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En nuestro recorrido por la Isla de la Juventud fuimos creando un mapa de lugares y personas. Historias que se enlazan con mi familia y con la de mucha gente que pasó por allí. Entre ellos está Córdova. Todo el mundo lo conoce. Solo hay que mencionar su apellido para que la gente, automáticamente, diga: “¡El geólogo!” como si fuera el único de toda la Isla. Córdova me dijo que él no había sido el único, ni el mejor de los geólogos que trabajaron en la Isla de la Juventud. Pero muchos se fueron y él se quedó, trabajando por años para aquella Revolución.

A Córdova lo fuimos a ver a su finca, en La Demajagua. Cerca de la antigua pollera, El Geólogo tiene su pequeño paraíso. Como éramos sus invitados espaciales quiso que nos viéramos allí donde crece el café que luego nos brindaría en su casa.
Nosotros veníamos de pasar tres días en el Hotel Colony. Después de tanta playa y piscina, los niños estaban emocionados por la idea de un paseo en el campo entre guayabas, limones y abejas.
José Tomás Córdova nació en Jobo Dulce, un pueblito a la entrada de Baracoa. Luego estudió en la Ciudad Escolar Camilo Cienfuegos en Manzanillo y se fue a alfabetizar. Después de enseñar a leer y a escribir a otros, terminó la secundaria y se hizo técnico agrónomo. Comenzó a estudiar Agronomía en la Universidad, pero no le gustó el perfil pecuario y pidió una beca para estudiar geología en Rumanía.
Estaba en Checoslovaquia haciendo lo que se llamaba “una actualización”. En el año 81 se montó en el avión para regresar a Cuba y su regalo fue que lo mandaron para la Isla de la Juventud por 6 meses. Su tarea era hacer un proyecto para reabrir la cantera de Punta de Colombo. Cuando terminó su misión ya se había enamorado de la Isla Joven y se quedó para siempre.
A la primera persona que Córdova conoció en la Isla fue a mi madre. Se vieron en el aeropuerto, él llegaba y ella despedía a mi abuela, que se iba para La Habana. Mi mamá lo invitó a su casa y allí le presentó a su amiga Carmen Tejedor, que vivía con ella. Córdova y mi tía Carmita se empataron. Luego nació Augusto. Cuando se divorció de Carmita lo mandaron para Pinar del Río y allí estuvo desde el 84 al 90. “Cuando regresé a la Isla ya no estaban ni tu mamá, ni tu papá; tu tía se había ido y tu tío, que era medio loco, tampoco estaba, tu abuelo ya se había muerto”.

Después de toda una vida trabajando, Córdova se jubiló en la Geominera cuando cumplió 65 años, con la “ley vieja”. Pero se dio cuenta de que ese salario era para “morirse de hambre” y se reincorporó, como mucha gente hace. Trabajó en el Servicio Geológico Nacional durante un año, hasta que lo llamaron de la Oficina Nacional de Recursos Minerales para que atendiera a la Isla de la Juventud. Ahí estuvo desde 2013 hasta 2024. Durante la pandemia mudó la oficina para su casa y siguió trabajando. El año pasado se dio cuenta de que ya no podía más y decidió retirarse.
Ya tenía su finquita y desde hacía un tiempo la trabajaba los fines de semana. Ahora viene todos los días y está feliz de haber cambiado la oficina por el campo. “Este es mi mundo aquí, mi tranquilidad.”
Yo hago 14 kilómetros en ir y virar del ISA una vez a la semana en una bicicleta moderna con sistema de cambios y me canso. Córdova recorre 16 kilómetros todos los días. Tiene 80 años y una bicicleta china del año de la bomba. Sale de su casa en La Demajagua a las 7 de la mañana y va para su finquita, donde tiene su fe y su alegría de vivir.


Siembra yuca para comer con mojo y para regalar a sus amistades. El café le alcanza para su casa y siempre le queda un poquito para vender. Aunque su finca es pequeña, tiene aguacate, marañón, mango, anón, fruta bomba, guanábana, y limón. Pero su mayor orgullo son los panales de abejas. Los niños corrieron a verlas pensando que eran meliponas. “¡No, estas son de las que pican!”, dijo Córdova y les puso unos velos a los muchachos para que se pudieran acercar. Nos contó que él mismo construye las cajas y que sus abejas hacen miel de primera calidad.
El año pasado entregó a la Apicultura 291 kilogramos de miel de primera y le pagaron menos de diez mil pesos cuando ya ni se acordaba de eso. Además, le dan un estímulo en MLC. Para cobrarlo es una odisea. Hay tantas trabas burocráticas que casi es mejor ni hacerlo. Este año, Córdova no ha entregado miel. Está esperando a que haya más justicia para los apicultores y más respeto por su trabajo. Antes le alcanzaba con 305 pesos de jubilación, más su salario. Después de los cambios monetarios en el país, su jubilación subió a cuatro mil, pero no le alcanza para nada. El trabajo en la finca es su opción digna para vivir.
“Es mi país, yo lo quiero, doy la vida por esto, pero tenemos un sistema económico muy malo y te lo digo desde una posición revolucionaria”, me dijo. El Geólogo tiene 80 años y sigue viendo las cosas buenas de Cuba, pero también ve las malas, y cuando habla de ellas lo hace con tristeza.


La geología ha sido su pasión por años, pero ahora se refugia en sus abejas y sus plantas. Espera que sus tres hijos le den abrigo cuando no pueda sembrar, ni producir miel. En lo que ese momento llega, pasa los días entre su finca y su casa con su esposa Coralia, con la que lleva 23 años de matrimonio.
Mientras chapea, Córdova nos habla sobre las rocas carbonatadas y sobre el sustrato de la Isla, sobre los tipos de mármol: el gris siboney, el perla y el negro, que tiene mucha materia orgánica.
Yo, que soy una gran conversadora, no por los buenos temas, sino porque hablo mucho, estaba hipnotizada por las disertaciones de Córdova: el ciclo del café, la vida de las abejas y los minerales oscuros, el metamorfismo regional y los cuarzos silicatados. Quien lo ve, se da cuenta de que se puede ser geólogo y campesino al mismo tiempo.
También habla de sus viajes a Nicaragua, Rumanía, Rusia, Bulgaria y a todo el Campo Socialista. Ha hecho viajes familiares a España, pero quedarse, lo que se dice quedarse, no ha querido en ningún país del mundo. “Yo soy cubano, esta es mi tierra, siempre he luchado por esto. Yo soy revolucionario de la Revolución de antes, esto que estamos viviendo ahora es otra cosa que yo no sé qué es. Pero yo doy la vida por mi país”.


Ese día Oliver deseó tener muchos panales, a Jorge le picó una abeja en el brazo mientras le hacía una foto a Córdova y Diego comprobó que, si te entierras un aguijón de abeja que ya picó, te vuelve a picar.
Dejamos la finca, nosotros en un viejo moscovich y Córdova en su bicicleta. Llegamos a su casa y la bella Coralia hizo café para nosotros. Conversamos sobre los tiempos de antes, cuando yo no había nacido, y sobre estos tiempos raros que casi nadie entiende. Córdova me regaló una botella de miel que trajimos para La Habana como un tesoro.
Aunque ya está jubilado y pasa el tiempo entre sus abejas, sigue preocupado por cosas como esas 400 toneladas de mármol de exportación, ya elaboradas, que no se podían sacar de la Isla por falta de infraestructura.
Cuando le pregunté cómo se llamaba su finca, resulta que no le había puesto ningún nombre. Entonces hicimos una lluvia de ideas y entre todos la bautizamos como Finca Jurásica. Porque debajo de sus limones y sus yucas hay piedras jurásicas. Nos despedimos dejando un nombre para la felicidad de Córdova, El Geólogo. Y quedó en el aire la promesa de que volveríamos.













