Pero qué imágenes de artistas te interesan por fin. Cualquiera, cualquiera: orquestas, bailarinas, cantantes; importa que sean viejas, me responde con un acento que me hace recordar a los cómicos de la televisión cuando caricaturizan a los yumas. Abre un sobre de Manila y me enseña unas cuantas que ha conseguido hoy. Eso sí, han de estar en papel, si están impresas en sepia, mejor. Y portadas de discos, también. La placa no importa, solo la portada. Oigo eso y me espanto.
¿Qué van a hacerse los longplays y los cuarenticinco sin su estuche de cartón? Está de moda colgarlos en paredes de bares y restaurantes, lo he visto mucho: es posible en mapa trazar una Vía Apia de discos crucificados. Hay quien los desfigura, quién sabe cómo –con calor, supongo–, para utilizarlos como doiles o posavasos. Más bien sirven de adorno, las láminas de plástico no absorben gota de humedad.
Pero, ¿qué imágenes en sí son las que estás buscando, fotos de los años treinta, los cuarenta, los cincuenta? –pregunto por curiosidad, pues difícilmente voy a servir de intermediario en esos trámites. Me responde: en especial que sean del Conde de New York, Armand o Narcy, originales, con firma. Fotos de artistas, de la ciudad ya tengo demasiadas.
La Habana disimula un curioso mercado subterráneo. He estado en casa de varios anticuarios, siempre acompañando a un presunto comprador. Paredes de copas superpuestas, muchas con la publicidad de Hatuey (La gran cerveza de Cuba) que vadeo con terror a un paso en falso; vasos rechonchos de cristal con diseño fifties, muy apreciados, parece, con diseños geométricos; ceniceros transparentes del Hilton; del Havana Riviera, verdeazules; rojos del Casino de Capri; fichas de El Niche, de Montmartre o Sans Souci. Son estas casas museos de bellas fruslerías, de las que habla el soneto famoso de Agustín Acosta, pero es imposible ser émulo de la cleptómana: te observan cámaras desde los cuatro rincones cardinales.
Siempre hay ejemplares de Carteles y Bohemia, algunos admirablemente conservados, en tongas. En cromo y tinta azul hay un número dedicado a la caída de Machado con grabados increíbles, nítidos, del inicio de la revolución del 33. He hojeado números de Social que parecen haber salido de la imprenta ayer. Nunca he preguntado precios, para qué.
Siempre hay fotos de artistas, desde luego, hato de desconocidos incluso para los vendedores quienes las han adquirido por lotes, es evidente, aunque a menudo oigo aflorar la fábula improbable “las heredé de un tío”.
Conviven en el desorden rostros cubanos de hace no menos de sesenta años –entre peloteros, actores, cantantes–, fotogramas de películas aún con la huella de la chincheta que las fijó alguna vez; brochures de estaciones de radio, con su programación de lunes a domingo que aportarían a un investigador más de dos o tres datos reveladores que no recogen libros ni internet; menús de restaurantes, bares y cafeterías junto a tarjetas de publicidad de “elencos exclusivos”, impresas en offset, cuando la cuatricromía era novedad.
Esta es Toty Lavernia, “la reina del bolero”, mírala echada sobre una piel de oso, disecado con cabeza y todo; este señor es Armand “el fotógrafo de las estrellas” (en ese momento el anticuario asiente y dice no me digas, como si le importara). ¿Y quién es esta? Ah, esa es Rita Montaner, muy joven, parece que en París. Entonces vale más, dice, y la aparta del montón.
En un bar de la calle Neptuno –hoy venido a menos, aunque lleva por nombre La Maravilla– existe una especie de mural al estilo de aquellos del lapso de la “emulación socialista” con muchas fotos de artistas, la mayoría sacadas de periódicos. Está allí, además, en colores, la imagen clásica de la joven Burke de la portada de su disco con Meme Solís, un sonriente Adalberto Álvarez en tiempos de Son 14, Senén Suárez, Elio Revé, Pacho Alonso, Los Van Van, Myriam Bayard y Carlos Embale, entre otros músicos que no reconozco.
En un extremo de la exposición veo una foto original, de 1949, del conjunto de Arsenio Rodríguez en la emisora Mil Diez, firmada por Alburquerque, fotógrafo durante muchos años de Bohemia y compositor de, al menos, un bolero memorable: “No puedo vivir”. Ya vendrán por ella. Pido en la barra una cajetilla de cigarros criollos y desde una bocina sale cantando Cuní con Chappottín (no sé si es la radio o el equipo del bar ténder): Con boniato na’má no me muero yo.
El sol de este verano se encargará de borrar, primero los amarillos, luego los rojos, y después los azules de las fotos. Se nos va todo, se nos va todo, dice Gabriela Mistral en un poema.
La memoria tiene que luchar duro contra los depredadores y los escenógrafos de la basura. Te felicito por este texto.
El Sigfre, como siempre, sorprendiendo a sus lectores. Sus artículos ya se van haciendo imprescindibles.
C. R.
Como disfruto de todo lo que escribes querido Sigfry……eres magicamente genial…B.J.