Getting your Trinity Audio player ready...
|
El pasado 27 de julio, en el lujoso complejo de golf de Donald Trump en Escocia, se selló un acuerdo que muchos consideran un punto de inflexión en las relaciones transatlánticas.
La presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, y el presidente estadounidense, Donald Trump, alcanzaron un pacto que evitó la imposición de aranceles del 30 % con que este había amenazado. El acuerdo ha dividido a los líderes europeos, y una parte notable de la población piensa que el acuerdo es vejatorio. Así nos ven del otro lado del océano, dicen.
La tormenta que se avecinaba
Para entender la magnitud de este acuerdo, es necesario revisar los meses de tensión que lo precedieron. Desde su regreso a la Casa Blanca en enero, Donald Trump había reavivado con vigor su retórica proteccionista. En marzo replicó su estrategia de 2018 al imponer aranceles del 25 % al acero y 10 % al aluminio europeo, bajo el argumento de “seguridad nacional”.
La escalada continuó durante el verano. En julio el presidente amenazó con elevar los aranceles generales sobre productos europeos del 10 % al 30 % si no se alcanzaba un acuerdo antes del 1ro de agosto. La justificación era familiar: el déficit comercial entre Estados Unidos y la Unión Europea, que según cifras estadounidenses alcanzaba los 152 mil millones de euros.
Esta presión no era nueva para Europa. Durante el primer mandato de Trump (2017-2021), las relaciones comerciales ya habían sufrido turbulencias similares, con amenazas constantes al sector automotriz europeo y la imposición de aranceles que afectaron a empresas como la alemana Thyssenkrupp y la española Acerinox.
Como se sabe, el sector automovilístico es clave para la economía alemana y se ha impuesto en Estados Unidos en una gama de gran importancia del mercado de ese país.

Los términos del acuerdo: más que aranceles
El pacto finalmente alcanzado estableció un arancel fijo del 15 % sobre la mayoría de productos europeos exportados a Estados Unidos. Aunque representa una reducción respecto al 30 % amenazado, triplica el arancel promedio anterior, que rondaba el 4,8 %.
Sin embargo, los aranceles son solo una parte de la historia. El acuerdo incluye compromisos masivos de compra porla parte europea: 750 mil millones de dólares en productos energéticos estadounidenses (petróleo, gas natural licuado y combustibles nucleares) y 600 mil millones adicionales en equipamiento militar durante el mandato de Trump.
El sector del acero y el aluminio queda excluido del arancel del 15 %, manteniéndose los vigentes del 50 %. Solo sectores como la aviación, ciertos productos farmacéuticos y químicos disfrutan de exenciones o de aranceles reducidos.
Y aquí entra una característica crucial del acuerdo: su falta de reciprocidad. Europa no aplicará aranceles equivalentes a las importaciones estadounidenses, una humillante asimetría que ha generado las críticas más severas.
En la cultura común cubana hay un nombre y un cuento para este tipo de trato. Solo la decencia más elemental me impide mencionarlo.

Las voces europeas: entre el alivio y la indignación
Aun así, vale la pena recapitular la reacción de los líderes europeos. Han conformado un mosaico de posturas que reflejan no solo diferencias nacionales, sino también distintas concepciones sobre el papel de Europa en el mundo.
Francia: El rechazo más categórico
El primer ministro francés, François Bayrou, ofreció la respuesta más dura, calificando el del acuerdo como “un día oscuro cuando una alianza de pueblos libres decide someterse”.
El ministro para Asuntos Europeos, Benjamin Haddad, aunque reconoció que el pacto proporciona “estabilidad temporal”, lo describió como “desequilibrado”.
Alemania: Pragmatismo exportador
El canciller Friedrich Merz adoptó un tono más pragmático, destacando que el acuerdo evita una “escalada innecesaria” que habría dañado gravemente la economía exportadora alemana.
Para un país cuya industria automotriz representa el 10 % de sus exportaciones a Estados Unidos, la reducción del arancel del 27,5 % al 15 % se percibe como un alivio costoso e inevitable.
Hungría: La crítica más mordaz
Viktor Orbán fue directo en su evaluación: “Trump se comió a Von der Leyen para desayunar”, comparando desfavorablemente el acuerdo europeo con el que el Reino Unido negoció, que estableció un arancel del 10 %.
Italia: Aceptación cautelosa
Giorgia Meloni, aunque dijo que necesita revisar los detalles, consideró el acuerdo “positivo”, pero solo porque evita una confrontación comercial que habría tenido “consecuencias potencialmente devastadoras”.
Los países nórdicos: Estabilidad previsible
Líderes como Petteri Orpo de Finlandia destacaron que el acuerdo aporta “predictibilidad muy necesaria” para las empresas, mientras que en Dinamarca, Lars Løkke Rasmussen admitió que “las condiciones comerciales no serán tan buenas como antes”, pero consideró necesario el equilibrio alcanzado.

El sector empresarial: preocupación y resignación
Las organizaciones industriales europeas han expresado serias reservas. La Federación de la Industria Alemana (BDI) calificó el acuerdo de “compromiso inadecuado” que envía una “señal desastrosa”. La Asociación Alemana de la Industria Automovilística (VDA) advirtió que el arancel del 15 % costará miles de millones de euros anuales, citando el ejemplo de Volkswagen, que perdió 1300 millones de euros en el primer semestre de 2025 debido a aranceles previos.
Una realidad conocida
Este no es el primer roce comercial entre Trump y Europa. En julio de 2018, durante su primer mandato, Jean-Claude Juncker logró un acuerdo similar que congeló los aranceles a cambio de incrementar las compras europeas de soja y gas natural licuado estadounidenses. Aquel pacto, celebrado como “un día bueno para el libre comercio”, resultó ser temporal y de alcance limitado.
Ahora Trump había anunciado con una amenaza su propuesta desde su red social, Truth Social: “¡Nuestras conversaciones con ellos no llevan a nada!”. Y desde la Sala Oval: “No busco un acuerdo. Ya hemos cerrado el trato: es del 50 %”.
Aunque la cifra luego disminuyó, la amenaza era ya una realidad. Estados Unidos doblegaba a Europa.
Una diferencia crucial radica en que el contexto geopolítico actual es más complejo. Europa enfrenta simultáneamente la guerra en Ucrania, tensiones en Medio Oriente y la competencia tecnológica con China, factores que limitan su margen de maniobra frente a Washington.
El acuerdo trasciende las cuestiones puramente comerciales. Los compromisos de compra energética y militar refuerzan la dependencia europea de Estados Unidos en sectores estratégicos, alejándose del objetivo de “autonomía estratégica” que líderes como Emmanuel Macron han defendido.
Geopolíticamente, el pacto consolida un patrón preocupante: la capacidad de una administración estadounidense para imponer términos unilaterales a aliados europeos mediante la amenaza de daño económico.
Define quién domina, quién manda, y quién es el subordinado —tal como preveíamos— en la relación europea estadounidense.
Pero también expone las divisiones internas de la Unión Europea. Mientras países exportadores como Alemania priorizan evitar disrupciones comerciales, Francia mantiene una postura más confrontacional, de hecho más independiente, con lo que han reflejado una visión más ajustada del papel de Europa en el mundo.
Los ganadores y perdedores, humillación y soberbia
Estados Unidos: El gran ganador
Donald Trump logró sus objetivos principales: aranceles sobre productos europeos significativamente superiores a los históricos, compromisos masivos de compra que benefician sectores energéticos y de defensa estadounidenses, y el establecimiento de un precedente de que la presión unilateral puede forzar concesiones europeas. Todo esto con fin declarado de superar el desbalance comercial entre Estados Unidos y la vieja Europa. Pero reflejando una ya histórica superioridad en las relaciones bilaterales.
La Unión Europea: Victoria pírrica
Europa ciertamente evitó una guerra comercial total que habría sido devastadora, de modo particular para economías exportadoras como Alemania.
Sin embargo, pagó un precio elevado: aranceles que triplican los niveles anteriores, compromisos de compra que limitan su autonomía estratégica, y la demostración de su vulnerabilidad y su ciega sumisión ante la presión estadounidense.
Hay grandes olvidados y perjudicados en ambas orillas del Atlántico.
Tanto estadounidenses como europeos enfrentarán precios más altos. Los aranceles del 15% se trasladarán inevitablemente a los consumidores estadounidenses, mientras que las empresas europeas deberán absorber costos adicionales o perder competitividad.
La alianza transatlántica sufrirá daños a largo plazo.
Aunque el acuerdo evita una ruptura inmediata, sienta un precedente peligroso donde las amenazas económicas se normalizan como herramienta de negociación entre aliados. Esto erosiona la confianza mutua construida con grandes y conocidas dificultades durante décadas.
El peligroso pragmatismo y la dura verdad
El acuerdo comercial representa el triunfo del pragmatismo sobre los principios, de la estabilidad a corto plazo sobre la autonomía a largo plazo. De los límites de la soberanía europea. Europa eligió el mal menor, evitando una confrontación comercial que habría paralizado su economía, pero al precio de aceptar una relación comercial avasallante.
La verdadera prueba del acuerdo no será su implementación inmediata, sino su impacto en la capacidad europea para desarrollar una estrategia económica independiente en un mundo multipolar. Al ceder ante la presión de Trump, Europa puede haber ganado tiempo, pero también ha revelado las limitaciones de su poder negociador y la fragilidad de su unidad.
En última instancia, este episodio confirma una realidad incómoda: en la era de la competencia entre grandes potencias, Europa aún busca su lugar entre la dependencia atlántica y la autonomía estratégica, una búsqueda que este acuerdo hace más urgente pero también más compleja.