Año 2002. Esa mañana Elie Hobeika, como cada día, se dispuso a pasar por el gimnasio e ir a su despacho en Beirut. Su chofer y sus tres guardaespaldas pusieron su portafolio y su maletín en el Range Rover, y colgaron en el asiento trasero del vehículo la ropa que su jefe se pondría después de bañarse.
En la carretera que une a Hazmieh, donde vivía Hobeika, con Beirut, hay varias curvas que rodean las montañas que deben atravesarse para llegar a la capital libanesa. En una de esas curvas había un auto vacío fuera de la cinta pavimentada, recostado contra la montaña. Al auto le habían reforzado el costado derecho con una gruesa plancha de acero, de forma que la explosión lanzara toda su carga hacia el lado contrario, es decir, hacia la carretera.
Con la explosión, hechos pedazos el Range Rover, el chofer, los guardaespaldas y el mismo Hobeika, terminaba la vida del responsable directo, jefe de la rama armada de las fuerzas de derecha cristianas, de la masacre de Sabra y Chatila en 1982.
Según el informe de la comisión Kahan, designada por Israel para investigar varios hechos ocurridos durante la invasión israelí al Líbano ese año, Hobeika respondió así a una consulta sobre qué hacer con la gran cantidad de mujeres, ancianos y niños: “Esta es la última vez que me haces una pregunta como esa, sabes exactamente lo que hay que hacer”.
Si usted va a Chatila, en la carretera que conduce al aeropuerto, alguien le señalará un edificio a menos de cien metros del lugar, desde donde le contarán que Ariel Sharon podía escuchar tanto los disparos como los gritos de las víctimas indefensas, porque los hombres se habían retirado para no atraer a las milicias enemigas. Ariel Sharon, ministro israelí de defensa, era el jefe de las tropas israelíes que habían invadido el Líbano, apoyados en las milicias de Hobeika.
Hobeika había sobrevivido políticamente gracias a su conocimiento de los intrincados laberintos del poder libanés. Ahora —cosas de la política— era el testigo más fuerte de la acusación contra Sharon en el proceso que por ese hecho criminal se le seguía ante una corte de justicia en Bélgica. Muerto Hobeika, el juez belga se declaró incompetente y anuló el juicio.
El aislamiento de Israel
El deterioro de la imagen internacional del sionismo ha sido siempre un punto de preocupación. Confían en el apoyo estadounidense, sobre todo del llamado lobby israelí, y en la penetración colosal en los medios de prensa y en las industrias culturales estadounidenses. Por encima de quién gobierne en cada momento.
Actualmente la impunidad de los dirigentes israelíes es más difícil de mantener.
Karim Khan, el norteamericano fiscal de la Corte Penal Internacional, ha pedido hace pocos días a la Corte órdenes de detención contra el primer ministro israelí Benjamin Netanyahu y su ministro de defensa, Yoaf Gallant, por adoptar medidas que conducen al exterminio de una población, por la utilización del hambre como recurso al impedir el suministro de alimentos y por la actuación contra la población civil.
También incluye a tres dirigentes de Hamás, incluida su figura pública más conocida, Ismail Haniyeh.
La inclusión de Hamás era de esperar. La noticia fue que se acusara a Netanyahu y a Gallant. Es una acción contra la masacre actual en Gaza y al mismo tiempo, contra cada una de estas dos figuras.
No se sabe si la acusación tendrá éxito en la Corte, que amontona procesos en curso de abusos contra el pueblo palestino. Pero la imputación del fiscal llega en el momento exacto para acrecentar el aislamiento de Israel, y en particular de Netanyahu.
Pacto con el diablo del sionismo
Iniciar una causa ante la Corte Penal se agrega a la ya iniciada también por genocidio ante la Corte Internacional de Justicia, y lo personifica acusando a dos de los responsables —no los únicos, por supuesto— de la guerra de exterminio que se libra, no contra una organización palestina de resistencia, sino contra el propio pueblo palestino.
Vamos por partes. Dije que la acusación contra Hamás era de esperar. Pero más allá del criterio que cada cual tenga de la acción del 7 de octubre pasado, era evidente que estaban creándose aceleradamente condiciones para que el status quo en que viven los palestinos estallara de una forma o de otra.
En el campo palestino siempre se han alternado dos opciones en defensa de su causa. La guerra de la OLP desde Jordania primero y luego desde el Líbano, fue seguida por un período de expectación que se rompió en 1987 por la primera intifada, donde vimos combatir hasta a niños con piedras frente a los medios blindados del sionismo.
Esa intifada permitió que se abriera alguna esperanza, cuando los acuerdos de Oslo en 1993 posibilitaron a la OLP y a Yaser Arafat regresar a Palestina y comenzar a trabajar en un plan progresivo, en tres etapas, para la creación de los dos estados, el palestino junto al israelí.
Las dudas siempre fueron más que las certezas, y a más de 35 años de adoptados, no se sobrepasó nunca la primera y algo de la segunda etapa. Al final, aunque se ha seguido clamando por su aplicación, la famosa fórmula ha dormido hasta hoy el sueño de muchas causas justas.
Antes bien, lo que ha predominado hasta ahora es un régimen que solo encuentra similitud en el nunca olvidado apartheid sudafricano: un sector en el poder, limitando a otro sector discriminado en derechos civiles, en oportunidades sociales y de trabajo y hasta en sus instituciones de defensa: Israel tiene un poderoso ejército; los palestinos, una policía interna.
El gobierno actual de Netanyahu llevó la discriminación a límites desconocidos cuando, para mantenerse en el poder, hizo un pacto con el diablo del sionismo: los partidos judíos ortodoxos de ultraderecha. Es el peor y el más peligroso gobierno en más de 75 años de existencia del estado israelí y niegan toda posibilidad de un estado palestino.
La intervención internacional también era exigua o iba en detrimento de una solución, siempre regulada por Estados Unidos. Los Acuerdos de Abraham no solo dirigieron su peso hacia el reconocimiento de Israel por varios países árabes, sino que no ofrecían una solución creíble para el pueblo palestino.
El estallido estaba en el ambiente
En este punto he vuelto a ver la entrevista que el estadounidense Bill Maher hizo a Netanyahu poco antes de que retomara por enésima vez el cargo de primer ministro. Dijo: Los palestinos representan el uno por ciento del mundo árabe. Me voy a concentrar en las relaciones con el otro 99 por ciento, y solo cuando termine me dedicaré a este tema.
La situación en 2023 ya era insostenible antes de octubre, y desde el año anterior se iniciaron enfrentamientos armados en Cisjordania, entre tropas de Israel y organizaciones armadas palestinas de nueva creación. La cifra de palestinos muertos en desiguales choques fue récord: 492 palestinos, entre ellos 120 niños y niñas, según datos de la Oficina de Coordinación de Asuntos Humanitarios de las Naciones Unidas (OCAH). Más del doble que en cualquier otro año desde 2005.
Ciertamente, la magnitud de la acción del 7 de octubre fue inesperada. Pero de que, de algún modo, el estallido estaba en el ambiente, no hay duda alguna.
La respuesta de Israel, tal como la concibe Netanyahu, consiste en matar a todos los que fueran necesarios, con el fin —o el pretexto— de liquidar a Hamás. Al cabo de casi 8 meses de acción destructiva, no ha podido terminar con Hamás, y los muertos palestinos, una gran mayoría civiles, mujeres y niños, ya pasan de 35 mil.
Dentro del gobierno israelí hay preocupación porque Hamás reaparece en lugares, como el norte de Gaza, que se daban como resueltos. Pese al gran poderío del ejército israelí, ni se ha liquidado a Hamás ni se ha rescatado a los rehenes.
Un balance donde entren los muertos de Hamás, los muertos inocentes, los soldados israelíes caídos, la gigantesca destrucción de las ciudades, y el escándalo mundial contra esta gran masacre, mostraría una inobjetable realidad: Israel está perdiendo esa guerra.
Benny Gantz, anterior primer ministro e integrante del gabinete de guerra que dirige Netanyahu y el propio Yoaf Gallant, han criticado públicamente a Netanyahu. Las manifestaciones masivas que le reprochan no haber rescatado a los rehenes tomados por Hamás, se agregan a la crisis del primer ministro.
El gobierno israelí ha dividido seriamente a Israel y pone en cuestión la afirmación famosa de que son “la única democracia de Oriente Medio”. Junto al Israel que sigue el esquema parlamentario de representación y gobierno que los fundadores trajeron de Europa, hay otro Israel fundamentalista religioso, para el que vale más la vieja Torah y los principios dictatoriales, que es el que sostiene hoy en el poder a Benjamin Netanyahu.
Un ave fénix de dudoso plumaje
Nunca he visto a un gobierno y al propio estado sionista en una situación tan crítica. Dividido en sus raíces y enfrentado a su población, entrampado en una carnicería insostenible en Gaza, temeroso de que se abra un nuevo frente en el norte, donde el intercambio de fuego casi simbólico con Hezbollah puede convertirse en una guerra sin pronóstico; con un aislamiento internacional que se ha acrecentado de golpe en estos días con el reconocimiento del estado de Palestina por parte de España, Noruega e Irlanda.
Y con dificultades en su relación con su socio mayor, Estados Unidos.
Como un ave fénix de dudoso plumaje, ha emergido la llevada y traída solución de dos estados. Es de difícil realización. Israel, y menos hoy, no estaría de acuerdo con la existencia de un estado palestino. Es, sin embargo, la única alternativa que podría contar con un gran apoyo internacional.
Las otras alternativas: un único estado con igualdad de derechos, es una propuesta más cercana a la ciencia ficción que a la realidad. O el status quo con apartheid, es decir, el que existe hoy, que es insostenible.
La cuarta opción, de resonancia bíblica, es la que actualmente se desarrolla ante nuestros ojos. La limpieza étnica, la que se lleva a cabo hoy en Gaza, no es una exageración retórica. Ya se hizo en 1948 y con otras características en 1967.
Ahora los palestinos fueron igualados con Amalek, enemigo bíblico de Israel, en la evocación más destructiva que pudiera hacerse al texto sagrado. Cuando Netanyahu indicó que se actuara sobre Gaza como indicaba el Señor en la Biblia contra los amalecitas (Samuel, 15:3, Deuteronomio), levantó muchos titulares. Se pensaba que era un recurso oratorio.
Pero, 35 mil muertos después, las fuerzas israelíes parecen estar cumpliendo lo que Dios le manda a decir al rey Saúl: “vaya, ataque a los amalecitas y destruya totalmente todo lo que les pertenece. No los perdones; haz matar a hombres y mujeres, niños y bebés, ganado y animales, ovejas, camellos y asnos.”
Sé lo que usted me dirá: parece que no hay solución. Sí la habría, si hubiera voluntad política. Con dificultades, pero la habría. El gobierno que preside Benjamin Netanyahu no la tiene. Ha escogido la peor de ellas. La más criminal.