La denominación “nueva guerra fría”, utilizada para describir el estado actual de las relaciones entre Estados Unidos y China, tiene defensores y detractores. Con independencia del resultado final de esa discusión, su uso es cada vez más frecuente por parte de practicantes y especialistas de las relaciones internacionales. Está relacionado con la notable agudización de las tensiones entre las principales potencias del sistema internacional durante el período histórico más reciente, cuyo comienzo pudiera situarse convencionalmente en el lanzamiento del “pivote asiático” del gobierno de Obama y que desde entonces no ha hecho más que intensificarse.
Sobre ese eje central de la política internacional contemporánea, en solo poco más de un año, han concurrido una serie de eventos y procesos que han sacudido y complejizado enormemente el tablero geopolítico global, en general, y las relaciones chino-estadounidenses, en particular.
Entre ellos se incluyen la guerra de Ucrania, el visible fortalecimiento de la cooperación entre China y Rusia, la ampliación de la OTAN, el papel de la India —ahora en su nueva condición como país más poblado del planeta—, el “regreso” de Brasil, la reactivación del grupo Brics y su posible ampliación, el agravamiento de las perturbaciones económicas internacionales y los esfuerzos de algunos países para “desdolarizar” sus transacciones comerciales.
Dentro de esta coyuntura internacional, los países del denominado Sur Global —entre los que se encuentra Cuba— conforman un conglomerado extraordinariamente heterogéneo en términos de sus respectivas capacidades, posicionamientos y estrategias de política exterior para la consecución de sus objetivos nacionales.
Además, más allá de su propia voluntad, estas naciones suelen representar territorios en pugna como parte de la exacerbación de la rivalidad entre las principales potencias. En este contexto, parecería oportuno reflexionar sobre los principales caminos alternativos que pudiera seguir la política exterior cubana, en momentos en que nuestro país atraviesa una situación de crisis profunda y multidimensional.
Estamos frente a una realidad internacional que parecería tornarse cada vez más amenazadora y desafiante, pero que también podría presentar oportunidades aprovechables en función de un impostergable proceso de recuperación y renovación nacional.
Tales opciones de política exterior podrían esbozarse mediante tres escenarios que describen situaciones extremas, proyectadas hacia un horizonte temporal hasta el 2030:
- Alineamiento con Estados Unidos: Sería el escenario más probable en caso de colapsar el actual sistema político cubano, aunque no sería totalmente descartable con un gobierno nominalmente revolucionario en el que ya no existiera la influencia decisiva del liderazgo histórico del proceso iniciado en 1959. Esencialmente, consistiría en la aceptación de la dominación estadounidense sobre Cuba, que se expresaría en la adopción de una política exterior subalterna y en la absorción de la economía cubana como un nuevo componente del proceso de integración de América del Norte, con un carácter marcadamente excluyente con respecto a otras potencias económicas extrarregionales, en particular China y Rusia.
- Alineamiento con China y Rusia: Las actuales relaciones comerciales, de cooperación técnica y de apoyo diplomático recíproco entre Cuba y estas dos grandes potencias se intensificarían aceleradamente. China incrementaría de manera notoria su participación en el comercio exterior y en las inversiones extranjeras directas en Cuba. La cooperación con Rusia también se fortalecería, incluyendo el campo militar, aunque sin traspasar las “líneas rojas” definidas por Estados Unidos. En general, aunque las relaciones de Cuba con China y Rusia se estrecharían de manera significativa, en ninguno de los dos casos alcanzarían un nivel equivalente al que existió entre Cuba y la Unión Soviética durante el período comprendido entre las décadas de los sesenta y los ochenta del siglo pasado. Si bien China y Rusia continuarían considerando a Cuba como un socio político importante en América Latina y el Caribe, ninguna de estas dos grandes potencias definirían a nuestro país como una aliado vital por el que, en caso de configurarse una situación límite, estarían dispuestos a asumir el riesgo de una confrontación militar directa con Estados Unidos.
- No alineamiento activo: Cuba desarrollaría una política exterior de proyección global, dirigida a alcanzar un elevado grado de diversificación en términos económicos y políticos. Conferiría un carácter acentuadamente desideologizado a sus relaciones exteriores. Reorientaría sus acciones y definiciones públicas a fin de alcanzar una posición lo más equidistante posible del eje de conflicto entre las principales potencias, procurando mantener a Cuba como un territorio en disputa, pero de manera que ninguna de ellas pueda ejercer una influencia excesiva y a la vez se vean incentivadas a ofrecer un trato respetuoso a nuestro país. Identificaría socios claves en cada región geográfica, a fin de optimizar los escasos recursos de su servicio exterior y sostener su reconocida eficacia profesional. Restablecería relaciones diplomáticas con Corea del Sur e Israel. Implementaría una política decididamente agresiva para la atracción de inversiones extranjeras directas y, en función de ella, conferiría un carácter absolutamente prioritario a la diplomacia económica. También otorgaría la mayor prioridad al desarrollo de una estrategia coherente e integral de influencia positiva sobre la sociedad y el sistema político estadounidenses, con el objetivo de incentivar el restablecimiento duradero de la política adoptada el 17 de diciembre de 2014 por el gobierno de Obama, posteriormente sistematizada en la Directiva Presidencial de Política del 14 de octubre de 2016.
Las descripciones anteriores solo pretenden bosquejar de manera rudimentaria las principales alternativas a disposición de las autoridades cubanas en materia de política exterior, ofreciendo algunas pinceladas para estimular la imaginación prospectiva y la elaboración de escenarios más sofisticados.
En cada caso, se trata de situaciones extremas y lógicamente consistentes. En la vida real, lo más probable es que la política exterior cubana se mueva por caminos intermedios —mucho más matizados y no exentos de contradicciones— entre algunos de los tres escenarios presentados.
De hecho, podría afirmarse que la política actual mantiene una trayectoria situada entre el segundo y el tercer escenario, aunque en los últimos años pareciera estar más inclinada hacia el segundo, tal vez no necesariamente a partir de la propia voluntad y de las preferencias de la dirigencia cubana, sino debido a condicionamientos externos, necesidades económicas perentorias y la falta de alternativas.
En este punto es preciso reconocer que actualmente las autoridades cubanas disponen de muy escasos márgenes de maniobra para la conducción de su política exterior, como resultado del recrudecimiento de la política estadounidense de bloqueo y de cambio de régimen, cuya capacidad para causar daños económicos y sociales sobre la población aumentó de manera exponencial y especialmente perversa. Ha sido consecuencia de la combinación de los efectos muy negativos derivados de la pandemia y de la guerra en Ucrania, así como de la decrepitud del modelo económico cubano.
Objetivamente, la política estadounidense empuja a Cuba a los brazos de China y Rusia. Cuba solo podría orientarse de manera decidida hacia una política de no alineamiento activo, si Estados Unidos retomara una política esencialmente similar a la adoptada por el gobierno de Obama durante los años finales de su segundo mandato.
El gobierno cubano denotaría falta de inteligencia y de juicio si se distanciara de China y Rusia mientras Estados Unidos mantenga su actual política hacia nuestro país. Dicho de otra manera, la probabilidad de ocurrencia del segundo escenario es directamente proporcional al grado de hostilidad de la política estadounidense, en tanto esta constituye la variable independiente que mayor influencia ejerce sobre la actuación cubana en el escenario internacional.
Por otra parte, debe tenerse presente que existen temas y procesos de gran relevancia para el desarrollo y el bienestar presente y futuro de la sociedad cubana, y que podrían ser comunes y deseables en cualquier escenario imaginable. Tal sería el caso, por ejemplo, de la plena normalización de relaciones con su población emigrada.
Una nota aclaratoria final: Los ejercicios de construcción de escenarios en la disciplina de las Relaciones Internacionales no tienen como finalidad fundamental pronosticar los acontecimientos futuros, aunque esa pudiera ser también una legítima aspiración en cualquier análisis sobre la política internacional.
En este caso, la intención es simplemente promover un debate público sobre un tema en el que está en juego la legítima aspiración de la gran mayoría de los cubanos a vivir en un país económicamente próspero, socialmente justo y políticamente independiente.
Desde una perspectiva personal, preferiría y recomendaría que la política exterior cubana de los próximos años buscara aproximarse al tercer escenario, por considerarlo como la opción más conveniente para atender al interés nacional, evitar en la medida de lo posible los enormes peligros que probablemente conllevará el mundo que viene (y que ya casi tenemos presente) y aprovechar cualquier oportunidad que ayude a sacar a nuestro país del atolladero en el que actualmente se encuentra. En fin, se requiere de una política exterior en transición para un mundo en transición.
Si se van por el escenario 2 de Rusia y China, espero que esta vez para crear las condiciones para el 3. Para que no nos quedemos en el aire cuando el 2 no funcione, que es lo que ya pasó con la URSS y Vzla.