¿Será este el final político de Benjamin Netanyahu? Además de sus conflictos regionales, con Irán, con Hezbollah, con los hutíes y, por supuesto, con Hamás en Gaza; además de estar acusado internacionalmente por las masacres en Gaza. Y además de su evidente contradicción con la actual administración norteamericana, también en el frente interno proliferan sus problemas.
El primer ministro israelí se ha enfrentado a una huelga general, en Tel Aviv y otros territorios, cuya duración tuvo que ser limitada por los tribunales. El paro se sumó a manifestaciones de decenas de miles de israelíes que protestan por el impasse en las negociaciones para rescatar a los rehenes que, desde el 7 de octubre pasado, están retenidos por Hamás.
Si bien este reclamo popular no es nuevo, ahora se ha recrudecido con el hallazgo de seis rehenes sin vida en los túneles donde se combate a la organización palestina. Y todos saben que el empantanamiento de las negociaciones para lograr un alto al fuego en Gaza se debe al desinterés que ha mostrado el primer ministro israelí.
Una larga trayectoria
Benjamín “Bibi” Netanyahu es el primer ministro que ha durado más tiempo en este cargo. Nacido en 1949 en Tel Aviv, se graduó en Arquitectura en el Instituto Tecnológico de Masachussets (MIT) en Estados Unidos y cursó estudios de administración empresarial en ese país.
En 1982 inició una intensa carrera diplomática como jefe de misión adjunto en la embajada de Israel en Washington. Luego, entre 1984 y 1988, se le designó embajador de Israel ante las Naciones Unidas.
En 1988, Netanyahu se unió oficialmente al Likud, el partido conservador, y fue elegido como miembro de la Knéset (parlamento israelí) en las elecciones de ese año. En este período, fue designado viceministro de Relaciones Exteriores. Su ascendente carrera política le permitió participar en la histórica Conferencia de Madrid en 1991, inicio del mayor intento por lograr un proceso de paz entre árabes e israelíes en Oriente Medio.
Lanzado ya al ruedo electoral, fue primer ministro entre 1996 y 1999, y luego durante cuatro mandatos consecutivos desde 2009 hasta 2021. En 2022 fue reelecto, hasta hoy.
En su larga ejecutoria como primer ministro ha negado en la práctica los principios de entendimiento entre palestinos e israelíes discutidos en Madrid y ratificados en los hoy difuntos acuerdos de Oslo.
Pero ya antes del 7 de octubre, gobernando en coalición con dos grupos ultraortodoxos fundamentalistas, había comenzado a chocar con el descontento popular. Decenas de miles de manifestantes se lanzaban a las calles enfurecidos por sus intentos de eliminar la independencia del poder judicial. Todos conocían la verdadera razón: tenía una causa pendiente por fraude, soborno y abuso de confianza.
A Netanyahu no le faltan problemas. Quizás el menos conocido y más serio es la cada vez más visible quiebra de la propia sociedad israelí. Un reto peligroso.
Según el experimentado diplomático Alastair Crooke, en el sur de Israel reside la mayoría de los judíos askenazíes, predominantes en los mandos de las fuerzas armadas, las IDF. Frente a ellos, presentes en lo fundamental en Cisjordania y Jerusalén, los judíos de origen mizrahí, provenientes principalmente del Oriente Medio y del norte de África. Son más cercanos al conservador Likud y a las organizaciones supremacistas.
Parece solo una descripción étnica, pero retrata una fractura creciente que puede enfrentar a dos bandos que se definen cada día más en los debates internos del país. Si las IDF se identifican con el sector azhkenazí, los mizrahíes se identifican con Netanyahu, Ben Givr, Smotrich, y no carecen de recursos armados.
Ben Givr como ministro de Seguridad controla las fuerzas policiales y las fuerzas fronterizas, que operan para él y no para el ministerio de defensa, y cuenta con una fuerza poderosa en los colonos que también lo apoyan, a quienes se han entregado armas estadounidenses. Hay cientos de miles de colonos en el país, y se han convertido en una especie de ejército de vigilantes informales.
Es el reino de Judea frente al reino de Israel.
Esta es una arista del poliedro que es hoy Israel. Pero no nos confundamos. Con matices, todos comparten trincheras en el conflicto con los palestinos.
¿Es posible un acuerdo en Gaza?
A pesar del gigantesco embrollo en que lo ha sumido la guerra en Gaza, hay pocos hoy que no concuerden en que el principal obstáculo para lograr un alto al fuego proviene del mismo Netanyahu.
Tras once meses de guerra, su promesa de acabar con Hamás, formulada con un beligerante tono bíblico, está lejos de cumplirse. Hamás está sentado en la mesa de negociaciones en Doha.
Cada vez que se está cerca del acuerdo, incluyendo el visto bueno de Estados Unidos, Netanyahu trae un nuevo escollo.
Hoy se discute su exigencia de continuar dominando el corredor de Filadelfia, cinta de tierra que separa los 14 kilómetros de frontera entre Gaza y Egipto, por donde deben pasar los abastecimientos, y donde está la puerta de Rafah. Enfrenta el criterio de los jefes militares y de sus órganos de seguridad desde posiciones concordantes con sus aliados supremacistas.
El diario israelí Haaretz dice: “La resolución del gabinete (dominado por Netanyahu) de permanecer en el corredor de Filadelfia es una bofetada pública al ministro de Defensa, Yoav Gallant, y al jefe del Estado Mayor de las IDF, Herzl Halevi, quienes recomendaron una retirada temporal de la ruta estratégica para recuperar a 20-30 rehenes, incluidas las nueve mujeres cautivas. En la conferencia de prensa del lunes, Netanyahu pisoteó a Gallant, lo presentó como agente de Hamás en el gabinete y ridiculizó a los jefes de seguridad que, según él, estaban equivocados en su evaluación y también están equivocados ahora”.
Añade el diario: “Los jefes de seguridad —Halevi, el director del Shin Bet, Ronen Bar, el director del Mossad, David Barnea, y el jefe de la Oficina de Rehenes, Nitzan Alon— se encuentran en grave peligro. Desde el 7 de octubre, Netanyahu ha desplegado su maquinaria tóxica contra ellos a todo volumen, y ahora ha rechazado abiertamente sus recomendaciones profesionales y ha torpedeado el acuerdo que esperaban que salvara a los rehenes restantes”.
También insiste el primer ministro en inspeccionar a cualquier palestino que se mueva entre la parte principal de la Franja de Gaza y la franja norte, a través de otro corredor, el Corredor Netsim. O mantener el control sobre el Cruce de Rafah, la puerta principal que conduce de Gaza a Egipto.
Netanyahu tampoco aceptará una retirada completa de sus tropas de Gaza ni la libre circulación de los palestinos dentro de la Franja.
No son los únicos obstáculos. En el intercambio de prisioneros palestinos por rehenes, Israel se niega al canje de ciertos prisioneros, sentenciados a penas exageradas. Son hombres y mujeres populares y prestigiosos entre la población palestina.
El caso de Marwan Barghouti es elocuente. Barghouti ha sido en todas las encuestas y repetidamente el más popular de los políticos palestinos. Desterrado a Jordania tras la primera intifada, jefe de la fuerza Tanzim, brazo armado de Fatah en la segunda intifada, creador de las brigadas de Al Aqsa, propugnador luego de una línea que promueve una solución pacífica, fue encarcelado en 2002 y condenado a varias cadenas perpetuas.
Desde la cárcel, ha mantenido su actividad política. Ha sido miembro del Comité Central de Fatah y del Consejo Legislativo Palestino.
En una encuesta del Centro Palestino de Investigación Política y Encuestas, de Ramallah, de junio pasado, preguntado el publico sobre quién debía suceder a Mahmoud Abbas como presidente de la AP, el resultado fue favorable a Barghouti con un 29 %, seguido del entonces vivo Ismail Hanniyeh, con un 14 %. Y entre Barghouti y Haniyeh, Barghouti obtenía un 60 %.
Israel se niega a que figure en el intercambio.
Netanyahu no retrocederá en estos temas, dice Alastair Crooke, veterano diplomático y profundo conocedor de la región. Porque no quiere una simple solución en Gaza.
Lo que están buscando es la de expulsión de todos los árabes de “la tierra entre el río y el mar”. Los prisioneros palestinos que van a ser liberados, no regresarían a casa. Quiere enviarlos al extranjero, dice Crooke. Y afirma: el fin último de la política del gobierno de Benjamin Netanyahu es que se produzca una nueva Nabka, una nueva expulsión del pueblo palestino hacia Jordania y hacia Iraq.
Y si faltaran pruebas, un documento, elaborado por el Ministerio de Inteligencia de Israel propone la “reubicación” de toda la población de Gaza —2 millones de personas—, en el desierto del Sinaí, en Egipto.
El Éxodo, a la inversa.
Cisjordania en llamas
Es lo que se deduce del otro frente abierto que tiene el gobierno de Israel. Si bien Gaza pasó al primer plano por la acción del 7 de octubre y hasta entonces no era más que una rara combinación de autogobierno y prisión al aire libre, Cisjordania es otra cosa.
No solo tiene el mayor territorio donde residen los palestinos, sino que tiene acceso al río Jordán, y por lo tanto a sus ya reducidas aguas. Es la razón de que allí se hayan establecido, en cifra que creció un dos por ciento el año pasado, más de medio millón de colonos.
En Cisjordania están las principales ciudades palestinas, incluyendo la sede de la Autoridad Nacional Palestina. Antes del 7 de octubre había ya grupos armados: las Brigadas de Yenín, Areen al-Usud o La Guarida de los Leones, las Brigadas de los Mártires de Al-Aqsa, integradas por jóvenes que se rebelan contra el régimen de apartheid en el que nacieron y contra el que decidieron alzarse en armas. Se unieron a otras fuerzas, representantes de las organizaciones mayores del movimiento palestino.
Ahora, ante la creciente insurgencia, Israel ha lanzado operaciones militares en gran escala especialmente en el campo de refugiados de la ciudad de Yenín, las más letales en los últimos 20 años. Aún están, y creo que seguirán, en plena actividad.
El listado de los dolores de cabeza de Netanyahu es interminable. Gaza, Hezbollah, Cisjordania, Irán, los dos componentes internos de la sociedad israelí, cada uno con su apoyo en cuerpos armados y en su gobierno, más la presión, casi el ostracismo, internacional, la economía interna resentida, el pueblo en las calles pidiendo el regreso de los rehenes, las encuestas de apoyo popular bajando.
Lo sostiene una combinación de narcicismo y temor a los rigores de la justicia.