En la ciudad de Holguín, la pasada semana, murió el reconocido y respetado locutor de la radio provincial Osvaldo Aguilera González. El hecho me hizo pensar en las voces que lo han marcado a uno –voces de locutores, quiero decir. Porque indagar en los timbres que en la memoria quedan retenidos es tarea mayor y complicada cuyo repaso demanda de la sociología y la psicología.
Pensaba en la relación que existe entre ciertos tonos y determinados momentos cuya conjugación se vuelve estados de ánimo inolvidables.
Una voz puede ser también el golpe a la interpretación que de un acontecimiento trasciende en la memoria. El simple hecho de volver a escucharla nos obliga a repasar la vida completa en un minuto, como el personaje de Ambrose Bierce al pie de la horca. Incluso, hay situaciones que cobran el acento puesto por la voz con la cual lo conectemos. Pensándolo un poco, la vida de cualquiera está demasiado marcada por voces de gente que tal vez ni siquiera llegamos a conocer, pese a su importancia.
En el caso del locutor radial que he mencionado, no fue un desconocido para mí. Lo conocí en persona y puedo dar fe de su amabilidad como persona y entrega en la locución. Ningún amante de la radio en esa ciudad ha sido del todo ajeno a ese tono grave y terso, a su cuidada articulación. Sigue siendo la voz que identifica la emisora provincial CMKO Radio Angulo. Cada hora, mínimo media, o por periodos de quince minutos, creo, se escucha todavía algo parecido a la frase: “Esta es CMKO, desde Holguín, Cuba.”
Aunque popularizó más de un programa, muchos habrán terminado asociándolo con espacios específicos. Durante décadas ofreció los servicios de noticias en una revista vespertina y las mañanas de domingo fueron suyas por bastante tiempo. Domingo de todos se llamaba el programa en el que hablaba y ponía música diversa, en especial, de los tiempos en que nadie recababa. De ese modo, con cantantes olvidados y marcados algunas veces en las listas negras del ICRT buscaba alegrar los amaneceres de gente perdida en remotos parajes e, incluso, pérdida en medio de la ciudad.
Pero, ahora mismo no recuerdo si escuché por vez primera su voz un domingo o en aquel lejano espacio vespertino llamado Dígame y algo más, que tendrán en la mente, sobre todo, los holguineros mayores, porque es espacio tan antiguo que apenas yo mismo recuerdo. O, acaso este programa pertenecía por completo a otro locutor fallecido hace algún tiempo, pero presente también en la memoria auditiva de los radialistas, el gran Rafael Peña Santana.
Peña Santana y Osvaldo Aguilera contaban con voces que uno escuchaba con frecuencia en la radio provincial, tan llena de tonos peculiares, como los de Néstor Salazar o Emma García, Alicia González Diéguez o Carlos Russo. Incluso algunos de los locutores de edad menor se vieron influenciados por estos, aunque reinventándolo todo saltaban a escenarios y contextos nacionales para marcar a una audiencia mayor, como ocurrió a principio de los noventa con Joaquín Mulén.
También Mulén hubo de volverse equivalencia sonora para muchos cubanos, primero en los amaneceres por su espectacular manera de conducir Haciendo Radio, en Radio Rebelde, y luego en Cubavisión desde donde dio otro vuelo a la música bailable, y al mismísimo periodo especial, mediante aquel memorable programa llamado: Mi salsa.
Por cierto, junto a Mulén, en los años de Haciendo Radio se escuchaba a una mujer cuya manera de hablar se nos hizo aun más familiar luego, porque Etecsa la eligió para que fuese su asistente de por vida. Tal vez eso haya cambiado, pero el timbre de Ana Margarita Gil, de quien no podría decir destino o paradero, está conectado con un número fuera de servicio o una línea ocupada y hay que marcarla otra vez.
Una gran voz no es necesaria para ganarse la atención de las audiencias, bastan otras características como el carisma, la buena dicción y, fundamentalmente, el hecho de contar con una cultura que permita la salvación en momentos que parecen insalvables. Esto se sabe, y afirma a otra clase de animadores o locutores que en Cuba hicieron historia sin que hubieran contado con voces tronantes para impactar.
Ha sido el caso del increíble German Pinelli, de Consuelito Vidal (aunque, linda voz sí tenía), incluso de Carlos Otero, o, para regresar a la radio, de Franco Carbón, compatriota, por cierto, del propio Aguilera González. Ambos nacieron en Banes, esa peculiar región de la cual no solo proceden Fulgencio Batista o el poeta Gastón Baquero. Banes es una zona de estudio, no solo por su potencial arqueológico.
Volviendo a Carbón, se convirtió en la identidad de las revistas culturales en Radio Rebelde. Tenía estilo vertiginoso y, por lo mismo, puso de moda otra manera de decir en la radio. De alguna manera adelantaba la realidad: ¡el ritmo de la vida es ese! Mil horas en 24. Su manera de comunicarse con los oyentes contrastaba con el de Cesar Arredondo, el hombre de las noticias radiales, la voz de los editoriales en el Periodo especial, aquel que sacaba la fuerza de donde no la tenía, porque muchas veces atravesaba La Habana en bicicleta para luego ponerle el dramatismo que necesitaba un aviso oficial en los peores años de la crisis y para estremecernos con aquello de: “Bueeenaaaas noooches, Cubaaaaa”.
Voces hay muchas que se conectan con los anuncios oficiales. Es lo que sucede con Serrano, cuyo bigote se ha vuelto el símbolo nietzscheano de la locución. Pero, antes, estuvieron Manolo Ortega, un gran profesional que había pasado de avisar la cerveza Hatuey a Fidel Castro; incluso, más cerca en el tiempo, no lo olvido yo: Talía González. A Talía la vimos en aquellas tribunas sábado tras sábado, y a veces durante la semana. Por ella vi al comandante Juan Almeida gritar en el municipio Calixto García, no su famosa frase de “¡Aquí no se rinde nadie!”, sino: “¡Que viva Talía, cojones! Así es de potente el furor que causan ciertas voces de la locución nacional.
Los narradores deportivos no han sido menos; por ahí habrá más de un infartado por culpa de René Navarro, o todavía alguien habrá de pelearse por lo que dijeron Eddy Martín y Héctor Rodríguez en aquel juego de pelota. Incluso, le vendrán a la mente Series Nacionales, Panamericanos, Olimpiadas a las que dieron tanta vida Boby Salamanca, Roberto Pacheco y Julita Osendi que los mismos atletas en sus respectivos terrenos.
Hay demasiadas voces almacenadas en la memoria colectiva, tantas como un aleph sonoro, voces de gente ajena que pierden la forma para transformarse en eso: un registro sonoro íntimo que, de activarse, disparan recuerdos y sentimientos contradictorios que ya no se pueden borrar.