resultados de esta vez, porque las entradas se venderán este día.
Algo que sí puedo asegurarles es que en el lapsus han pasado cosas, como dicen por aquí, y esas cosas tienen que ver unas con otras como por orden de la causalidad. Primero fue la noticia de esta gira llamada “Contra todo pronóstico”, pues como recordarán, Sabina en los últimos tiempos tuvo problemas de salud, como aquel accidente en el día de su cumpleaños 74.
En medio de una presentación con Serrat, a propósito de la gira “No hay dos sin tres”, a inicios de la pandemia de la COVID-19, un mal paso lo hizo caer desde casi dos metros al foso de seguridad del escenario. Todo el mundo dijo: “¡Uy!”, y con las uñas deshaciéndose entre dentaduras seguimos el momento y la recuperación, con la esperanza de que este hombre volviera a cantarnos, o como quiera que se llame lo que hace.
Aquel día quedó grabado en el documental de Fernando León de Aranoa, quien por unos trece años estuvo siguiendo al cantautor y poeta, para concluir con dos horas ya estrenadas en los cines de España desde la semana pasada. Sintiéndolo mucho lleva un tema de igual título, compuesto por Sabina junto a Leiva, y en la cual hay unos versos que dan fe de aquel terrible y peligroso instante: “Muchos creyeron que me habían amortizado/, cuando viajé del WiZink Center en camilla al hospital/con los dedos del Serrat entrelazados/, devolviéndome las ganas de cantar”.
Estaba en esto de rastrear los conciertos, de mirar el documental y, sobre todo, de leer una de las entrevistas a Sabina; especialmente una donde había comentado su relación actual con el Gobierno de Cuba y la izquierda universal. Fue publicada por El Mundo y sólo he logrado leer citas que me parecen opiniones coincidentes con las de muchos de nosotros. Estaba en eso cuando me salta un tuit de Pancho Varona. Lo acababa de publicar en sus redes sociales. Comunicaba que Sabina lo había dejado fuera de la gira que viene, y, parodiando cada uno de estos títulos, subrayó, no sin cierta ironía, que había estado junto a él en unas cuarenta giras, que habían compuesto 100 canciones juntos, que había producido 15 de sus discos y que llevan cuarenta años de amistad pese a la decisión no pronosticada.
— Pancho Varona (@Panchovarona) November 15, 2022
En lo personal, la noticia me dejó un sabor a tristeza, porque sabemos que Pancho Varona es parte de una especie de trinidad, junto a Antonio García de Diego, detrás de la que se encuentran muchas de las mejores composiciones del cantautor de Úbeda. También es cierto que desde hace mucho este necesitó desprenderse de lo que puede uno considerar su etapa “más tradicional”, y que esa elemental necesidad de un creador dio lugar a alguno de sus más grandes trabajos discográficos, aunque esto de comparar no tiene sentido y si lo hago es para dejar claro que se trata de etapas, que estas tienen que ver únicamente con la necesaria experimentación.
Dicha ruptura comenzó con la llegada del argentino Alejo Stivel, quien produjo una joya en la discografía del español llamada 19 días y 500 noches (1999) y, luego de tres discos grabados en estudio y cuatro en directo (algunos de ellos junto a Serrat), seguiría con trabajos junto a Leiva, que sin bien no a la misma altura que Stivel, le ha dejado buenos momentos y efectivas canciones. En todos estos años, en tanto, a Sabina no le faltaron baños de depresión, tras los cuales volvía a brillar en los escenarios; pero se enfermaba nuevamente dando la idea de haber llegado al final de su carrera, e inesperadamente lograba regresar brillante nuevamente. Podría usarse una frase del crítico de cine español Carlos Boyero, dicha luego de haber visto el documental: “Ser Joaquín Sabina puede ser complicado”.
Lamento la separación entre Sabina y Varona. Sus razones habrá, y, por otro lado, es cierto que en estos tiempos no queda otra que la reinvención hasta el minuto último, tiempo ignorado también por los mortales todos, para nuestra suerte. Aún cuando lo anuncien algunos, ahora mismo Serrat, que ha tenido el coraje para decir que se retira de los escenarios, aunque no de la vida, y yo tuve la suerte de verlo, junto a unos amigos queridos, en una de las despedidas. Resultó ser de los momentos más conmovedores, pues el Nano tenía delante a unas 12 mil personas que deben ser las personas más fieles del mundo: la gran mayoría coetáneas suyas, algunas muy muy mayores. Debían subir las escaleras para llegar a sus asientos auxiliándose de dos o tres porque en la normalidad se valen de burritos; vi a muchas otras en sillas de rueda, pero nada impidió que estuvieran presentes para gritar de felicidad como niños, para grabar el concierto con sus celulares como adolescentes.
El otro momento conmovedor lo produjo la muerte de Pablo Milanés, uno de los artistas que más he admirado. Pablo alentó nuestros días anodinos con su potente voz y ese tono de dichosa angustia. Su muerte, aunque parecía inevitable, sorprendió a quienes seguimos la obra de un artista cuya fuerza parecía recobrada sobre los escenarios, y sobre ellos estuvo en busca de esa fuerza hasta el final de sus días. Muchas veces Sabina habló del temperamento de Milanés, de su resolución en la vida y su humanidad. Hay una anécdota que expresa su talento. Sucede cuando le comenta que ha escrito una canción para la que carece de melodía. Se trata de “Una canción para la Magdalena”. Lo hablaron por teléfono y el cubano sólo dijo: “espérate”, y así mismo creó la música por la que le conocemos hoy.
La canción fue incluida en el disco 19 días y 500 noches (1999). En 2011 la escuchamos por Milanés. Fue para el disco La Habana canta a Sabina, grabado en La Habana, ciudad adonde no irán sus restos, por ahora, pese al amor. Veinte años después el tema quedó en la edición de lujo por los 20 años de 19 días….
Entonces se escucha la versión de Pablo Milanés, que la hace suya, no sólo porque fuera así en lo musical, sino porque solía apropiarse de la letra de una canción hasta volverla canto propio como gran genio que era; y así le escuchamos diciéndonos aquello que nos hace pensar no sólo en las putas, como es la idea, también en quienes consideran que existen compañías nefastas sólo porque hacen trasladar el parecer de una persona a otro que ellos, tan puristas, entienden impropio.
Yo, sin embargo, ahora quiero escuchar ese pedazo de canción.
Si estás más solo que la luna,
déjate convencer,
brindando a mi salud, con una
que yo me sé.
Y, cuando suban las bebidas,
el doble de lo que te pida
dale por sus favores,
que, en casa de María de Magdala,
las malas compañías son las mejores.