El martes, Habanero

Foto: Edu Bayer

Foto: Edu Bayer

Donde estaba hace ya mucho tiempo el cine Strand, frente al parque Trillo, en pleno barrio de Cayo Hueso, cada martes, a las 4 en punto: Si quieres alegrar tu corazón / y que en tu alma la tristeza disminuya / escucha al Habanero que no hace bulla / y luego, si quieres, te tomas un ron.

Hace un calor de espanto, pero el grupo viste invariablemente traje y corbata sobre el escenario del Palacio de la Rumba, que tiene ante el proscenio una pista bastante amplia para “echar un pie”: Hélo aquí, Septeto Habanero / melodioso aquí está. Y ha sido así durante 96 años.

“Fue el primer grupo sonero que actuó de completo uniforme”, me contaban los mayores, muy mayores, en los ya lejanos 80. “El Habanero era punto y aparte, todo el mundo lo adoraba, incluso cuando el son estaba mal visto y la policía perseguía a quienes tocaban el bongó. El Habanero siempre tuvo padrinos poderosos que lo sacaba del vivac, aseguraban los viejos”.

Sexteto Habanero en 1927
Sexteto Habanero en 1927.

Me divierte pensar que en el mismo sitio donde veíamos películas de Wajda y de Fellini están ahora, campeando por sus respetos, las “Tres lindas cubanas”, “Elena la cumbanchera” y “Aurora” (me has echado al abandono, con el perenne “Cabo de la guardia” siento un tiro, aé) por citar apenas a algunos personajes que van y vienen con este talante de tocar y cantar “a la habanera forma”, que es básicamente la misma que encantó los años mozos de Carpentier y se metió en la poesía del joven Guillén desde los días en que el Habanero aún no había incorporado la trompeta y se iba a grabar a Nueva York “la ida por la vuelta”.

Ningún otro grupo musical cubano hizo tantos discos en su época, los primeros, cuando aún no existían micrófonos y el sonido se recogía a través de un embudo de cartón. Los sones de antaño no duraban solo tres minutos, como quedaron impresos en las duras estrías de pizarra, pues las placas fonográficas no daban para más. En realidad, en vivo, no tenían para cuando acabar, mientras la gente bailara.

La formación actual es resultado de varios avatares en el sentido hindú, que significa reencarnaciones sucesivas. Nació como cuarteto, luego quinteto, antes de 1920, año en que se fija su establecimiento como sexteto. Por un tiempo se transformó en conjunto (llamado “típico”, tal vez porque nunca contó con un piano), y también por el lógico renuevo de sus integrantes. Bajo la dirección de Pedro Ibáñez, al final de los 70 del pasado siglo, regresó al formato instrumental de guitarra, tres, bongó, contrabajo, trompeta, maracas, claves… y así hasta el sol de hoy.

La tarea de Ibáñez fue heroica en periodos nada amables para interpretar sones viejos: recuperó gran parte del repertorio de la primera cosecha, aportó nuevas piezas que respiran lo que nombraré ahora, rápido y mal, “aire de tradición” y, sobre todo, logró la cohesión del grupo, con fraternidad, pero también con mano fuerte. “Mis prietos”, como los llamaba, aprendieron con él la lealtad a un singular estilo de hacer son, que marca también la manera de entenderse habaneramente con la guaracha, el bolero, la rumba…

Oigan, señores, presten oído,

pongan todos atención

que para tocar el son

no hace falta la estridencia

ni tampoco mucho ruido.

Si marcas bien el compás,

con ritmo y con armonía

verás que tocas el son

con ritmo y con cubanía.

Se ignora la cantidad exacta de números que integra el repertorio de la tropa, hoy bajo la dirección musical de Felipe Valdés, tresero virtuoso, sonriente, a quien, bromeando, los músicos llaman “el sentimental” y “el único tresero con dinero” antes o en mitad de sus solos, siempre bien aplaudidos.

Foto: Edu Bayer
El Sexteto Habanero en el Palacio de la Rumba. Foto: Edu Bayer

Cada martes, sin exageración, sacan de la manga (nunca mejor dicho) “estrenos del pasado” como “India inglesa”, “Galán galán”, “Las maracas de Nery”, “Amparo”, “De la boca al corazón” o “Cruel desengaño” (No perturbes mi camino progresivo…), que creíamos iban a permanecer para siempre, ¿por qué no decirlo? olvidadas, en las valerosas placas Víctor de los 20 e inicios de los 30, cuando la guía en los coros era de Abelardo Barroso “Caruso”, Eduardo El Piche Hernández o Miguelito García, quien le hacía por temporadas la segunda voz a María Teresa Vera, nada menos.

En un capítulo de la serie norteamericana House of Lies, filmado a inicios de este año en la Plaza del Ángel, los habaneros aparecen tocando “La casa de Chabaleta”, divertido afro-son de Pedrito Ibáñez el cual narra la celebración de un bembé que se vira pa’l palo Congo… Y cuando el sonado desfile habanero de Chanel participaron (y encantaron) en la fiesta nocturna que celebró esa firma en la Plaza de la Catedral, convertida, inexplicablemente, en un escenario typical & tropical. “A la loma de Belén, de Belén nos vamos” corearon muchos aquella noche, invitados, colados y paseantes que se detuvieron a ver si distinguían a algún famoso, aunque fuera desde lejos.

Ahora mismo están grabando un nuevo disco en los estudios Abdala con veteranos “de plantilla” y algunos músicos jóvenes, porque este Septeto quiere continuar siendo colegio de soneros, como lo ha sido desde que comenzó a pulsar la lira… Por lo pronto, este mismo martes, haya almendrón o no, me voy con el Habanero / me voy con sus maracas que no las puedo olvidar, como reza uno de sus montunos del año 27.

Muy enseriados, como si se tratara de un asunto grave y trascendental, los habaneros atacarán los centenarios versitos que vienen desde el teatro Alhambra para avisarnos: Señores, los familiares del cadáver me han confiado / para que despida el duelo / de quien en vida fue Papá Montero… en alusión al velorio más jubiloso del cual se tienen noticias: Vamo’a llorar a Papá Montero / ¡zumba, canalla rumbero!

 Y cuanto asistente que tenga la menor posibilidad de bailar, bailará o experimentará enérgicos deseos de hacerlo. Y va a haber extranjeros en el público, sí, pero sobre todo habrá cubanos de todas partes en el Palacio de la Rumba donde acontecen, entre otras cosas, resurrecciones del son, de esos sones habaneros que, a veces sin saberlo, llevamos dentro.

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