Quizá no pocos cubanos hayan escuchado este nombre, como yo la primera vez, gracias a “emisoras enemigas”. Digo emisoras enemigas porque lo han sido del Gobierno cubano y la Revolución, pero en cambio se siguen amistando con mucha gente.
En los noventa, y en medio de aquella crisis tenía de un lado a unos vecinos que escuchaban Radio Rebelde y, casi al otro, a los que sintonizaban Radio Martí. Parece una caricatura, pero fue de este modo como ocurrieron las cosas. Ambas familias eran caritativas, aun cuando se empeñaran en una especie de guerra sonora que se volvía disparatada en algunos momentos del día.
En aquella lucha por dominar las hondas hertzianas del barrio donde viví parte de mi infancia, recuerdo un momento en el cual la voz de Walter Mercado se mezclaba con la del locutor César Arredondo en un dúo inexplicable e imposible.
A Arredondo, lo conocí cuando hice prácticas de radio en esa emisora cubana, pero nunca le hablé de estas mezclas por las que tal vez se habría muerto de la risa. De Walter Mercado nada supe hasta ahora, y me entero gracias al documental Mucho Mucho Amor: La leyenda de Walter Mercado, de las realizadoras Cristina Costantini y Kareem Tabsch.
El título es tomado de una frase que a Mercado lo hizo sumamente popular y que, por cierto, me recuerda a otra de Alfredito Rodríguez en su faceta de presentador televisivo en el verano de no sé qué año, a inicios de este siglo.
¿Quién era aquel hombre que sonaba enigmático desde la radio? Primero que psíquico y astrólogo fue actor y bailarín. Por sus incursiones en el ballet clásico llegó a estar incluso muy cerca, como él mismo relatara, de Alicia Alonso, cuando al principio de su carrera la prima ballerina assoluta visitó Puerto Rico, donde había nacido Mercado en 1932.
Aunque, para el momento de esa fugaz coincidencia aún le faltaba mucho para convertirse en la celebridad que sería después. La televisión lo puso ante su audiencia desde un segmento astrológico que lo hizo famoso en Tele Mundo y por el cual se ganó una audiencia de 120 millones de personas en Estados Unidos y América Latina, especialmente en Brasil, aunque su nombre llegó también a varios países de Europa.
Tal fue su popularidad que se convirtió en columnista de periódicos precisamente por el horóscopo, escribió libros sobre el tema y llegó a entrevistarse con personalidades del arte, el deporte y la política, como el presidente Bill Clinton. En él no se cumple aquello que dijera Francisco Umbral a Lola Flores durante una entrevista, que el encargado del horóscopo es siempre el más tonto de los periódicos.
La carrera de Mercado demuestra talento y, sobre todo, inteligencia; además de la cuota de misticismo que siempre supo cultivar hasta el último momento.
Lo importante de este documental radica en que sin desechar el mito y sin intentar subrayarlo logra que el espectador se cuele en la intimidad de Mercado para hacernos participar de sus rutinas, conocer sus gustos y obsesiones, acercarnos a sus modos de pensar e ideas que lo hicieron tan peculiar.
Obvio que detrás de su universalización hubo una jugada marketinera, fruto de una gran empresa, a pesar de la cual, dice, “nunca busqué engañar a la gente”. Haberse transformado sin pretenderlo en una maquinaria comercial tendría un precio que hubo de pagar; pues, según lo que se aprecia aquí, Mercado podría ser cualquier cosa menos un oportunista o un negociante grosero, era un artista con especial sensibilidad, característica por la que pagó con el silencio de diez años.
Es lo que se saca de la querella con su ex asistente Bill Bakula, el cerebro detrás su mayor éxito y quien desde mediados de los noventa y por un largo período, pese a la gran amistad que había entre ellos, le impidió el uso de su propio nombre luego de haberle hecho firmar una serie de contratos con cláusulas confusas cuando Mercado se encontraba en el esplendor de su carrera.
Diez años duró el litigio judicial y después de eso Mercado ya nunca fue el mismo. Sufrió un paro cardíaco que lo hizo alejarse de las cámaras y, cambiarse de nombre hasta que aceptó filmar este documental recién estrenado por Netfflix.
Costantini y Tabsch trabajaron dos años para lograr lo que ahora vemos, un material de 96 minutos que fue culminado el 1 de noviembre de 2019, veinticuatro horas antes de que Mercado muriera de insuficiencia renal a los 87 años.
Pero, por todo lo que aquí se observa, no era Mercado un psíquico a tiempo completo, sino que, al parecer, la mayor parte del tiempo era el niño que había soplado una vez vientos milagrosos sobre la cabeza de un ave para revivirla.
Eso sucedió en los cañaverales ponceños de la infancia, donde sus vecinos pobres regaron la voz del hecho milagroso y, cuenta él mismo, poco después se empezaron a formar largas filas solo para que bendijera a los enfermos.
Después de ello, comenzó la fama que él supo solidificar con la creación de un personaje peculiar: exóticos vestidos subrayados con una manera de presentarse que fue en sí misma un verdadero enigma.
Walter Mercado, lo dice uno de los entrevistados, jugó con la ambivalencia, y eso se convertiría en su sello. Uno no sabía si era mujer u hombre cuando lo escuchaba, y tampoco servía demasiado descubrirlo en la televisión.
Definirse, al parecer, era lo que menos le importaba, según declaraciones hechas para el documental, que sirve para desarrollar la leyenda que comienza con los poderes de un niño pobre y termina con un hombre que llevó su fama hasta las colecciones públicas, como la del Museo de Historia de Miami, que una vez acogió parte de su vida, mostrando sus atuendos y fotografías.
También se le presenta como un adelantado en materia de sexualidad, aunque él apenas toque el tema diciendo que “no necesita de una persona, porque tiene sexo con la vida”. Sin embargo, el documental insiste en presentarle como una especie de adelantado de la comunidad LGTBQ+ con éxito en la televisión.
Fue este su medio para imponerse y desafiar a la sociedad vistiendo aquellas túnicas brillantes que se movían al compás de sus brazos llenos de pulsas que daban lugar a unas manos con dedos cargados de sortijas, todo en combinación con el peinado híbrido entre un corte masculino de los setenta y el de una abuela de hoy, según lo describe una de las entrevistadas.
Dándole vuelo a sus manos, ubicando la voz en la tesitura correcta, mostrando sus cualidades de orador y acentuando su androginia vestido de la forma más extravagante posible lograba el magnetismo que encantaba a las masas. Eso era Walter Mercado leyendo el horóscopo en la televisión, presagiando futuros, que nunca eran catastróficos.
“A la gante le encanta este tipo de estupideces, así que yo las aprovechaba para enseñar, ayudar, servir, para dar un hermoso mensaje de amor y paz”, se sincera en algún momento durante una de las entrevistas recogidas por el documental, que fuera estrenado en el Festival de Cine de Sundance, este año. “Soy como Dorian Grey”, dice. “Mi imagen envejece, pero yo rejuvenezco”.