En septiembre de 1961 los “muchachos” de Lunes de Revolución, el magazín que había impactado en los medios intelectuales, y a los lectores cubanos desde su estreno el 23 de marzo de 1959 (“No somos comunistas, tampoco anticomunistas”), se encontraban bastante desalentados. Pese a esto, sacaban fuerzas para mantener viva su lucha contra fanáticos y burócratas prolongados.
El final había sido intuido en las reuniones de la Biblioteca Nacional, donde Fidel Castro expresó su “dentro de la Revolución todo, contra la Revolución nada”. Incluso desde antes algunos “cerebros” del Consejo Nacional de Cultura, las ORI y otros departamentos, los tenían entre ceja y ceja. Todo parecía cuestión de tiempo, pero nadie precisaba cuánto iba a demorar.
Pese a esto, además de números que divulgaban la vida y cultura de los países socialistas, sus colaboradores y directivos soltaban ediciones como la dedicada a Ediciones R mediante la que exponían sus ideas sobre la vida nacional, aun cuando solo hablaran de poesía y crítica literaria.
“¿Qué ocurre en Cuba que cada vez hay menos críticos y, por supuesto, menos crítica? Nosotros no pedimos que sea buena, ni siquiera que sea imparcial, objetiva o como quiera que se llame eso de decirle al pan pan y al vino vino – o viceversa –, pedimos simplemente, con humildad, que exista.”, preguntaba el editorial del 25 se septiembre.
Era esta, acaso, una de las razones para que el lector, un argentino radicado en La Habana, estuviera convencido de que Lunes, con ese estilo directo y subversivo, tendría en cambio una vida prolongada. Se llamaba John William Cooke y, además, era una figura clave del peronismo.
Cooke escribía muchas cartas cada día con el objetivo de promover su causa política. Una de ellas, fechada el 28 de septiembre del 61, está dirigida a su colega y amigo, el escritor Juan José Hernández Arregui. Le pide libros, libros para escribir y apoyar su propósito de exponer la circunstancia de su movimiento político entre los cubanos, libros para que los propios cubanos conozcan el peronismo mediante alguno de sus escritores.
Para el magazín la importancia de esta carta consiste en que, pese a ser enviada cuando apenas le quedaban ediciones (el número final corresponde al 6 de noviembre), Cooke lo seguía señalando como uno de los tres espacios vitales para la difusión cultural e intelectual en Cuba. Los otros dos eran Casa de las Américas y la Imprenta Nacional. Por esta causa, pedía a Arregui enviar directamente al director del magazín, Guillermo Cabrera Infante, bibliografía escrita por autores peronistas.
Un año antes, Cooke había publicado en Lunes… el ensayo “La revolución y su ética”, texto que abre la edición del 12 se septiembre de 1960, donde se reúnen voces distintas, como casi siempre, y por eso allí están juntos él y Lezama Lima, Edmundo Desnoes, Oscar Hurtado, Virgilio Piñera, José Álvarez Baragaño y algunos más como Henri Alleg, Picasso o Edgar Varese.
Para esa edición Cooke es presentado a los lectores como “el más prestigioso de los lideres peronistas”, “estudioso de la política” y “seguro conocedor del marxismo”. Además, agregaron que se trataba de un “amigo personal de Sartre” y “lector de todo el pensamiento político de la izquierda europea”, quien, sin embargo, mostraba ideas originales”. La prueba era el artículo mismo que estaban reproduciendo.
Cooke planteaba opiniones relacionadas con la esencia de la revolución cubana y su contraposición a declaraciones del secretario de defensa estadounidense Charles Wilson.
Recupero esta idea: “En la democracia revolucionaria, la cohesión no es mecánica: emana de una voluntad nacional unida en propósitos concretos de beneficio común. Entre el pueblo y el gobierno no hay contradicción posible, porque ambos ejecutan conjuntamente planes conocidos por todos, que persiguen la eliminación de los privilegios.”
Pero, además de analizar la circunstancia cubana y propagar sus ideas políticas, Cooke deseaba que sus compañeros peronistas fueran leídos y conocidos en Cuba, que tomaran las páginas del magazín, sobre todo luego de advertir un “problema” expuesto también a Arregui en su carta de septiembre. Según lo atestiguado por él, en Cuba se desconocía a los intelectuales argentinos que, como ellos, “no pertenecen a los grupos que han tenido siempre montada su maquinaria de difusión y propaganda”.
Según explica, al llegar a La Habana había encontrado que Lunes de Revolución hablaba todos los días de escritores como Eduardo González Lanuza (fundador de Prisma, junto a Borges), de Victoria Ocampo (la impulsora de Sur), de (Graziella) Peyrou o el mismo Borges. “El único escritor no perteneciente a ese círculo que se conocía era Martínez Estrada, que el año pasado ganó el concurso de Casa de las Américas”. Todos estos compatriotas suyos tenían un punto en común, eran antiperonistas.
Sin embargo, Cooke exageró un poco. Lunes apenas publicaba o comentaba la obra de dichos escritores, y cuando lo hizo antepuso sus cualidades literarias sobre cualquier otra actitud. Solo de Borges había escrito y publicado con algo más de abundancia, a propósito de la edición del 31 de agosto en el año 59, un número especial dedicado a los sesenta años del escritor que, editorial mediante, sabemos que era considerado como “el más importante escritor de habla española de este siglo”. El criterio en sí dice bastante del sistema ideoestético de los directivos y colaboradores.
En tanto, Graziella Peurou, la hermana del escritor Manuel Peyrou, era recurrente en revistas literarias cubanas desde Orígenes, al parecer, gracias a Virgilio Piñera, que había sido su amigo durante la estadía en Buenos Aires, iniciada, por cierto, cuando Perón ganó las elecciones del 46.
Pero Cooke pensaba otra cosa, pensaba que los escritores antiperonistas se había ganado el corazón de los cubanos desde hacía mucho y su plan, “aprobado” consistía en invitar a intelectuales a fines a su movimiento, entre las cuales se encontraba Arregi, pero también José María Rosa, Vicente C. Trípoli, Reynaldo Frigerio (hermano de Marta Lynch) o Fermín Chávez, etc. Por eso le enviaba la dirección y los contactos de los espacios que, para él, representaban puntos neurálgicos en la propagación de cultura e ideología.
En el momento en que escribe la carta, Cooke era conocido entre las élites cubanas debido a su persistente actividad política en el Río de La Plata, razón que lo había obligado a exiliarse en La Habana.
Junto a su esposa, Alicia Eguren, Cooke no demoró en integrarse a grupos intelectuales y a las milicias con las cuales desfiló en la Plaza de la Revolución, donde un extraño sentimiento lo estremecía permitiéndole fantasear con su tierra y sus luchas luego de participar en Playa Girón como voluntario.
Si algo le pasaba frecuentemente era que en lugar de Fidel veía a Perón en la tribuna y este espejismo lo lanzaba directamente a la Plaza de Mayo, porque “Nada hay más parecido a un mitin en la plaza cívica de La Habana que uno de nuestros actos en la Plaza de Mayo: el magnetismo del líder, la respuesta de la masa, la rápida comprensión popular de los planteos…”, escribía al mismísimo General, afincado para la fecha en el Madrid de Franco.
En La Habana, Cooke promovía las ideas de Perón y la causa del movimiento. Incluso intentó que el General se asentara en La Habana, propuesta nunca aceptada por este, sin embargo. Se entrevistaba con funcionarios, dirigentes e intelectuales, dictaba conferencias, ofrecía entrevistas, escribía cartas a líderes de paso y juntaba amigos, como el anarquista español Abraham Guillén, teórico de la guerra de guerrillas con quien había hecho amistad en los tiempos de la resistencia peronista.
Cook parece haber sido un revolucionario convencido que no logró radicalizar a la izquierda el peronismo, tal como aspiraba. Y cuando estaba a punto de morir de cáncer después de haber fumado tanto, pidió donar todos sus órganos. “Ya que no he podido, por medio de una muerte heroica, contribuir a la solución revolucionaria de nuestro drama americano, al menos podré ayudar a resolver algún problema individual, servir para la práctica de los estudiantes de medicina, etc”.
Para la fecha, 1968, Lunes de Revolución tampoco existía y, de sus responsables, los afincados en Cuba eran criticados severamente en la revista de las Fuerzas Armadas por un tal Leopoldo Ávila.