Israel y Hezbollah: tensión y expectativas en la Línea Azul
El intercambio de fuego entre Hezbollah e Israel que durante mucho tiempo se ha calificado de simbólico, podría convertirse en una conflagración de consecuencias imprevisibles.
Frente a frente han estado otras veces el Ejército israelí y su némesis de casi cuarenta años, la fuerza armada de Hezbollah, y podrían estar viviendo ahora el preámbulo del mayor enfrentamiento entre ambos.
En términos prácticos, la gran interrogante hoy es si la guerra de Gaza puede trasladarse al norte israelí; es decir, al sur libanés. En otra dimensión, podríamos estar ante un cambio absoluto en la historia regional. Y más allá.
Algo de historia
Hoy es uno de los escenarios más tensos del planeta.
Conozco el lugar. El 24 de mayo del año 2000 las tropas de Israel se habían retirado de la franja de mil kilómetros cuadrados, el 10 % del territorio del Líbano, que ocuparon durante 28 años en el sur libanés, a lo largo de la frontera entre ambos países.
Había sido una decisión inevitable que solamente podía adoptar un primer ministro como Ehud Barak, el militar más condecorado de Israel. Un mito para los israelíes.
Barak comprendió que era insoportable y sin sentido la situación en esa franja, donde día a día la resistencia libanesa, capitaneada por las fuerzas de Hezbollah, cobraba la vida de uno, dos, tres soldados, muchas veces jóvenes reclutas del servicio militar israelí.
El 29 de mayo, dos días después de haber llegado a Beirut, pude entrar en aquella zona. En todas las fronteras parece haber siempre la misma atmósfera densa, que hace que las conversaciones sean más cortas, y que el estado de alerta no desaparezca hasta que te marchas.
En las trincheras abandonadas había todavía señales de sus antiguos ocupantes. Los automóviles y camiones iban y venían, muchos con la bandera amarilla de Hezbollah, por aquella red de carreteras y caminos que atravesaban un terreno seco y sin vegetación. Solo tenían utilidad militar, pues los poblados eran pequeños y aislados.
En el castillo de Beaufort, o lo que queda de él, erigido por los cruzados en una elevación en el siglo XII, también ondeaba la bandera de Hezbollah. Para llegar a un punto donde solo una cerca de alambre común separaba los dos países, había que caminar por un sendero que flanqueaban dos herbazales con letrero similares: “Campo minado”.
Y el observatorio natural era el borde sureño del poblado de Maroun el Ras. Estaba en un sitio elevado, y sobre un nido de ametralladora abandonado, se podía ver sobre la línea fronteriza un vasto paisaje de la Galilea bíblica. Abajo, del otro lado de la cerca, los soldados de una pequeña unidad militar israelí contemplaban con curiosidad a los visitantes. Meses más tarde, sus altavoces amplificaban una escandalosa grabación de ladridos de perros.
La retirada ordenada por Ehud Barak fue la primera victoria, en esta etapa, de la resistencia encabezada por Hezbollah, que asumía el protagonismo entre los movimientos que la integraban.
La fortaleza que había alcanzado Hezbollah, fundado en 1985 con el eco de la revolución iraní de 1979, iba acompañada de una actitud muy radical de la lucha contra el sionismo israelí. Era también un poderoso partido político, con representación en el parlamento y en el gobierno libanés.
Retirada la ocupación israelí de aquella franja que representaba el diez por ciento del territorio del Líbano, el movimiento chiíta dijo que aun faltaban territorios por liberar: las granjas de Shebaa, situadas junto al Golán ocupado por Israel. Los llamados al desarme de Hezbollah, hechos por Israel y Estados Unidos fueron desechados. El debate geográfico e histórico sobre Shebaa no condujo a nada.
Esta zona no es siquiera una frontera clara. Lo que yo impropiamente he llamado frontera es la llamada Línea Azul, de 79 kilómetros, resultante del armisticio con que concluyó la guerra árabe-israelí de 1948. Lo cierto es que Hezbollah no solo no se desarmó, sino que se fue convirtiendo en una creciente potencia local e incrementaron sus acciones en solidaridad con el pueblo palestino.
Las acciones continuaron de parte y parte. El 12 de julio de 2006, Hezbollah capturó dos soldados israelíes, como había hecho otras veces, para intercambiarlos por prisioneros palestinos. En la acción murieron otros tres soldados de Israel. El gobierno de turno de Tel Aviv lanzó sus tropas sobre la frontera libanesa. Una vez más, sus aviones bombardearon no solo, objetivos militares, sino poblaciones civiles, incluido el barrio chiita de Beirut.
Un mes después, las tropas israelíes no habían penetrado más de diez kilómetros hacia el norte, pese a la fuerza de sus blindados y al apoyo aéreo. Los muertos libaneses eran en su mayoría civiles indefensos. Israel perdió unos 160 soldados.
Otra vez, el movimiento de resistencia había contenido a uno de los ejércitos más poderosos de la región.
La mejor explicación me la dio un amigo palestino: “Los israelíes traían un ejército con jóvenes del servicio militar obligatorio que venían convencidos de que iban a un paseo militar; Hezbollah asignaba a cada uno de sus hombres una posición, un arma, y sus raciones de comida, y le decían: tu misión es defender esta posición hasta la muerte. Eran hombres hechos, de convicciones.”
De ayer a hoy
Dieciocho años después, un nuevo enfrentamiento pende de un hilo. Pero la situación es radicalmente diferente.
Hoy, ni Israel ni Hezbollah son los mismos.
Israel se encuentra en el momento más crítico de su crítica existencia. El 7 de octubre pasado, sus elogiados sistemas de seguridad fueron sorprendidos por la acción de Hamás. La ira bíblica con que respondió Netanyahu solo ha logrado el mérito miserable de haber destruido ciudades enteras en la Franja de Gaza, sin haber logrado ni la eliminación de Hamás ni el rescate de los 140 rehenes en poder de la organización islamista.
La masacre de casi 40 mil vidas de palestinos, en su mayoría niños, mujeres y hombres inocentes, ha conducido al Estado sionista al mayor aislamiento diplomático y ante la opinión pública mundial en su historia.
En las Naciones Unidas han perdido en todos los escenarios, desde la Asamblea General hasta en la condena del propio Secretario General, y en el Consejo de Seguridad solo el veto inevitable de Estados Unidos los ha salvado de una condena. De un modo u otro, las Cortes Internacional y Penal de Justicia han sido territorios hostiles.
Los arreglos con los países árabes del Golfo han quedado en suspenso. Arabia Saudita ha recordado su iniciativa de paz de 2002, aprobada por la Cumbre Árabe de Beirut, que establece que solo la constitución de un Estado palestino junto a uno israelí hará que se normalicen las relaciones entre árabes y judíos.
Es pronto para calcular el daño económico para Israel de nueve meses de movilización y guerra. Tampoco se han confirmado las cifras de emigración en este lapso, en un país muy sensible a los problemas demográficos.
Si se había logrado unidad en torno a un primer ministro apuntalado solo por sus relaciones con la extrema derecha fundamentalista israelí, su resquebrajamiento es creciente, no solo con su oposición, sino con el propio Ejército.
Las demostraciones masivas contra Netanyahu han regresado a las calles de las ciudades israelíes, ahora reforzadas con el reclamo de la liberación de los rehenes.
El Gobierno actual de Israel ha logrado para su desgracia lo que pocos han conseguido antes: el deterioro de sus relaciones con la presidencia estadounidense. Es cierto que se mantienen —según Netanyahu disminuidos— los suministros militares. Pero solo recuerdo a Ronald Reagan, cuando retiró su apoyo a la invasión de Menahem Begin al Líbano, a un presidente estadounidense tan distante de un primer ministro de Israel.
Netanyahu vuelve a huir hacia adelante. Dijo: hemos cumplido una etapa en Gaza, y ahora vamos a concentrarnos en el frente norte. Las Fuerzas de Defensa de Israel habían declarado poco antes que estaban listos en el norte.
Por supuesto que Gaza sigue siendo un problema, y Hamás no está derrotado. El contralmirante Daniel Hagari, portavoz de las Fuerzas de Defensa, dijo en televisión claramente: “Destruir a Hamás, hacerlo desaparecer, es simplemente echar arena en los ojos del público”.
Tampoco ha recuperado los rehenes. Ni ha aceptado las propuestas de alto al fuego que Estados Unidos ha elaborado en distintas versiones. Sus amigos de coalición de la extrema derecha fundamentalista han amenazado con hacer caer su Gobierno si se atreve a cambiar el rumbo actual.
Los peligros del frente norte
Desde hace mucho tiempo el intercambio de artillería y otras operaciones entre ambas fuerzas ha tenido un carácter simbólico. En los últimos meses Hezbollah ha aumentado sus acciones y ha crecido el alcance de sus armas en solidaridad con el pueblo de Gaza, sometido al bombardeo, la infantería y el bloqueo de Israel.
La amenaza de Netanyahu parece el preludio de una escalada invasora.
El periódico israelí Haaretz se preguntaba este lunes: ¿Está Israel dispuesto a ir a la guerra con Hezbollah en el Líbano? A lo que añadía otra pregunta: ¿Apoyaría Estados Unidos a Netanyahu?
El problema es que no estamos en 2006. Ya no se trata de enfrentar a una guerrilla aguerrida. Hezbollah ha acumulado un arsenal de misiles modernos cuya cifra ha sido estimada entre 150 mil, 200 mil y más. Sus combatientes, sus fuerzas especiales y sus mandos militares se curtieron en la guerra en Siria.
Se conoce que pueden alcanzar centros vitales del territorio israelí. Cuando nadie se lo esperaba, Hezbollah difundió un video que ha vuelto a ridiculizar la vigilancia israelí, en el que drones de filmación grabaron vastas zonas y nítidos objetivos, desde las instalaciones portuarias de Haifa hasta la famosa Cúpula de Hierro, el sistema antimisiles del que se enorgullece Israel.
Se habla no de túneles sino de ciudades subterráneas para neutralizar el monitoreo enemigo, almacenar comida y agua y hasta para fabricar y adaptar armamento; del desarrollo de sus sistemas digitales y de inteligencia artificial, como lo tienen sus contrincantes.
El veterano corresponsal de guerra Elijah Magnier, en una entrevista al medio digital BreakThrough News, opina que los invasores tendrían que soportar un fuego continuo quizás de 400 o 500 cohetes de distinto tipo, drones, artillería, diariamente, sin descanso, más potentes mientras más se acercaran.
Hassan Nasrallah, secretario general de Hezbollah, advirtió a Tel Aviv que si desata una “guerra total” contra el Líbano, “ningún lugar” del país hebreo estaría a salvo y la “situación en el Mediterráneo cambiará por completo”.
Por ahora, la franja de seguridad ya no es aquella que visité hace casi un cuarto de siglo. Ahora está en Galilea, el extremo norte de Israel, de donde han emigrado al sur más de 60 mil habitantes.
Quizá cuando vea publicada estas notas, la especulación habrá terminado. Ojalá haya sido la justicia la que se haya impuesto, y sea la paz la vencedora.
Periodista, profesor y diplomático cubano. Desde 1966 ha ejercido el periodismo en diversas publicaciones cubanas y extranjeras, y ha dirigido varios medios cubanos, entre ellos el diario Granma y el Instituto Cubano de Radio y Televisión.