Las fuerzas militares de Rusia avanzan sostenidamente en torno a la ciudad de Jarkov, en lo que parece el inicio de una ofensiva mayor.
El propio jefe del ejército de Ucrania, general Oleksandr Syrskyi, reconoció que la situación en el frente de combate en el este del país ha “empeorado significativamente” en los últimos días. Y el propio presidente ucraniano ha calificado la situación de “extremadamente difícil”.
Es decir, que crecen las posibilidades de que, más temprano que tarde, la situación militar sufra un vuelco que afectará a dos víctimas seguras: a la actual administración estadounidense, y al esquema actual de seguridad europea y su principal instrumento, la OTAN.
Parece que la voluminosa asignación de recursos —61 mil millones de dólares— aprobada recientemente por la Cámara de Representantes de Estados Unidos es demasiado poco y llegará demasiado tarde.
Una vez más, la apariencia contradice a la realidad. Porque además de que es difícil ejecutar semejante suma contra reloj, el dinero disponible para el aprovisionamiento urgente que necesitan las fuerzas ucranianas es mucho menor que la cifra anunciada, y los mayores beneficiados son, al final, los propios Estados Unidos.
A dónde va el dinero
Es decir, que de esa suma total, según Carnegie Endowment, 23 mil millones están destinados a reaprovisionar las existencias de las propias fuerzas armadas estadounidenses, que han vaciado sus almacenes con el envío de sus reservas al país europeo; otros 14 mil millones estarán destinados a la compra, a los propios suministradores del Pentágono, de sistemas de armamento avanzados; 11 mil millones financiarán actividades militares conjuntas entre los dos países, incluyendo operaciones de inteligencia y reconocimiento, y unos 8 mil millones se destinan a las obligaciones propias del estado ucraniano en su funcionamiento diario.
El desglose de la cifra total varía según las fuentes, pero en esencia reflejan lo mismo. Es decir, que una parte muy considerable del dinero asignado regresa a la industria militar estadounidense para reponer lo gastado —que una vez fabricado podría ser enviado a Ucrania— y que beneficiaría básicamente a la economía interna de Estados Unidos.
De este modo, esta partida se agregará a la larga lista de equipos y ayudas que han sido presentados a la opinión pública como los que cambiarían la dirección de esta guerra: tanques Leopard, tanques Abrams, bombas de racimo, obuses de 155 milímetros, sistemas Patriot, aviones F16. Ninguno de estos publicitados elementos pudieron cambiar el curso de los acontecimientos ni Ucrania pudo sostener la logística necesaria para que influyeran decisivamente en el rumbo de los acontecimientos.
Lo que fue evidente en el fracaso de la contraofensiva ucraniana del pasado año.
El factor que decide
La situación empeora por día. El Wall Street Journal dice: “Rusia está aumentando el número de ataques con vehículos aéreos no tripulados y misiles y utilizando tipos de armas más avanzadas, como los misiles balísticos.
“Anteriormente, la mejor defensa contra este tipo de ataques eran los sistemas Patriot suministrados por Occidente. Sin embargo, Kiev se está quedando sin municiones para ellos.”
Sin embargo, lo que sus aliados no pueden ofrecer a Ucrania es el factor decisivo en cualquier guerra: sus efectivos humanos.
La tecnología ha introducido en esta guerra cambios sustanciales en las estrategias y en las soluciones tácticas. En la época de los drones, será cada vez más difícil ver grandes concentraciones de fuerzas o de equipamiento que hoy pueden ser detectadas desde lejos y ser destruidas por una miríada de drones o por artillería emplazada a gran distancia o por una fuerza coheteril difícilmente detectable y de una alta precisión.
La aviación también puede ser formidable para la destrucción de objetivos militares o económicos. Pero ninguno de estos elementos puede sustituir la presencia de los soldados, en formaciones mayores o menores, que son, finalmente, quienes toman y ocupan los objetivos enemigos.
Este es el gran déficit de Ucrania. Su población, de unos 40 millones de habitantes, es más de tres veces menor que la de Rusia, 143 millones, y no permite reponer sus bajas. La emigración ha sido millonaria. Los esfuerzos de reclutamiento son extremos, llegando a sumar a presidiarios, pero no han sido suficientes.
De mantenerse constantes los supuestos actuales, Ucrania no debe soportar muchos meses un avance sostenido de las fuerzas rusas. La intensificación de los esfuerzos por producir más proyectiles y equipamiento por parte de países de la OTAN muy probablemente no estará a tiempo para evitar este desenlace.
Una caída de Ucrania sería un golpe no solo para la administración Biden, que se ha desgastado en su política de apoyo incondicional a Ucrania, pero que ahora está inmersa también en el serio problema en que se ha convertido el genocidio del gobierno de Netanyahu en Gaza, y que se proyecta hacia donde deben surgir los verdaderos retos de Estados Unidos en el otro lado del planeta.
Cualquiera que resulte electo presidente en ese país el próximo noviembre, tendrá que derivar su atención hacia la zona asiática, donde está su desafío estratégico.
La vieja Europa
La vieja Europa se ha dado cuenta de que su gran aliado puede dejarla sola y de que tendrá que encarar una victoria rusa, sea cual sea la forma en que esta se produzca.
Es la mejor explicación que he encontrado para el protagonismo, entre napoleónico y gaullista, de Emmanuel Macron y sus amenazas de involucrarse en la contienda, incluyendo la participación de tropas francesas para disminuir la carencia de efectivos humanos en el frente de batalla. O, en una escala menor, pero sostenida, del actual ministro de Relaciones Exteriores del Reino Unido, David Cameron.
Son amenazas angustiosas, porque saben que ni Francia, ni mucho menos el Reino Unido tienen fuerzas suficientes ni industria militar para enfrentarse a las fuerzas armadas rusas, con mandos más experimentados y una industria de armamentos con los abastecimientos que ella necesita, reforzada por las relaciones con China y Corea.
El antiguo analista de la CIA Larry Johnson recuerda, a modo de ejemplo que “la enorme ventaja que Rusia tiene sobre Occidente en este momento. Rusia produce tres veces más rondas de artillería… los rusos producen tantos tanques en un mes como los que Estados Unidos y Europa producen juntos en un año”.
A esta hipótesis podrían sumarse algunos países bálticos, pero no muchos más.
Alemania, el país más poderoso de Europa, que ha hecho el juego a Estados Unidos desde el principio y accedió a reorientar totalmente las fuentes energéticas, que recibían gas ruso, está en una aguda crisis.
Así la describe Luis Doncel, enviado especial de El País, de España: “Alemania vive tiempos turbulentos. La coincidencia de varias crisis está obligando a la locomotora europea a cuestionarse algunas de sus certezas y ha sumido a la ciudadanía en el desencanto. Con un crecimiento económico raquítico y problemas demográficos y de falta de mano de obra, ha visto a la vez resquebrajarse dos pilares de su política exterior por las guerras de Ucrania y de Gaza: las buenas relaciones comerciales con Rusia y la amistad sin fisuras con Israel. A esto se suma un imparable ascenso de la ultraderecha en un momento en el que tiene al frente a un Gobierno de coalición mal avenido”.
Y en todos los casos será difícil obtener el apoyo popular necesario para ir a la guerra, a pesar de la sostenida propaganda antirrusa que durante estos dos años, ha demonizado a Vladimir Putin y a Rusia.
Europa, con una economía muy golpeada por estos acontecimientos, ofreció recientemente a Ucrania otros 50 mil millones de euros, a recibir en cinco años. Y la calle europea se interrogó por la lógica de mantener una ayuda que se extrae de sus economías, alimentadas por los contribuyentes, enfrentados al traumático encarecimiento de la vida cotidiana.
De cualquier modo, el aviso de Vladimir Putin de que Rusia estaría dispuesta, en caso de una invasión europea, a utilizar armas nucleares tácticas ha congelado esta posibilidad.
Hoy es imposible saber cómo la OTAN y la Unión Europea podrían resistir el golpe que representaría la derrota o un mal arreglo del conflicto ucraniano.
Tienen que suceder todavía muchas cosas para llegar ahí. Y faltan acontecimientos significativos que están a la vista: las elecciones europeas, que pueden fortalecer a la derecha de los distintos países, y que en general no simpatiza con Zelenski. O el destino del propio presidente ucraniano, cuyo mandato culmina este mismo mes, que canceló las elecciones y no habla una palabra más del asunto: la mejor manera de abrir las compuertas de las conspiraciones palaciegas.
Y faltan sobre todo las elecciones de Estados Unidos, sobre las cuales no hay nada claro todavía. La ruta de Biden es previsible. La de Donald Trump, un fanático del caos, es menos evidente. Después de ellas, la prioridad de la política exterior del gran hegemón del norte puede cambiar, y cambiar también, y sustancialmente, el dilema ucraniano tal como lo vivimos hoy.
En esta guerra para mí son más malos ,los gobiernos cómplices y coquetos con Rusia(el claro responsable,invasor y promotor d esta)el régimen de aquí como el primero q hipócritamente calla ,q agredan a un país de los No Alineados