La Habana: ¿Y después del 500, qué?

Cuando se terminen las celebraciones, los fuegos artificiales, los fastos y los discursos por el 500. ¿Hacia dónde vamos? ¿Cuáles son las prioridades? ¿Cuál es la política a mediano y largo plazo para la ciudad? ¿Qué transformaciones nos esperan?

Foto: Kaloian.

En el año del Señor de 1519 Hernán Cortés salía de La Habana dispuesto a apoderarse de México, Magallanes zarpaba de Sanlúcar de Barrameda para darle la vuelta al mundo, Carlos V era elegido emperador y moría Leonardo da Vinci. Medio milenio más tarde La Habana comenzaba las celebraciones de su nacimiento con un devastador tornado. No eran buenos los augurios. Sin embargo, en una movilización ciudadana sin precedentes, los habaneros se volcaron en las tareas de asistencia y recuperación de los destrozos.

Después de muchos años de desidia y abandono, el aniversario 500 favorece un programa de rehabilitación que incluye numerosas reparaciones, afeites y alguna cirugía menor (como la conductora de agua para la Habana Vieja). Se trata en su mayoría de un extendido programa de acupuntura urbana que, a través de multitud de pequeñas intervenciones en bodegas, tiendas, escuelas, policlínicos, viviendas, parques y centenares de pequeñas instalaciones, abarca prácticamente todo el tejido de la ciudad.

Se ha proclamado y reiterado que el programa por el 500 aniversario pretende ser no tanto una culminación sino un punto de partida de un largamente esperado proceso de recuperación de la ciudad. Pero muy pocos son los que conocen, si los hay, en qué consiste esa continuación, cuáles son sus objetivos y sus modos de hacer. Puestos a desconocer, lo que es el colmo, también se ignora públicamente el contenido del Plan director de la ciudad, recientemente aprobado. ¿Hacia dónde vamos? ¿Cuáles son las prioridades? ¿Cuál es la política a mediano y largo plazo para la ciudad? ¿Qué transformaciones nos esperan?

Foto: Kaloian.

Durante la primera mitad del siglo XX la ciudad de la Habana absorbió buena parte de la inversión inmobiliaria –con un 20% de la población del país, concentró el 50% de la vivienda construida. En aras de reequilibrar el territorio, después del triunfo revolucionario se invirtió la proporción y la capital solo recibió el 10%, la mitad de lo que le correspondía. El deplorable estado actual de la infraestructura y el fondo inmobiliario de la ciudad no permite continuar con la misma indolencia y pasividad, a riesgo de perder la mayor concentración de conocimiento, empleo, cultura y patrimonio que tiene el país.

Dada la ausencia de una política urbana de abierto conocimiento, es urgente lanzar algunas ideas que inciten a la reflexión y al debate público a fin de impulsar la cultura urbana, construir consensos y eventualmente incidir en la toma de decisiones. Son múltiples los posibles temas de debate, pero hay algunos que sobresalen.

La crisis de los años 90 hizo colapsar la planta industrial, provocando una masiva perdida de instalaciones, producción y empleos. ¿Tendría lógica un esfuerzo de reconstrucción para volver a recuperar lo perdido? ¿Tiene sentido que se localice en el tejido urbano? En una época en que las ciudades, después de haber pasado por dos revoluciones industriales –la de la máquina de vapor y la de la electricidad– han ido evolucionando hacia una era postindustrial, basada en la primacía de los servicios y en el poder de la información, el conocimiento y la creatividad, ¿sobre qué materias primas o nicho tecnológico se erigirían esas supuestas industrias?

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¿No tendría más sentido aprovechar y estimular la infinita cantera de cultura, conocimiento y creatividad de nuestro pueblo? Se trata tanto de las “industrias culturales”, tales como las artes plásticas y escénicas, el entretenimiento (cine, radio, televisión, series, juegos electrónicos), edición, diseño, arquitectura, publicidad, gastronomía…, como de la llamada “economía del conocimiento” basada en la educación, la investigación, los servicios médicos, la robótica, la informática, la nanotecnología o las telecomunicaciones.

Ese vasto conjunto llamado también economía creativa es el que debería constituir la base primordial del desarrollo futuro de la ciudad. Exige menos inversión material y produce un mayor valor agregado que las industrias tradicionales, genera mucha menos contaminación, presenta mayor resiliencia ante crisis económicas, posibilita una menor dependencia de importaciones y, lo más importante, las ventajas comparativas de Cuba son extraordinarias. Un programa de estímulo y apoyo a este tipo de economía debía ser una de las prioridades, lo que incluiría una actualización del marco legal (por ejemplo, sobre los derechos de autor), del marco institucional (la tan esperada legalización de las pequeñas y medianas empresas), el incremento del acceso a Internet y el facilitar la exportación a los mercados globales.

Otro problema que deberá enfrentar y resolver la ciudad es el de su funcionamiento eficiente. El hecho de que un millón de habaneros pierdan diariamente al menos dos horas de su vida en el transporte urbano no solo es debido a un insuficiente parque automotor. Esta relacionado en primerísimo lugar con la extensión de la ciudad y las consecuentes distancias a recorrer, así como una mejor distribución territorial del empleo y los servicios.

Es sabido que las ciudades más densas son las más baratas en su funcionamiento. Un menor consumo de superficie por habitante demanda menos kilómetros de calle a construir, menos longitud de acueducto, alcantarillado, drenaje, líneas eléctricas, conductoras de gas, líneas telefónicas, alumbrado público y, sobre todo, ahorra tiempo perdido. Y hay que tomar en cuenta que no se trata solo de los costos de inversión y construcción, sino de los costos de funcionamiento (el combustible para las guaguas, por ejemplo) y los costos de mantenimiento y reparación.

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La Habana es una ciudad muy extensa, de baja densidad y largos recorridos. Todo lo que se haga por densificarla, o al menos por impedir su crecimiento en extensión, ahorraría dinero y tiempo. Y no poco. Por poner un ejemplo, ahorrar una hora de viaje diaria a los habaneros significaría económicamente poder construir más de 12,000 viviendas cada año (suponiendo un salario horario promedio de 5 pesos la hora y un valor de la vivienda de 150,000 pesos). Un millón de horas equivale a más de cien años, la vida de una persona se pierde diariamente.

Vale la pena lanzar un vigoroso programa para el aprovechamiento de los innumerables espacios vacíos, inmuebles abandonados, instalaciones improductivas, que existen en la ciudad y no alejarse ni un centímetro más de las áreas centrales. Hay que evitar la reiterada construcción de comunidades en las afueras de la ciudad, hay que edificar en los vacíos urbanos, hay que reparar, rehabilitar, poner en marcha y, si es necesario, crear un impuesto por la tenencia de inmuebles ociosos y parcelas sin uso, sobre todo para las entidades estatales.

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El tema de la equidad y la justicia social es esencial para la Revolución. Queda todavía mucho por hacer en la ciudad de La Habana. No solo ha ido empeorando en los últimos años la situación de los grupos sociales más vulnerables (ancianos, inmigrantes, población negra), sino que se ha incrementado el alejamiento y el desequilibrio entre el norte y el sur de la ciudad.

Existe una Habana costera –en una zona lineal que va desde la Habana vieja hasta Miramar, de no más de un kilómetro de profundidad– que alberga unos 400,000 habitantes y que es la fachada de la ciudad, La Habana que conoce todo el mundo, la que protagoniza películas, carteles, videos, la que concentra historia y exhibe monumentalidad, la que ocupa el imaginario urbano. Pero detrás de ella, casi invisible, siempre olvidada y lejana, hay otra Habana profunda que contiene cuatro veces la población de la costa, es decir, nada menos que un millón setecientos mil habitantes, que también son habaneros.

Y si bien es verdad que contienen niveles similares en cuanto a bodegas, escuelas, médicos de familia, policlínicos, etc., no es así en cuanto a universidades, galerías, bares y cabarets, teatros y museos, hospitales, y demás servicios superiores. Basta activar el mapa de una aplicación como Alamesa, para comprobar que la inmensa mayoría de instalaciones gastronómicas atiborran esa zona norteña. ¿Qué turista conoce el Cerro, la Víbora, Santos Suárez, Marianao, por no decir la Güinera, el Sevillano, el Reparto Eléctrico, San Agustín, el Palmar, Coco Solo, La Lisa…?

Si los del sur son tan habaneros como los del norte, ¿no merecen un programa que los reinserte en las actividades ciudadanas, que rescate su historia, que recupere sus monumentos locales, sus edificaciones valiosas, sus espacios públicos y, al mismo tiempo, que facilite su vinculación con las zonas costeras?

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El tema de la vivienda es ya una enfermedad crónica. A pesar de que se ha adoptado recientemente una Política de vivienda (por cierto, tampoco publicada), se trata de un programa nacional del que se conocen algunos rasgos: créditos y subsidios para la vivienda por esfuerzo propio, uso intensivo de materiales locales, una vivienda por municipio por día. Una vez más, se olvidan las especificidades de la Habana. La tipología que puede autoconstruir una familia se parece más a una vivienda campesina que a un edificio urbano.

¿Como rehabilitarán las familias los edificios de varias plantas del centro de la ciudad? ¿Cómo se logrará el imprescindible ahorro de espacio con miles de viviendas de una o dos plantas? Se trata de una política que puede funcionar en las zonas rurales, menos en las urbanas y muy poco en la capital.

Esta ciudad requiere de altas densidades, de vivienda social de alquiler construida por el Estado, de la autorización de cooperativas de vivienda, es decir, de una política específica. La inadecuación de una política nacional queda de manifiesto en muchos aspectos.

Una vivienda por municipio por día, privilegia los municipios menos poblados a costa de los grandes. Por poner un ejemplo, significa que en los municipios de La Habana se construya solo un promedio de 2,6 viviendas anuales para cada mil habitantes, mientras que en los de la vecina Mayabeque serían 10,6.

Por otra parte, la decisión de autorizar la compraventa de viviendas, es decir, del mercado inmobiliario, le añade ingredientes a tomar en cuenta. Se trata de un mercado segmentado en dos estratos (uno alto, con intromisión de capital extranjero y otro nacional con precios más bajos), muy concentrado en la capital y dentro de esta en la zona norte.

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Ya se perciben procesos de gentrificación en algunos lugares y se siente también la insuficiencia de una regulación adecuada a la existencia de este mercado puesto que todavía hay que completar el catastro y el registro de la propiedad. No existe información oficial sobre las transacciones, la legislación de suelo es ambigua, las valoraciones y tasaciones están desactualizadas y habría que completar los instrumentos fiscales. Por si fuera poco, se mantienen absurdos y contradicciones en las propias regulaciones como las de autorizar la gastronomía particular, pero limitar las licencias de obra a las viviendas (¿el restaurante en la sala de la casa?). O el de exigir proyectos arquitectónicos adecuados, pero no permitir el ejercicio libre de la profesión de arquitecto. Es imprescindible una política renovada de vivienda específica para la capital y quizás para las capitales provinciales, que tome en cuenta sus particularidades. Si existe, ¿por qué no es pública?

Otro tema que ha ido adquiriendo peso en los últimos años y que muy probablemente se convierta en un asunto central para el futuro de la ciudad es el de su destino turístico y su cercanía a un enorme mercado vetado por ahora.

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La ciudad se va acomodando a ello, tanto el sector estatal como el privado, previendo que en un futuro no muy lejano (¿2025?) la avalancha sea imparable. Todos se friegan las manos soñando con las utilidades, pero pocos se preparan ante los costos enormes que puede significar para todos los ciudadanos que no se aprovechan directamente de los beneficios turísticos.

Baste mirar como ya algunas ciudades están muriendo de éxito turístico, como Venecia o Barcelona, donde los residentes manifiestan abiertamente –y a veces violentamente: “¡turistas, go home!”– su hostilidad ante quienes han invadido y ensuciado su ciudad, han provocado una subida de precios y alquileres, han saturado los transportes, y han expulsado a los residentes para multiplicar el alojamiento turístico.

¿Es eso lo que queremos para La Habana? El impacto actual todavía es bajo, pero el potencial es tan alto –baste imaginar el atractivo, turístico e inmobiliario, que significan los kilómetros de costa de la bahía habanera progresivamente liberados… Es imprescindible un amplio e informado debate público y un consenso ciudadano sobre cómo conducir ese proceso en los próximos años, antes de que sea demasiado tarde.

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Por último, el tema esencial de la propia gobernanza de la ciudad. Las disposiciones de la nueva Constitución actualizan y complejizan un viejo debate. Hace ya tiempo que se viene reclamando en los medios interesados una doble transformación: la descentralización de las competencias y los recursos hacia los gobiernos locales y la modernización de la administración. ¿Qué significa ello?

De una parte, es esencial que las decisiones sobre cómo usar los recursos disponibles se tomen lo más cercanamente posible de los interesados. Es en la localidad donde mejor se conocen los problemas y donde pueden construirse las soluciones adecuadas. Pero debe quedar claro que descentralizar competencias y atribuciones significa descentralizar también los recursos requeridos para hacerles frente (no basta con el 1% de la contribución territorial para enfrentar las inversiones necesarias).

La nueva Constitución defiende la autonomía municipal, pero, una vez más, las soluciones generales no se adaptan a las situaciones particulares. Si bien la ciudad incluye 15 municipios, muchos de sus problemas son metropolitanos. La circulación vial, la distribución de energía, el diseño del acueducto o la enseñanza universitaria no pueden solucionarse a escala municipal.

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Por su parte, las asambleas provinciales desaparecen, con lo que se da la paradoja de un gobierno de una ciudad que no responde ante ninguna asamblea elegida por el pueblo. Es obvia la necesidad de una reflexión sobre la institucionalidad del gobierno metropolitano y de la división político administrativa de la ciudad. ¿Seguiremos gobernándola y administrándola por municipios, por consejos populares, por distritos, por barrios? ¿La interlocución entre el ejecutivo y los representantes populares a qué nivel se producirá? ¿A qué escala se relacionará la administración con los ciudadanos? ¿Cuáles serán los niveles territoriales para la participación popular? La Habana es la única ciudad cubana que constituye una provincia. ¿No requerirá de un estatuto especial?

De otra parte, es ya un reclamo universal la necesidad de modernizar la administración pública, haciéndola más eficiente y más cercana al ciudadano. Ha comenzado ya el tránsito hacia su informatización (registros automatizados, portal del ciudadano, gobierno electrónico, ventanilla única…). Pero es obvio que no se trata solo de ello.

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Es imprescindible un cambio cultural de todo el personal que trabaja en la administración pública, que debe entender que su función no es distribuir noes, sino que están para servir al ciudadano, que son servidores públicos, desde el gobernador hasta la recepcionista de la Dirección de Vivienda municipal o el inspector de Planificación Física. Que deben reaprender a disfrutar el solucionar problemas, facilitar gestiones, ahorrar tiempo, hacerle la vida más feliz a la gente.

Es posible que tengan que desaprender muchas cosas, es posible que haya que mejorar las condiciones de trabajo, que haya que subir salarios, que haya que formar nuevas capacidades y nuevos sentimientos, pero ¿no es ello importante? ¿No es posible? ¿No se ha logrado en otras latitudes? ¿No valdría la pena el empeño? ¿Tan escépticos nos hemos vuelto?

Es posible que no sean estos los únicos temas a encarar, quizás no sean los prioritarios, los más urgentes o importantes, pero cuando se terminen las celebraciones, los fuegos artificiales, los fastos y los discursos por el 500 y hayamos dado “lo más grande” por la ciudad, quizás sea hora de comenzar a reflexionar y debatir sobre la vida que continúa y hacer realidad que La Habana es “mía, tuya, nuestra”.

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