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Por Buenos Aires estuvo hace unos días el escritor mexicano Uri Bleier, que presentó durante la Feria Internacional del Libro su novela Esta cuerpa mía, libro de doscientas y tantas páginas editado por Alfaguara este mismo año. Con él Bleier se estrena en la literatura y en ella, según reseñas, cuenta la historia de Mónica, una transexual que regresa a Tijuana luego de haber sido estafada por un grupo de tratantes.
Bleier compartió una mesa de escritores junto al cubano Marcial Gala y al uruguayo Diego Recoba. Al final de la charla leyó un fragmento de su libro. Por lo que escuché, se trata de una narración donde la oralidad confiere el verdadero tono a la historia. Esta ha sido tomada del habla que “viene de Iztapalapa”, como leo que ha dicho el autor, quien apunta que también esa voz le llega de las entrañas de la familia, de la expresión maternal y la dolorosa consciencia que alcanza el personaje.
Las presentaciones que hizo Uri Bleier de sí, tanto en el panel como en los distintos medios donde se le ve, coinciden en ciertos puntos: “Nací chilango, judío y joto. Ambas tres, a mucha honra”, se lee en su perfil de autor en la web de Penguin Books. Es graduado de Negocios Internacionales por la Universidad Iberoamericana de México e hizo una maestría en Negocios y Administración de Fútbol por el instituto Johan Cruyff.
De todas las cosas que dijo, sin embargo, me interesó otro dato: “Vivo entre la Ciudad de México y La Habana”. Entonces me acerqué para saber un poco más de él, de su obra, y de su conexión con la isla de Cuba.

¿Cómo es esta relación con Cuba?
Hace unos ocho años que comencé a ir con frecuencia a Cuba. Desde hace dos o tres, paso la mayor parte del tiempo en La Habana. Divido mis días entre La Habana y la Ciudad de México. Allí estoy escribiendo también una novela que transcurre en Cuba, así que paso mucho tiempo investigando, entrevistando, construyendo la historia.
¿De qué manera decides residir en La Habana?
Fui con un amigo y, casi por azar, terminé en casa de una chica —que en ese momento no era mi amiga, pero luego lo fue—, una artista visual y fotógrafa que hoy vive en Madrid. Ese mismo fin de semana me presentó a su grupo de amigos: más jóvenes que yo, todos vinculados al arte o a la arquitectura. Fue increíble encontrarme con esas personas en un contexto tan distinto al de Ciudad de México. Tenían un conocimiento impresionante, una energía vital enorme. Hablaban de temas profundos, sin salir de Cuba. Para mí fue un impacto llegar a una ciudad con gente que, en apariencia, vivía muy encerrada, pero cuyos intereses y conversaciones traspasaban cualquier frontera. Hablaban de artistas internacionales, contaban anécdotas y chismes como si los hubieran vivido. Fue muy fértil. Al menos ese es el recuerdo que guardo. Eso fue lo que me hizo volver.
¿Y eso fue durante la pandemia?
Mucho antes. Era la época de Obama.
Entonces llegaste en ese momento en el cual Cuba vivía, digamos, una ola esperanzadora.
Exactamente. Era una sensación increíble. Había euforia, fervor, una energía en la calle; esa pasión típica de Latinoamérica, pero en el caso cubano, completamente desbordada. Era hermoso. Tengo muy presente ese recuerdo. Fue una época muy fértil para hablar de arte, de ideas, de creación.
¿Y debe algo esta novela a esta experiencia cubana?
Absolutamente nada. Editaba o escribía en Cuba, pero esta es una historia completamente mexicana.
Te lo preguntaba porque la literatura cubana tiene escritores que han sobresalido precisamente por trabajar personajes y ambientes similares a los que tú abordas. Pienso en Severo Sarduy, Reinaldo Arenas…
Oh, por supuesto. Bueno, veamos… Sin proponérmelo, sí es cierto que cuando presenté el libro, un crítico me dijo algo muy interesante, algo en lo que no había reparado. Me dijo: “Hay una relación corporal, la forma en que se trata el cuerpo en esta novela, que es mucho más caribeña que mexicana”. Y claro, ahí caí en cuenta y pensé: “Cuba está más en mí de lo que creía“.
Después, otro escritor chileno, Pablo Simonetti, me comentó que había algo extraño en mi construcción de las oraciones, que le recordaba a cierta zona de España —yo no distingo bien los acentos—. Y otra vez volví a notar que, aunque trabajo una oralidad que parece muy mexicana, se cuelan inflexiones cubanas. Sobre todo porque en Cuba el español se acerca más al inglés en ciertos aspectos. Así que sí, hay más Cuba en mí de lo que muchas veces puedo reconocer a simple vista.
¿Cómo llegas a la escritura?
Bueno, primero, justamente por Cuba me empezaron a interesar mucho las artes plásticas. Empecé a producir obras, y siempre de una u otra manera el texto estaba muy metido en ellas. Me interesaba el texto, la palabra. Después, viviendo fuera, en Australia, algún tiempo, empecé a inscribirme a talleres literarios y ahí me dije “uh, espera, creo que este es el medio que más me interesa”.
Perdón, ¿eres artista plástico?
Bueno, lo fui en su momento y, claro, lo dejé de ser. No sé si uno deja de ser algo.
Pero te expresas también a través de la pintura.
Sobre todo a través de las artes visuales como instalación. Dediqué a eso varios años de mi vida.

¿Y de profesión, estudiaste…?
Negocios internacionales. Nada que ver. Una cosa terrible.
Ya que estás en Cuba, ¿tienes algún tipo de conexión con algunos escritores cubanos? Muertos o vivos, no importa.
Bueno, con los muertos sí. Reinaldo Arenas me parece increíble. Creo que a Lezama Lima también hay que leerlo, y a Virgilio Piñera, por supuesto.
Pero me gusta hablar también de los vivos. Elaine Vilar Madruga me parece increíble; escribe de una forma que me fascina y, además, nos llevamos muy bien. Marta Cadenas —Marta Luisa Hernández Cadenas, o Martica Minipunto— también me parece una autora extraordinaria. Todo lo que hace, desde sus obras de teatro hasta sus performances y su poesía, me resulta muy potente.
¿Y Cuba qué te parece ahora? ¿Cómo la ves?
Es complejo. Lo más interesante de Cuba es que, cada vez que voy, la entiendo menos. No hay manera de comprenderla del todo; uno tiene que estar dispuesto a abrazar esa complejidad constantemente. Me parece un territorio muy fértil para escribir. Por un lado, es muy triste lo que está pasando, pero por otro, también percibo una esperanza —una que yo siento, personalmente— como si algo se estuviera abriendo desde otro lugar.
Es extraño, porque no soy cubano, y cuando digo que siento cierta apertura o que algo podría estar cambiando, entiendo perfectamente a quienes responden que no, que todo sigue igual. Es muy difícil separar la pasión cuando se habla de un país, y más aún si es el tuyo. Lo que más me entristece es que ya no percibo alegría en las calles. Esa sensación de pesimismo… creo que es la primera vez que la noto en Cuba.