Desde Radio y Televisión Española (RTVE) informaron a fines de enero que recién rescataban de los archivos un capítulo del mítico programa A fondo, dirigido y conducido por el periodista español Joaquín Soler Serrano. Se trata de la conversación apenas conocida que sostuvo con la escritora, pintora y etnóloga cubana Lydia Cabrera (La Habana, 1899 – Miami, 1991). Para lograrlo debió viajar desde Madrid a Miami.
El programa se transmitió el 17 de mayo de 1981. Había sido grabado en algún punto de Coral Gables. El propio Soler Serrano advirtió que habían tenido que irse hasta “Florida, el estado del Sol” para poder concretar lo que llevaba tiempo planeando; y subraya en su estilo elegante e informado: “Nuestra pesquisa, larga, tenaz durante años no tuvo éxito, y ya que ella no vino a España vinimos nosotros a buscarla”.
La mujer que se encuentra frente, sentada a poca distancia, tiene modales pausados y seguros. Su expresión evidenciará a lo largo de la plática un sutil sentido del humor, una recia voluntad y el conocimiento que sustenta la hidalguía de su sangre. Entre ambos se encuentran los libros que ha escrito durante largos e intensos años de investigación la entrevistada.
Cuentos Negros de Cuba, El Monte, Anagó. Vocabulario Lucumí, La sociedad secreta Abakuá, La laguna sagrada de San Joaquín, Ayapá: cuentos de Jicotea, Refranes de negros viejos… Aunque habló de otros que mantenía inéditos y no esperaba imprimir, porque “está muy cara la impresión”.
Atentos a la chara 'A fondo' de Joaquín Soler Serrano con la escritora Lydia Cabrera. La recuperamos de mayo de 1981 –> https://t.co/BPlcxZvRvU pic.twitter.com/06jOtX4pqY
— Archivo RTVE (@ArchivoRTVE) January 30, 2024
Lydia Cabrera tiene 80 años, pero un ímpetu de lozanía se impone en ella. “Soy una octogenaria muy joven”, advierte con sorna, consciente de que aquella conversación no le alcanzará para contar su trayectoria, que por mucho que hurgue en su pasado no tendrá el entrevistador todas las respuestas para explicar una vida signada también por la leyenda.
Tiene el cabello plateado y usa espejuelos de carey. Lleva un vestido con un estampado de piel de leopardo y zapatos negros. Piernas cruzadas. “Soy una persona muy tímida”, advierte, sonriente, ligeramente inclinada en el sillón, pensativa. Agrega: “Siempre he sido una persona solitaria”.
En ese momento llevaba ya 20 años en el exilio, alimentando lo que el periodista llamará la “otra Cuba”, esa que comenzaba a alejarse de “la Cuba de Fidel”, o de la “Cuba castrista”; y sobre la que la entrevistada hace poca referencias, aunque recuerda la destrucción de un proyecto que había estado hilvanando amorosamente junto a María Teresa de Rojas, Titina, en Marianao.
Ambas habrían querido transformar la Quinta de San José, la residencia compartida durante años, en un Museo en el cual el “pueblo cubano” pudiera ver la evolución de “la casa cubana”. Pero, con su salida de la isla tras la Revolución, la propiedad terminó demolida y nada se supo de los cientos de objetos que atesoraba. Era el año 1960. “Yo sabía todo lo que iba a ocurrir”, dice: “lo que me preocupaba era el histerismo…”.
En lo que sí abunda es una idea que la había fascinado desde su juventud: el enraizamiento del mundo mágico africano en esa Cuba de piedra y agua que ningún ser humano podrá alterar o desplazar del punto en que emergió, interponiéndose prometedora entre el mar Caribe y el océano Atlántico. Ante sus ojos fueron visibles vestigios insospechados, casi vírgenes de una ancestralidad profundamente asentada en la sangre de la nación: lo africano.
Era como una terca preservación de una memoria, tan fuertemente acentada que, por ejemplo “muchas cosas que se perdieron en Nigeria, se conservaban muy puras en Cuba”. Buscando testimonios para trabajos y libros que decidió escribir inspirada en sus estudios de las tradiciones orientales, entrevistó a cientos de negros, sobrevivientes de plantaciones o servicios de servidumbre en ciudades como Trinidad, La Habana y Matanzas.
En esos lugares descubrió que incluso se conservaban lenguas pretéritas como el yoruba, y seguían intactas tradiciones cuyo resguardo atribuía a que las leyes durante la esclavitud fueron “más humanas” en España, y por consecuencia, en la isla, gracias al “temperamento del español”. Hay una frase referida por un antiguo esclavo a la investigadora que dice mucho más que lo que expresa: “No, niña, que va, si en esos tiempos estábamos muy bien”.
La conexión con el mundo mágico de los negros africanos había sido tan poderosa en la isla, que Cabrera estaba convencida de que aquella herencia africana, “los dioses”, también se habían trasladado al exilio y que ciudades como Miami o Nueva York se habían llenado de templos lucumí y Nzo Ngangas, de magia conga. Aseguraba aún más: que muchos compatriotas regresaban al lugar que habían dejado únicamente por la idea de “iniciarse” en ese fascinante mundo de espiritualidad.
Como apuntaba Serrano, apoyándose en una cita sacada de los libros de la investigadora, para un tipo de personas la vida es algo que hay que proteger por medios mágicos y mucha gente necesita estos poderes también para sobrevivir en tierra extraña.
La investigación de aquel cosmos determinó el futuro de Lydia Cabrera, consolidó su fama y le dio un lugar especial en la propia literatura. No por casualidad, a la hora de establecer una especie ejemplificación del canon de la voz insular, Guillermo Cabrera Infante la ubica desde finales de los sesenta junto a José Martí, José Lezama Lima, Virgilio Piñera, Lino Novás Calvo, Alejo Carpentier y Nicolás Guillén.
Lydia Cabrera nació el 20 de mayo, dos años antes de que la historia marcara la fecha para la isla. Por eso, consideraba su nacimiento “una alegría de la independencia”, ya que “no estaba programada”. Fue la menor de ocho hermanos. Entre ellos Emma era su preferida y tal vez Esther, quien estuvo casada hasta su muerte con Fernando Ortiz, afianzó sin quererlo la relación con quien sería su iniciador “en el gusto del folclore afrocubano”[1].
Su infancia transcurrió en una casa de la calle Galiano imposible de rastrear hoy (me dicen), en cuya biblioteca, la de su padre, aprendió a leer, un ejercicio forjado en sus constantes visitas a imprenta de Cuba y América, la revista que fundara en Nueva York su padre, Raimundo Cabrera, que era abogado, escritor, periodista, fundador del Partido Autonomista y presidente la Sociedad Económica amigos del País. “Un tipo interesante mi viejo”, dice.
Acompañó a su hermana Emma a clases en San Alejandro y consolidó una vocación artística con amigos de la familia, como el pintor Leopoldo Romañach, que solía trabajar en la propia casa de los Cabrera. Luego se fue a Francia, donde llegó a tener un estudio de pintura que abandonó cuando comprendió que debía dedicarse a la investigación y a la literatura. Había comprendido que su país escondía un mundo inexplorado del que ella quería dar testimonio. “Yo siempre digo y repito que uno nunca ve lo que tiene cerca”.
El Monte fue su “deslumbramiento”, la enciclopedia donde nos mostró que “los santos” no están en el cielo, sino “en el monte”. Pero, además, escribió decenas de narraciones y fábulas ligadas al mundo místico y animal. “El folclore animal en Cuba es riquísimo”, dice a su entrevistador, quien ha llamado la atención sobre cuentos en los cuales advierte una abundancia de historias de animales, y brevemente establece una analogía con Rudyard Kipling, el célebre autor inglés al que la autora llegó a conocer en un balneario checo en 1937.
Para Fernando Ortiz, textos como Cuentos Negros en Cuba abren “un nuevo capítulo folklórico en la literatura cubana”. La aseveración fue hecha en el prólogo de la edición cubana, en 1940, donde explica que “a estas historias-fabulas imaginadas en un lenguaje africano (yoruba, ewe o bantú), han sido llevadas a un “idioma amestizado y dialectal de los negros criollos” sobre el que cabrera trabajó, en lo que denomina “una segunda traducción”.
Se trata, apunta Ortiz, de una tarea “difícil, pero leal”, que dio lugar a “un nuevo aparte a la literatura folclórica en Cuba” gracias a la “espontaneidad de su poesía y de su arte” y a que eran narraciones “cundidas de fantasía” que llegaban a la isla precedida de un gran éxito gracias a su edición, en francés, en 1936, gracias a Gallimard.
Ya en la revista Estudios afrocubanos, vocera de La sociedad de estudios afrocubanos cuyo presidente era el propio Ortiz, se había publicado en 1938 uno de aquellos cuentos de Lydia Cabrera (“Susundamba”, dedicado a Alejo Carpentier.), aunque este no está incluido en el libro. Esas historias fueron escritas por casualidad, dijo “para divertir a Teresa de la Parra, la venezolana que era muy amiga mía”.
“Los Cuentos Negros de Lydia Cabrera constituyen una obra única en nuestra literatura. Aportan un acento nuevo. Son de una deslumbradora originalidad. Sitúan la mitología antillana en la categoría de los valores universales. Y si me hacen evocar los nombres de Kipling, lord Dunsany y Selma Lagerlöf, es porque, con remotas e involuntarias analogías de propósitos, “soportan la comparación” con ciertos relatos de estos autores”, aseguró Carpentier, a poco de salir la edición francesa.
Lydia Cabrera murió en Miami diez años después de la entrevista con Soler Serrano. En testimonio recogido por la investigadora Madeline Cámara, su amiga y albacea Isabel Castellanos cuenta que se fue apagando de a poquito tras semanas padeciendo una grave degeneración macular de la retina que le había ido deteriorado su actividad, su trabajo “y el gran entretenimiento que para ella eran pintar, escribir, leer”[2].
La noche de la muerte, en medio de su serenidad, Lydia Cabrera murmuró una palabra tímida: “¡La Habana!” Su amiga quiso saber qué había dicho, y repitió el nombre de la ciudad que la había visto nacer con el inicio del siglo XX. “¿Que usted está en La Habana?”, dice que le preguntó Castellanos, a lo que la escritora respondió con una afirmación nostálgica y definitiva.
“¿De dónde ha sacado toda esa historia?”, preguntaba Lydia Cabrera durante la entrevista. “Pues de los archivos”, respondo junto a Soler Serrano.
Fuentes:
“Susundamba”, Lydia Cabrera: en Estudios Afrocubanos, N.1 Vol. II, 1938, pág. 58.
Cuentos Negros de Cuba, Lydia Cabrera, La Habana, La Verónica, 1940, edición digital.
“La muerte de Trotsky referida por varios escritores cubanos, años después- o antes”, en: Tres Tristes Tigres, Guillermo Cabrera Infante, Biblioteca Ayacucho, 1990.
Alejo Carpentier, “Cuentos Negros de Lydia Cabrera”, en: Carteles, La Habana, 28 (41), p. 40, Octubre 11 de 1936, consultado en: https://lacasaeditora.org/los-cuentos-negros-de-lydia-cabrera-por-alejo-carpentier/
Notas:
[1] Fernando Ortiz, en “Prejuicio” a Cuentos Negros de Cuba. La Habana, 1940.
[2] Testimonio leído en: “Diosas de ébano para Cuentos negros de Cuba de Lydia Cabrera”, tesis doctoral de María Goretti Sánchez, edición digital.
Mi respeto a esta señora, ejemplo de investigadora de la ciencia etnográfica muy cubana y de un sector muy importante en este país. ( continúa)
Saludos, en ese sector de la cultura africana en Cuba, No 1 Fernando Ortiz , No 2 Lidia Cabrera, No 3 Rogelio Martinez Fure. El resto forman parte del paisaje criollo.