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La larga fila de combatientes guerrilleros lanzando sus fusiles en el horno donde fueron fundidos provocaba más incertidumbre que admiración para los televidentes, que escuchaban una explicación insuficiente.
¿Quiénes eran aquellos kurdos, combatientes que de forma voluntaria se desarmaban y lo expresaban ante las cámaras de televisión de todo el mundo?
Frecuentemente les llaman un pueblo sin país, una nación sin Estado. No son los únicos en el mundo, pero sí son los más numerosos.
Ellos se llaman a sí mismos hijos de la montaña. La vida en zonas agrestes a lo largo de muchos siglos no solo les ha permitido sobrevivir en medios hostiles, sino impedir que su identidad se desintegre y se funda con las etnias que los rodean donde viven.
Su origen étnico los vincula a los antiguos medos, un pueblo iranio que estableció un imperio en el siglo VII a.n.e. en lo que hoy es el noroeste de Irán, partes de Irak y Turquía. Los medos, conocidos por su papel en la caída del Imperio Asirio, hablaban una lengua irania que fue precursora de los dialectos kurdos que existen hoy.
Habitaban las tierras altas de los montes Zagros y Tauro, regiones que siguen siendo el corazón del Kurdistán actual. Una lengua común —más bien un complejo lingüístico—, tradiciones comunes y una historia de resistencia en las tierras montañosas de Turquía, Irán, Irak y Siria ayudaron a conformar una identidad propia.
“Su idioma, el kurdo, tiene tantas variantes como montañas hay en su territorio. En el norte hablan kurmanji, en el sur sorani, y cada dialecto cuenta una historia diferente de supervivencia cultural. La mayoría son musulmanes sunníes, pero entre ellos también hay yazidíes con sus misteriosos rituales, cristianos asirios y hasta algunos chiíes. Esta diversidad religiosa los ha hecho históricamente tolerantes, algo poco común en una región marcada por conflictos sectarios”, nos cuenta Mastoura Ardalan, importante poeta kurda del siglo XIX, en su Crónica histórica del emirato de Ardalan.
Su existencia como civilización propia es tan antigua como la persa, y durante más de dos milenios han vivido en las montañas del que ha llegado a llamarse Kurdistán, el país de los kurdos. Pero que lo es solo de nombre. Las montañas del Kurdistán fueron ocupadas por otros países de la zona al concluir la Primera Guerra Mundial y desaparecer el imperio otomano.
Como les sucedió a otros pueblos, los decisores de entonces, ingleses y franceses, y sus socios del gran espacio mesoriental, trazaron límites y transformaron países. Ninguno pensó en el pueblo de las montañas, que quedó atrapado en el actual territorio oriental de Turquía —el mayor número—, el nordeste de Siria, el norte de Irak y un gran pedazo de Irán.
Era solo cuestión de tiempo que cada agrupación corriera su propia suerte y enfrentara su destino.
En Turquía, Mustafa Kemal, Atatürk, reorganizó ese país; el shah Reza Pahlavi conformó el Irán actual, y los británicos y franceses redibujaron las fronteras del Oriente Medio según sus conveniencias. El Tratado de Lausana de 1923 enterró para siempre el sueño kurdo, repartiendo su territorio entre cuatro países que desde entonces los han mirado por encima del hombro.
La dispersión kurda
Al no haber censos oficiales, no es fácil definir el tamaño de su población. No obstante, se asume que la población kurda total oscila entre 25 y 45 millones de personas; de ellas, de 15 a 20 en Turquía (la quinta parte de la población del país), de 8 a 12 millones en Irán (10 al 15 % de la población total), entre 5 y 7 millones en Irak (15 al 20 % de la totalidad) y de 2 a 3 millones en Siria (10 % de la población en el país). En la diáspora, es significativo el millón de kurdos en Europa, principalmente en Alemania.
En 1984 Abdullah Öcalan (la “Ö” se pronuncia aproximadamente como oe y la “c” turca como una y o una ch. Si usted dice Ochalan, se acercará lo suficiente a la pronunciación real), un joven kurdo inteligente y luchador, llenó las páginas de los diarios del mundo. Öcalan, después de una juventud azarosa, encontró en el marxismo y el leninismo la respuesta a sus inquietudes como luchador por su pueblo. En ese año, el partido que había creado en 1978, el Partido de los Trabajadores de Kurdistán o PKK, declaraba la lucha armada contra Turquía.
Su objetivo era constituir un país kurdo en el este de Turquía. Allí donde vive la mayor población kurda del mundo, durante décadas les fue prohibido hablar su propio idioma. Los llamaban “turcos de las montañas” y se pretendía que no existían como pueblo diferenciado. Esta negación sistemática fue una razón más para la existencia de una de las guerrillas más antiguas del siglo XX.
En muy poco tiempo, Öcalan se convirtió en un referente para toda la región y más allá. Fue perseguido en sus intensos movimientos por diferentes países, hasta que en una operación en que participaron diferentes servicios de inteligencia, incluyendo, no faltaba más, a la CIA y el Mossad, fue arrestado en Kenia y condenado a prisión perpetua en la isla de Imrali, en el mar de Mármara turco.
Pero fue allí donde, aislado durante años, Öcalan formuló teorías propias que, sin abandonar su postura de liberación y militancia, incorporando ideas sobre el feminismo, el ecologismo y otras provenientes de sus estudios sociológicos, terminó imaginando una organización social propia, la que llamó “confederalismo democrático”, para el pueblo kurdo. La adoptaron en Siria los kurdos que participaban en la lucha armada contra el Gobierno de Bashar al-Assad.
El proyecto autónomo de Rojava fue establecido, al menos nominalmente, en la zona dominada por las llamadas Fuerzas Democráticas Sirias.
Los kurdos en Siria son los más frecuentes hoy en la prensa por los sucesos de esa región. Allí enfrentaron una extraña colección de enemigos y se incorporaron a una no menos rara alianza. Combatían contra el Ejército turco en la frontera, que los turcos cruzaban sin pedir permiso al Gobierno de Assad.
Por otra parte, enfrentaban a los terroristas del Estado Islámico (o ISIS, o Daesh), que llegaron a establecer en la cercana ciudad de Raqaa la capital de su estado dominado por una versión extrema del Islam y, de paso, se hicieron dueños de los campos petrolíferos de Siria.
¿Sus amigos? Pues Estados Unidos, que los vio como una cuña para introducirse en el codiciado escenario de la guerra interna de Siria, y en particular en la lucha contra el Estado Islámico.
El interés de Estados Unidos no era difícil de entender. Los kurdos del norte de Irak, separados por obra y gracia de las fronteras que trazaron los vencedores de la primera guerra mundial, habían adquirido una gran autonomía de Bagdad gracias a las tropas norteamericanas, que los rescataron de la hostilidad de Saddam Hussein, y se convirtieron además en la base de preparación de la guerra de Estados Unidos contra Irak en el 2003. Hoy la familia dominante, Barzani, es uno de sus más firmes aliados.
Algo más sobre Öcalan
Abdullah Öcalan sigue siendo una figura central para el movimiento kurdo. Para millones de ellos, es un símbolo de resistencia y libertad. Para el Estado turco, sigue siendo un terrorista.
Ya desde febrero había hecho pública la evolución de su pensamiento en un mensaje en el que pedía al Partido de Trabajadores de Kurdistán deponer las armas y buscar la “integración en el Estado y la sociedad”.
Más recientemente, Öcalan realizó desde la prisión otro importante llamamiento el 9 de julio pasado, solicitando a las fuerzas kurdas la adopción de la vía pacífica en la política hacia Turquía. Pidió al PKK que depusiera las armas y considerara la disolución del movimiento armado, para buscar la “plena democracia” mediante mecanismos políticos no violentos.
Públicamente, este llamamiento se conoció días antes de que se iniciara el publicitado proceso de autodesarme, el 11 de julio de 2025, con ceremonias simbólicas en el Kurdistán iraquí.
Las propuestas de paz de Abdullah Öcalan fueron acogidas favorablemente por los kurdos del norte de Irak. Líderes del Gobierno Regional del Kurdistán, como Nechirvan Barzani, y el Partido Democrático del Kurdistán (KDP) las consideraron una oportunidad para reducir tensiones y suprimir los ataques turcos en el norte de Irak, donde el PKK mantiene bases.
En Irán, la respuesta de los kurdos es más diversa. Las principales organizaciones políticas locales han reaccionado positivamente y algunos líderes han explorado negociaciones con Teherán. Sin embargo, el Partido de la Vida Libre del Kurdistán (PJAK), que ha sido leal a Öcalan, ha rechazado la renuncia a las armas.
La influencia de Öcalan es significativa, pero las dinámicas regionales limitan las posibilidades reales de un proceso de paz.
Las preocupaciones de Erdogan
Ya desde inicios de año, el presidente de Turquía, Recep Tayyip Erdogan, había manifestado disposición al diálogo sobre el problema kurdo, aunque siempre desde su enfoque como parte de una guerra contra el terrorismo. “Tenemos una oportunidad histórica de avanzar hacia el objetivo de destruir el muro del terror”, indicó entonces.
Ahora ha respaldado la propuesta de Öcalan públicamente, como una oportunidad para la paz. Funcionarios clave, incluido el jefe de inteligencia Ibrahim Kalin, se reunieron con una delegación kurda y viajaron a Bagdad para coordinar los aspectos logísticos del proceso.
Desde la prisión, Öcalan declaró en un mensaje televisado: “El movimiento PKK y su ‘Estrategia de Liberación Nacional’, que surgió como reacción a la negación de la existencia [de los kurdos] y, por lo tanto, buscaba establecer un estado independiente, se han disuelto”.
“Se ha reconocido la existencia [de los kurdos]; por lo tanto, se ha logrado el objetivo fundamental. En este sentido, ha llegado su momento”.
Está por verse. No todos se sienten tan optimistas. El respaldo es grande, pero muchos sienten que lo peor, la discriminación —y todo lo que le acompaña— a nivel social no ha desaparecido. Ciertamente, los partidos políticos más cercanos festejan este proceso, los gubernamentales también, pero como una victoria sobre el terrorismo.
Faltan detalles que no son menores, como la libertad de Öcalan. Los otros enclaves turcos apoyan y dudan. Los más cercanos, los de Siria, comparten tanto la alegría como el escepticismo. Habría que buscar en los libros si algún día se dio en la historia un proceso de ratificación de una identidad tan complejo.
No habrá, al menos en esta fase y durante mucho tiempo, un estado kurdo. Sobrevivirá la división en los distintos enclaves actuales, de forma imprevisible en Siria, con poca información sobre Irán, y en Irak, donde tienen una gran influencia en el gobierno del país y se les reconoce la autonomía; el viento claramente sopla a su favor.
Todo se decidía en Turquía, y al parecer, la partida se ha sellado por un largo rato, después de 41 años de lucha armada y de 40 mil muertos. La política de la región se encuentra en un momento de redefiniciones que puede alterar varios supuestos y varias realidades. Quizá, cuando se vaya a los análisis más o menos definitivos, haya espacio para tratar la tragedia histórica del pueblo kurdo.