Ya sé cómo se han compuesto muchas de las canciones para niños que me acompañan: madres y padres, abuelos, tíos en busca de entretener o dormir a sus criaturas, sin que sus neuronas logren evocar algún tema –un verso, una melodía, una estrofita– entre su extenso playlist.
He compuesto, al menos, seis canciones breves para Nina. Casi todas de presentación de sus juguetes: burrito Buu, Serafina la vacacorniabailarina, el hipopotamito Kembo. He compuesto 3 melodías. Y me empeño en ser afinada (¡cuesta mucho en las mañanas!).
La música para nosotras ha sido una aliada y una excelente compañía, desde la gestación hasta la lactancia. También ha sido una terapia, pienso justo antes de sentarme a escribir este Martazos, cuando mi amiga Carolina Balderrama me cuenta que su hija comenzará a estudiar musicaterapia, en Argentina, y me apunto como su primera acompañada en Cuba.
En el primer ultrasonido de marcadores genéticos que nos hicieron para ver cómo marchaba Nina, el doctor necesitaba que se moviera y ella (no sabíamos su sexo y no quisimos saberlo hasta su nacimiento) estaba quieta. Usé Metallica, “Enter Sandman”, y lo logramos, antes de que llegara un añorado tamal (la comida también podía conseguir su movimiento, nos dijo el médico).
Durante el embarazo escuchamos, cantamos y hasta bailamos con Kumbia Queers, Flor Linyera, MissBolivia, Krudas Qubensi, Silvio Rodríguez, Charly García, Spinetta, Serrat, Santiago Feliú, Jorge García, Chucho Valdés, Yo-Yo Ma, Nina Simone, Wolfgang Amadeus Mozart, todos los Grunge, los Indie, los jazzistas, los bluseros y esa lista infinita que hace la banda sonora de mi vida.
Usé la música para proteger a Nina y para animarla. Con audífonos puestos en mi pancita, al mínimo de volumen, la música fue una buena aliada, creo, en las colas de hospitales, clínicas dentales, en el bullicio, en las reuniones de trabajo, en la WiFi de contén…
Contra todos los pronósticos, ella nació tranquila, relajada. (Les revelo otra fórmula que aprendí de mi amiga sexóloga mexicana Cecilia Peregrina. Hice un pacto con Nina. Solo cuando pusiera las manos sobre la panza estábamos comunicándonos con ella. Así, si todo se ponía feo a nuestro alrededor, no tendría de qué preocuparse).
Desde su nacimiento hemos intencionado lo que Nina escucha, siempre observando sus reacciones. Frente a la contaminación sonora que nos trata de enloquecer, Mozart por sobre toda la música llamada clásica; para jugar, Teresita Fernández, María Elena Walsh y algunos temas tradicionales para niños; para la cotidianidad, nuestro play list habitual, muy variopinto. (No he podido presentarle en su vida extrauterina la música de Jorge García, el trovador cubano que ha sido mi amor por muchos años. Me pone triste. Así que para conocer esa parte de la historia de su mamá tendrá que esperar un tiempito).
Hasta ahora esa selección musical ha sido más intuitiva. Pero, resulta que tropezamos con un estudio de Salomé Suárez, estudiante asturiana de musicoterapia, que muestra que en un “entorno musical adecuado, el bebé se relaja y su madre también, consiguiendo y facilitando la lactancia”.
La investigación de Salomé comenzó con Mozart, luego pasó a otras melodías que fueran “menos estimulantes y más relajantes”. Su estudio reveló que, si las obras de Mozart eran muy importantes en la vida intrauterina, durante la lactancia la llamada música ambiental consigue mejores efectos.
El chill out y las melodías con sonidos propios de la naturaleza relajan más a las criaturas y como resultado toman mejor la teta, aunque más allá del acompañamiento musical se precisa de espacios no bulliciosos, con una temperatura adecuada, y una madre no estresada, si queremos lograr buena conexión y una lactancia eficaz.
Y en eso andamos, armándole una banda sonora a Nina. En la búsqueda de hilos sonoros del mar, el viento, el crujir de las hojas de los árboles, el canto de los pájaros… También depurando las canciones sabidas que reproducen maneras de ver la vida con las que no comulgamos y algunas que pensamos deberán esperar a que crezca un poquito para que no se agobie de antemano con el mundo que le ha tocado.
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