Me crucé con María Kodama apenas quince días atrás. A las ocho de la mañana ella estaba con el brazo levantado y toda su indumentaria de reminiscencia asiática a la espera de un taxi. Yo cruzaba la calle y dudaba. No pude evitar mirarla para estar seguro de que fuera quien creí.
Parecía fresca como una legumbre y se notaba joven, muy joven, demasiado joven teniendo en cuenta que uno googlea: María Kodama-edad y Google te responde que tiene 464 años. Por suerte, ya lo compusieron y ahora dicen que tiene 82. Pero ese día, viéndola, no pensé en su edad sino en Borges, Jorge Luis Borges (1899-1986) con quien acabó casada el mismo día del accidente en Chernóbil.
Borges fue dejándola entrar en su corazón lentamente, según sugieren las anotaciones que Adolfo Bioy Casares hace en su diario: “Lunes, 29 de septiembre, 1975: Comen en casa Borges y María Kodama. Borges interrumpió el tratamiento de su médico por la (secreta) implantación que le hizo el médico de Claude Hornos. Ahora está tembloroso, inseguro, irritado”; “Jueves, 5 de enero, 1978: Comen en casa Borges y María; ésta, tensa por una apendicitis que no se calma”; “Martes, 24 de octubre, 1978: Parece que María tiene amigos que le aconsejan alejarse de Borges, para así lograr su verdadera personalidad”.
Bioy escribía tanto de él como de su amigo Borges en esa bitácora existencial con aires de WikiLeaks. De otra manera sería imposible entender un libro de 1600 páginas titulado Borges (Destino, 2016), impreso gracias a las menciones que Bioy Casares hizo sobre el autor de El Aleph (1949).
Las referencias a las mujeres de Borges son muchas. La primera a Kodama se remonta a 1962, cuando su amigo asiste a una de las tantas cenas con ella. “Viernes 25 de octubre del 63: Comen en casa Borges y María Kodama. Hablan de que el año próximo tal vez inicien el estudio del islandés”.
Pero, el nombre de Jorge Luis Borges surge mentado apenas siete meses después de haber comenzado esta bitácora, en mayo de 1947. El domingo 28 de diciembre Bioy Casares confiesa a su esposa Silvina Ocampo que cada uno tiene un tema, al que siempre vuelve, el suyo es Borges, “la repetición infinita”.
Bioy Casares y Borges se habían conocido en 1931, cuando este integró el comité de redacción de la revista Sur. En 1940 el autor de Historia universal de la infamia (1935) fue uno de los padrinos en bodas de la pareja Bioy-Ocampo y, desde entonces, se hizo habitual, casi constante, que los frecuentara.
Una de las expresiones más reiteradas: “Come en casa Borges”, síntesis de reuniones casi siempre animadas por la literatura, aunque era normal que el grupo despachara a escritores, políticos, amigos o situaciones de cualquier clase.
Escuchando una motocicleta, en abril del 60, suelta Borges: “Sin duda la frase ‘salió a los pedos’ es anterior a las motocicletas; sin embargo, parece inventadas para ellas: es un caso de futurismo idiomático”. En el 62 le proponen a Eduardo Mallea firmar un manifiesto político y responde que es un escritor, no un carpintero para firmar cualquier cosa. Comenta Borges: “Que despreciativo con sus colegas. Querría redactar los manifiestos y que los otros los firmaran como carpinteros. Dice que él no va a firmar cualquier cosa. Firma, sin embargo, sus novelas”.
El humor de Borges, una mezcla de erudición y sarcasmo infantil, le sacaba toda clase de ocurrencias que Bioy Casares no pasaba inadvertidas, porque su diario es como el del Fugitivo de su famosa novela La invención de Morel (1940), o peor, tal vez, en verdad, fuera su monstruo secreto al que alimentaba lentamente con los más exquisitos y desconcertantes trozos de la realidad.
De modo que el libro Borges se torna una especie de WikiLeaks en la cual emergen, como es de esperar, conversaciones triviales que solo pertenecen a la intimidad de los amigos o ideas que no hacen más que poner en la picota tanto al escritor que apunta -quien no deja escapar nada- como al escritor del que anota, su amigo sin suerte para los premios, siempre compartidos, con Samuel Beckett o Gerardo Diego; o desplazado por Yorgos Seferis.
Aunque amigo fiel, en vida, y pese a haber dicho que era un privilegiado por contar con la amistad de Borges, hay también mucho del discípulo enfermizo o siniestro atraído por las miserias del compañero. Repara demasiado Bioy Casares en los detalles que no hacen más que corroer la figura del otro en la medida en que este se va deteriorando como se desmorona asimismo la suya: “Borges se quita la dentadura, la pone bajo el chorro de agua, la inserta de nuevo, se seca las manos y considera que se lavó para ir a la mesa” (abril, 61).
Su obsesión por detalles ordinarios parece anterior al declive físico y a esta misma anotación hecha cuando Borges era un hombre de apenas 62 años y dirige la Biblioteca Nacional Argentina, cargo desde el cual, por cierto, se ve obligado a despedir trabajadores, como aquí queda dicho. Del Ministerio le llegaban formularios para calificar a los empleados: “El propósito es echar a los peores. Nos obligan a ser verdugos. Y lo peor es que nos dicen que no cobraremos el sueldo si no contestamos”.
Ya desde el 10 de noviembre del 59 Bioy Casares ha escrito: “La nueva dentadura le ha cambiado la cara. El arco donde debería ir el bigote está más redondo, más señalado”. El 15: “Las úlceras lo acosan”. En otra ocasión: “Después de su viaje en tren no se bañó. Cuando le prepararon el baño, lo sorteó con evasivas”. (1963) Y sigue: “Hoy no orinó en la letrina, sino en el piso. Por esa mala puntería, con dolor en el alma lo he desviado de mi baño a otro que nadie usa.” (1966)
María Kodama se enojó con razón cuando publicaron este “fragmento” de los diarios de Adolfo Bioy Casares convertido en un inmenso libro. Lo llamó “traidor y cobarde”, haciéndose eco de las palabras de Borges quien, dijo ella, le había llamado así alguna vez, dejando los vocablos correctamente archivados en su estantería mental para que los usara en el momento oportuno.
“Febrero de 1987: Creo que con María podía sentirse muy solo (…) Según Silvina, Borges partió a Ginebra y se casó para mostrarse independiente. Yo agregaría: ‘viajó para mostrarse independiente y, de paso, para no contrariar a María’”.
María Kodama se casó con Jorge Luis Borges dos meses antes de su muerte. Para este hecho, quizá encuentre uno respuesta en la madre de Borges, ese ser imprescindible para él, esa mujer tan necesaria y horrendamente influyente en su vida privada. Fue ella quien, aludiendo el casamiento de Manuel Peyrou, escritor y amigo tanto de Bioy como de Borges, dijo: “Se creyó muy enfermo y para que esa mujer no se quedara sin nada, se casó”.
También Jorge Luis tendría la palabra ahora, porque: “A las mujeres de cada uno no las elige cada uno, sino la vida”. (1960)