Un periodista recordaba recientemente en The New York Times: “Todas las guerras plantean dos preguntas cruciales: ¿quién la ganará sobre el terreno? y ¿quién en su narrativa?”.
Para Israel la historia comenzó el 7 de octubre, cuando la organización palestina Hamás realizó una operación que sorprendió a todos los mecanismos de aviso israelíes. Lo que siguió es ampliamente conocido.
Desde junio pasado Benjamín Netanyahu afirmó que “la fase intensa” de la guerra con Hamás terminaba y que la actividad militar se expandiría a la frontera norte de Israel con Líbano. Cuatro meses después, el saldo es de varias ciudades literalmente destruidas, más de 40 mil personas muertas en Gaza y unas 3 mil en Líbano.
La segunda fase ha sido un viejo tema pendiente: la aniquilación de Hezbollah y el regreso al norte del país de unos 60 mil habitantes que se habían desplazado al sur de Israel por el fuego coheteril, incrementado por la organización libanesa en solidaridad con los pobladores de Gaza.
Ahora, como reacción a los casi 200 misiles de varios tipos enviados por Irán en respuesta al asesinato de varios dirigentes de importancia, tanto de Hamás como de Hezbollah, así como las acciones terroristas recientes, y los beepers explosivos en Líbano, Israel prepara su gran respuesta a Irán.
Estamos ante una peligrosa reedición de la ley del Talión, ojo por ojo y diente por diente, conocida desde tiempos de Hammurabi o desde la escritura del Éxodo y el Levítico, dos de los libros de la Torá (y, por supuesto, de la Biblia).
Solo que esta vez, según las propias declaraciones del ministro de Defensa Yoav Gallant, será “letal”, “precisa” y “sorprendente”.
La filtración de un informe de Inteligencia Visual hecho por la Agencia Nacional de Inteligencia Geoespacial (NGA) del Departamento de Defensa y distribuido dentro de la comunidad de inteligencia de los Estados Unidos, ha adelantado datos sobre la forma en que se produciría esta respuesta, con una amplia complicidad material y logística estadounidense.
El informe, según Axios, “detalla las medidas que se han llevado a cabo en los últimos días en varias bases de la Fuerza Aérea Israelí, incluida la transferencia de municiones avanzadas que, según el informe, estaban destinadas a un ataque contra Irán.
“También afirma que, según la inteligencia de señales de Estados Unidos, la Fuerza Aérea Israelí realizó un gran ejercicio esta semana que involucró aviones de inteligencia y probables aviones de combate entrenados para un posible ataque contra Irán. El supuesto informe de inteligencia también detalló los preparativos en unidades de drones israelíes para un ataque contra Irán”.
El escándalo de los informes, publicados en un sitio de Telegram, no nos dice nada nuevo. Es cierto que se prepara una agresión para Irán, y pronto. Este país, además, lo conoce bien.
En esta narrativa —la israelí—, un nuevo orden se crearía en la región, en el que Israel tendría negocios con los países petroleros, incluida Arabia Saudita, y se habría quitado de encima a sus enemigos principales.
Usted y yo, seguramente, sabemos que no es cierto. Pero casi toda la población de Israel comparte esta versión y la apoya. Netanyahu, que ha pasado por momentos muy críticos, ha recuperado su aprobación. No es por gusto que ha sido primer ministro durante tantos años.
Afianzó su imagen con varios recursos, como el de echar la culpa de las enormes fallas de seguridad del 7 de octubre a las organizaciones de inteligencia; crear una comisión nacional que investigue la responsabilidad sobre esto; o empujar a sus partidarios a enfrentar a las familias de los rehenes secuestrados por Hamás, y dividirlas, hasta hacer poco eficaces sus protestas.
En ese trayecto, se deshizo de su competidor natural Benny Ganz y subió a su carro político a Gideon Saar, hasta ahora un feroz opositor en su propio partido. De celebrarse elecciones hoy, el partido Likud, al que pertenecen ambos, arrasaría en la Knesset o parlamento israelí.
Israel, con Netanyahu al frente, parecería estar en la cresta de la ola de victorias en esta, la guerra más criminal y prolongada que haya desarrollado ese país en sus casi ochenta años de historia.
Claro, hay otra forma de entender esta realidad, mucho menos luminosa.
La otra visión
El empeño de la dirección israelí, casi desde la fundación del Estado en 1948, por descabezar los movimientos opositores, no solo es criminal, sino de una inutilidad sorprendente. Visto en la distancia, parece más una operación de relaciones públicas para engrandecer las formas de trabajo y la leyenda del Mossad.
Mohammed Deif, Fuad Shukr, Ismail Haniyeh, Hassan Nasrallah, Yahya Siwar, dirigentes árabes, algunos excepcionales, como Nasrallah, se unen a un listado muy largo, entre los cuales pueden estar Fadel Shana’a, Gerald Bull, Atef Bseiso, Fathi Shaqaqi, Ghassan Kanafani, Wadie Haddad, Abu Ali Mustafa, Mohammad Boudia. O el fundador de Hamas, Sheikh Ahmed Yassin, alcanzado por un misil desde un helicóptero contra la silla de ruedas que movía al anciano dirigente.
Muchos de estos nombres hoy ya no nos dicen nada a nosotros, los occidentales de estos tiempos. Pero ellos fueron dirigentes muy destacados de organizaciones de lucha por la causa palestina, con los métodos de cada momento, de organizaciones que hoy protagonizan en mayor o menor escala los combates actuales.
Todos tuvieron o tienen relevo, a veces con características intelectuales superiores o con un pensamiento más radical. Lo cierto es que su desaparición no cambió el rumbo de los acontecimientos ni deshizo las organizaciones. Hezbollah, Hamás, Fatah o el Frente Popular de liberación de Palestina siguen existiendo y los cambios de estrategia que puedan haberse producido no son el resultado de estos asesinatos.
Es pura venganza, odiosa y racista. Y, además, ineficaz.
Pero hay otra narrativa.
Gaza no es un asunto terminado. Allí se sigue combatiendo en lugares que se daban por resueltos, como el caso de la zona norte. Hamás, el Amalec de la primera retórica bíblica de Netanyahu, aunque muy golpeado, sigue existiendo.
Lo que se ha logrado no es desplazar a Hamás, sino realizar una matanza gigantesca que es incomparable con la acción del 7 de octubre. Si entonces murieron 1700 israelíes, en Gaza han muerto más de 42 mil personas, mujeres, niños, ancianos, periodistas, personal de la salud, enfermos en sus camas de hospital. El desplazamiento hacia un lado y otro, el bloqueo del agua y la comida, el hacinamiento y la destrucción de los hogares va mucho más allá que los límites de la venganza.
Seamos sinceros: no es una lucha contra Hamás. Está en marcha el plan hacia el objetivo definitivo: deshacerse de la población palestina.
En el segundo frente, los 60 mil desplazados del norte israelí siguen esperando el momento del regreso. La información que brinda el ejército israelí sobre sus avances en territorio libanés solo habla de ocupaciones de armamento y de sonidos de sirena ante ataques con cohetes de Hezbollah. Me he tomado el trabajo de, cada vez que se menciona un combate y se cita el lugar, buscarlo en el mapa, y siempre lo localizo en la frontera. No hay penetración profunda.
Una penetración mayor supone un combate cercano, cuerpo a cuerpo. En un terreno averso. Con las bajas de rigor. Por ahí ya pasaron en 1982, cuando no existía Hezbollah, y en 2006, y no se pudieron sostener. Llegaremos a esa fase.
Pero por aire el desastre que han causado es mayúsculo. Beirut y el sur del Líbano son castigados a diario —se hablaba de 25 edificios en un día— y las muertes inocentes se acercan a las 3 mil. Nuevamente es la aplicación de la práctica israelí de castigo colectivo, la “Doctrina Dahiya”, que busca enfrentar a la población civil no al agresor, sino al agredido.
Si un libanés le dice que sí, que esa doctrina ha tenido éxito y critica a Hezbollah, pregúntele su confesión y profundice en sus ideas. Seguramente será un maronita de derecha y prooccidental. Ese es su Líbano, minoritario, pero el preferido por la prensa estadounidense y europea.
Pero si se le pregunta a alguien del otro Líbano, el chiíta, el druso, una buena parte del mundo sunita y de la propia cristiandad, le dirá exactamente lo contrario. Su otro Líbano, mayoritario, es profundamente arabista y antisionista.
Hacia Irán
Todo podría suceder en poco tiempo. Los resultados en las elecciones de Estados Unidos no cambiarán mucho las cosas. Las ácidas discrepancias entre Biden y Netanyahu, que se conocen desde hace cuarenta años, se subsanarán. Kamala Harris, con matices, ha reiterado la continuidad del apoyo a Israel. Trump le añadiría su estilo al tema, colorido, interesado y circense. Pero, en cualquier variante, Israel seguirá recibiendo dinero y armas, y apoyo diplomático estadounidense.
Netanyahu sabe que las cosas son así y ve próximo el cumplimiento de su mayor sueño: que Estados Unidos se involucre y la guerra pase de ser entre Irán e Israel, para convertirse en una conflagración entre Estados Unidos e Irán. Los documentos filtrados hablan de una complejísima acción que los israelíes no pueden enfrentar ni técnica ni humanamente por sí solos.
Pero Irán es harina de otro costal. Instalaciones verdaderamente subterráneas dentro de las montañas, influencia en el mundo chiíta en su totalidad, y, como insisto siempre, una larga sabiduría diplomática, que data del gran emperador Ciro el Grande, protector de los judíos en su territorio conquistado, a quien según Isaías (45:1 de la Biblia hebrea), dios lo llamó mesías, la única figura no judía en la Biblia en recibir ese nombre.
Irán conoce muy bien al enemigo y tendrá sus decisiones tomadas.
No es el Oriente Medio el que está en peligro. La resonancia de un conflicto mayor puede tener consecuencias catastróficas para todo el planeta. La política israelí está equivocada y puede arrastrar al mundo a un cataclismo, por lo menos económico.
No comprenden que, como vienen diciendo los viejos teóricos militares desde Sun Tzu hasta Von Clausewitz, ninguna guerra popular tiene solución militar.
Me estremezco cuando oigo hablar de la “democracia israelí”. La Sudáfrica del apartheid, la que crearon los afrikáners, nacidos en África, tenía, como Israel, un parlamento, elecciones, una vibrante economía, un poderoso ejército y un gran apoyo de Occidente. Al mismo tiempo, una inmensa población negra segregada, cuyos derechos no eran mayores que la población palestina hoy, que vive segregada también, en la tierra de sus ancestros. Los sudafricanos del apartheid tenían su propia narrativa justificante. Pero nadie la recuerda.
Muy bien explicado el articulo desde su punto de vista, yo lo veo de otro, Israel va a existir siempre, le guste o no a los iranies o a Hamas o a Hezbollah.
Han prevalecido desde 1948 gracias a su inteligencia ,capacidad de trabajo y evidentemente al apoyo de Estados Unidos que no se hizo material hasta veinte anos despues en 1968 despues de la guerra de los seis dias y que ven a Israel como la unica democracia de tipo occidental en la zona.
Que quieren exterminar a los palestinos? no lo dudo, pero si quisieran hacerlo cuentan con el poderio para ello y no lo han hecho, sus rivales los han tratado de exterminar desde 1948 y no es un secreto que Iran quisiera un arma nuclear para borrarlos del mapa.
Por lo tanto esta es una guerra de supervivencia .del mas fuerte, del mas capaz como ha sido siempre, de toda la vida, sencillamente el autor del articulo aposto al caballo equivocado.