El entorno, natural o construido, está ahí, pero el paisaje no existe sin una mirada. Se trata de un producto cultural, constituye la huella de la historia sobre la geografía, es el espacio que contiene el tiempo. El paisaje es una selección, una perspectiva, supone un punto de vista, es una construcción de la mirada. Ante un mismo panorama hay tantos paisajes como observadores. Y del mismo modo que el paisaje se modela y se compone, la mirada se educa y se cultiva.
El paisaje es una mirada compleja, no solo visual. Es también auditiva (la escena cubana siempre viene acompañada de una poderosa banda sonora), olfativa (ciertas imágenes pueden evocar hedores o sugerir perfumes), incluso térmica o táctil… y, sin duda, emotiva. El paisaje está constituido también por símbolos: los edificios, los vehículos, las personas sugieren o lanzan mensajes (lo hacemos hasta en la elaboración del propio paisaje personal, en el vestido, el peinado, etc.). Ningún paisaje es mudo.
Mirada es cultura
No hay mirada neutra. La mirada remolca y acarrea una cultura, una historia, un contexto. A una mirada rural le es difícil distinguir estilos arquitectónicos, a una mirada urbana le cuesta identificar especies arbóreas. El europeo ya no se sorprende y deleita como el cubano ante una intensa iluminación urbana. El cubano no se asombra y disfruta como el europeo de la ausencia de publicidad en el paisaje urbano.
Las miradas tienen alcances diversos, incluso físicos. Hay miradas limitadas al barrio, otras que no van más allá de la vivienda. Puede ser la mirada del anciano, la del ama de casa, la del niño. Su única salida al mundo a veces se limita a la pantalla televisiva. Esta constituye su referente y conforma o deforma su mirada. Es conveniente enseñar y aprender a mirar distinto, entender la mirada ajena, aprender a ver las cosas con otros ojos. Pero no solo hay que abrir la mirada al paisaje. Hay que abrir también el paisaje a la mirada, hay que derribar los muros que hoy no nos dejan ver, por ejemplo, la bahía habanera, abrir los espacios y los edificios públicos, abatir paredes, obstáculos, rejas, prohibiciones…
Desgraciadamente la pobreza material empobrece la mirada. En algunas partes de la ciudad no hay más remedio que acostumbrarse a la suciedad, el ruido, la fealdad… y, con ello, se mutila o se limita la capacidad de percibir armonías, contrastes, ritmos, colores, texturas, proporciones… Vivir en sociedad no tiene que significar vivir en suciedad. Solo una mirada mutilada, vacía, ciega, es capaz de destrozar las aceras de La Rampa.
De hecho, edificando y rectificando la ciudad, conformando el paisaje, nos construimos a nosotros mismos. Somos nosotros y nuestro paisaje.
Desafíos de la mirada cubana
Mirar constituye un desafío. Mirar es escoger, pronunciarse y decidir y ello no es simple ni puede ser ingenuo.
¿Cómo armonizar unidad y diversidad? Camino de la equidad, en Cuba, tropezamos con la homogeneidad y caímos en la monotonía, en el proyecto típico. Sin duda, la centralización de las decisiones y de los proyectos tiene alguna responsabilidad. El proceso de ajuste económico y social por el que ahora transitamos está diversificando los sujetos de cambio en la ciudad y ello aporta sin duda una mayor diversidad. Pero, ¿hasta dónde? ¿Cómo armonizar esa multiplicidad y disparidad de decisiones e intervenciones particulares en el ámbito colectivo de la ciudad? ¿Qué hay que regular y qué no en la remodelación del espacio y el paisaje urbano?
¿Cómo compaginar socialización y privatización? Está claro que la ciudad es un tejido de espacios públicos y privados, pero ¿cuáles son sus límites respectivos? ¿Qué espacios pueden privatizarse y cuáles no? Hay que redefinir qué es legítimo y qué no en la convivencia ciudadana. ¿Por qué no se considera legítimo que un vecino invada por la puerta el espacio físico de mi vivienda y sí se admite que entre por la ventana, inundando mi espacio auditivo con su música o su ruido?
¿Cómo conciliar modernidad y tradición? Sabemos que el país se enfrentará en los próximos años a importantes transformaciones. En ese contexto, ¿qué merece ser respetado o restaurado y qué no? ¿Cuál es el paisaje considerado patrimonial? No es tan evidente como parece. Hace años el paisaje industrial era algo a borrar; ahora se ha incorporado como un importantísimo patrimonio urbano. ¿Cómo insertar la nueva arquitectura en la ciudad existente? ¿Qué es legítimo demoler y qué debe reutilizarse y resignificarse? Ya hemos desmantelado joyas como el Hotel Internacional de Varadero o el Hospital Pedro Borrás en La Habana… ¿Cuál será el próximo?
¿Cómo conjugar lo global con lo local? ¿Hay que ver la mundialización como una agresión a la identidad? ¿Cuál es esa identidad, la que construimos para el turismo? ¿Qué es lo genuinamente cubano? ¿Cuál es la identidad de la arquitectura cubana? ¿La combinación del portal, el patio, el puntal y la persiana? ¿“El saber jugar al escondite con el sol” como escribió Carpentier?
¿Como mirar sin tener respuestas a tantas interrogantes? Pensar, argumentar y pronunciarse sobre estos temas es educar la mirada. Construir y reconstruir el paisaje en que vivimos es modelar y componer, día a día, en el debate, esa mirada múltiple y cambiante, dejando nuestra huella en la ciudad.
La mirada habanera
Ese maltratado paisaje que hoy todos disfrutamos y sufrimos es, sin duda, resultado de 30 años de postergaciones y 30 más de crisis. Es importante tomar en cuenta que la mitad de los habaneros han vivido su vida consciente en “período especial”, es decir, su paisaje ciudadano dominante –con excepciones salvadoras como la de la Habana vieja- ha sido el de la paulatina, progresiva y arrolladora depauperación de su ciudad.
El impacto de esa crisis ha sido múltiple. En lo demográfico, la Habana es una ciudad que pierde población desde hace años, envejece rápidamente y se ruraliza en sus hábitos. En lo económico destacan su progresiva desindustrialización, así como la privatización de la gestión o la cooperativización de pequeñas instalaciones estatales junto a las iniciativas particulares. En lo social, la creciente reducción del gasto social acelera una preocupante estratificación y desigualdad, impulsando las estrategias de vida individuales o familiares por encima del proyecto social.
En lo físico, la degradación de la infraestructura, la creciente vulnerabilidad ante fenómenos meteorológicos, los escasos y pobres referentes estéticos en las nuevas obras y adaptaciones junto al débil control urbano y nula asesoría, han generado una fuerte degradación visual y paisajística, hasta el extremo paradójico de que las zonas más lastimadas y desvencijadas se han convertido en atractivo turístico.
Es el paisaje del realismo sucio, salpicado ahora por algunas obras interesantes de aquellos que pueden darse el lujo (y el riesgo) de contratar a un arquitecto o un diseñador, o invadido por la inquietante y creciente “arquitectura desorientada” que mencionara Eusebio Leal, de aquellos que construyen como pueden.
Revertir esa degradación supone rescatar la ciudad. Ello significa, en primer lugar, reivindicar sus valores –como poderosa concentración de recursos económicos, culturales, patrimoniales, etc.-, no viéndola como un problema sino como una solución (como decía Lerner). Será necesario reforzar su gobierno con capacidades y recursos para que pueda gestionar efectivamente su plan (¿cuál?) y su presupuesto de inversiones. Habrá que enlazar el planeamiento y la gestión para no actuar sin rumbo, enfrentando tan solo una emergencia tras otra, “apagando fuegos” sin cesar. Para lograrlo será necesario democratizar la gestión urbana a través del incremento de la información pública y el control popular.
Es indispensable un incremento en los recursos dedicados a la ciudad. Deben aprovecharse todas las fuentes disponibles: las locales, aprovechando mejor los inmuebles poco o mal utilizados, fortaleciendo la asociación público-privada, reforzando y ampliando los instrumentos fiscales territoriales; las fuentes nacionales, dado que la ciudad está aportando al presupuesto nacional mucho más de lo que recibe de él; las internacionales, aunque para ello haya que reforzar el instrumental jurídico y financiero para evitar procesos especulativos. Habrá que favorecer la construcción de un intenso tejido social asociativo, impulsando lo más posible la participación de los jóvenes. Se requerirá mirar la ciudad hacia dentro, identificando y utilizando las zonas de oportunidad (la bahía habanera, la costa oeste, Ciudad Libertad, y todos los vacíos urbanos), rescatar e integrar el territorio del sur, y mirar también hacia fuera, preparándose para la inevitable apertura de la ciudad a los crecientes flujos internacionales de personas, mercancías, finanzas e información.
Junto a ello, es imprescindible ir educando y entrenando la mirada en acciones de índole cultural. Habrá que reaprender a jugar con el paisaje urbano, descubriéndolo y disfrutándolo como lo ha estado haciendo masivamente la población habanera en ocasión de las últimas Bienales.
Los artistas, los arquitectos, los diseñadores tienen en ello una responsabilidad social fundamental, así como los medios de comunicación social. Hay que dignificar paisajes degradados como el de Alamar, el de Centro Habana, los de las periferias…, “monumentalizando” y construyendo espacios públicos atractivos en esos ámbitos. Hay que abrir el paisaje de la bahía a los habaneros, abrir al público obras excepcionales como las Escuelas de Arte, hay que recuperar la visión de la fachada costera desde el mar, identificar y acondicionar todos los miradores urbanos, desvelar la ciudad.
Y no solo hay que mostrar el presente, sino, más importante todavía, el futuro: hay que difundir todo lo que se sueña, se planea, se imagina, se proyecta, así como lo que se hace para dignificar La Habana. Hay que volver a conquistar la ilusión por el futuro, sin olvidar que en la medida en que destruyamos el paisaje, el paisaje nos destruirá a nosotros…
Muy bien dicho
Las carencias materiales son una de las causas de tanta chamboneria y mal gusto, pero no es la principal. Los sesenta fueron años de ataques a lo que llamaban “ la cultura y el estilo de vida capitalista”. Se confundió el buen gusto de vestir, de diseñar, de construir con la forma de vida que se atacaba. Las escuelas de diseño se cerraron y muchos artistas terminaron en la UMAP achacándoles una dudosa reputación y debilidad ideológica. Poco a poco crece la cultura del mal gusto gracias a las carencias materiales, la falta de educación cultural, la entrada de la construcción de edificios tipo cajones con influencia sovietica con toque minimalistas y carentes de identidad, aparecen las artesanías de yeso con la producción de cochinitos rosados de yeso o adornos con latas trabajadas, guaraches de gomas de autos, Nadie se dedicó a educar o poner orden en La estética. Lo peor vino después, cuando con la necesidad de viviendas se dejó al libre albedrío la construcción de barbacoas y adiciones que violaban todos los códigos urbanísticos , la gente violaba las más elementales normas sociales como no tirar la basura a lugares públicos, andar sin camisa en plena calle, violar la tranquilidad del vecino con música alta, beber en la calle. En cualquier sociedad es deber del gobierno hacer las leyes y hacerlas cumplir. De lo contrario la sociedad entra en caos.
Las nuevas generaciones tienen mucho que aprender y el gobierno tiene mucho que enseñar, si es capaz de hacerlo, para que Cuba recupere lo positivo que hemos perdido en sesenta años de permanente desorden
Carlos, que bueno que escribes! No dejes de hacerlo!