El mes pasado, justo cuando mi última columna se convertía en píxeles en OnCuba News, el Miami Herald publicó los resultados de la nueva encuesta de Bendixen/Amandi que muestra que los votantes cubanoamericanos de la Florida todavía están locamente enamorados de Trump y sus políticas aislacionistas hacia Cuba. No creo que esto haya sorprendido a alguien. El despojo nacional del espectro de Trump acaba de comenzar y los cubanoamericanos no son inmunes a su legado.
El dato que sí sorprende —que el 45% de los cubanoamericanos tiene una opinión favorable de la administración Biden/Harris— no recibió mucha atención. Eso es diez puntos porcentuales más que el número de encuestados que informaron haber votado por el boleto demócrata. Biden podría estar convenciendo a algunos escépticos.
La mayor parte de la cobertura a la encuesta se centró en los resultados que destacan la continua intransigencia de los cubanoamericanos en lo que respecta a la política entre Estados Unidos y Cuba. El 66% de los encuestados apoyó el embargo y una proporción similar se opuso al regreso a la era de normalización iniciada por el presidente Obama. Ignorando por un momento la intrigante decisión de los encuestadores de incluir el nombre del expresidente en una pregunta supuestamente diseñada para medir opiniones políticas —después de todo, solo escuchar el nombre de Obama provoca reacciones hormonales en algunos sectores. Está claro que la comunidad no ha cambiado sus perspectivas desde que la Encuesta sobre Cuba de FIU de 2020 capturara muchos de los mismos sentimientos justo antes de las elecciones.
¿Por qué los cubanoamericanos insisten tanto en apoyar políticas que han fracasado tan miserablemente en lograr sus supuestos objetivos de motivar cambios en el sistema socioeconómico cubano? ¿Por qué los cubanoamericanos se resisten tanto a reconocer los cambios reales motivados por las políticas de participación iniciadas por la última administración demócrata?
Alerta de spoiler: no voy a ofrecer respuestas a estas preguntas. El objetivo de este texto es argumentar que la administración de Biden/Harris no debería aceptar las opiniones de una comunidad tan inconscientemente atrapada en un círculo ineficaz de “pensamiento grupal” como guía para establecer la política exterior del país. Aliento humildemente al presidente Biden para que deje que la ciencia guíe su proceso de toma de decisiones sobre el futuro de las relaciones entre Estados Unidos y Cuba.
Como dijo apócrifamente Mark Twain, “La historia nunca se repite, pero a menudo rima”. La intransigencia actual en la población del sur de Florida rima con el ambiente anti-engagement que dio la bienvenida a Obama a la presidencia. En 2007, el 64% de los cubanoamericanos apoyaron el embargo. Cuando Obama dejó el cargo, solo el 39% tenía esa opinión.
¿Qué puede explicar tal cambio en la opinión pública cubanoamericana durante los años de Obama? Las ciencias sociales ofrecen algunas ideas sobre la rima y la razón del cambio de opinión.
El mejor análisis científico con que contamos sobre lo que mueve la opinión cubanoamericana en relación a la política de Estados Unidos hacia Cuba es proporcionada por la Encuesta sobre Cuba que realiza la Universidad Internacional de la Florida. Lo que se conoce como FIU Cuban Poll no es una encuesta política. Es el proyecto de investigación científica más grande y de mayor duración jamás realizado sobre las actitudes de los cubanoamericanos en el sur de Florida. La encuesta emplea una metodología rigurosa (y costosa) basada en un muestreo probabilístico estrictamente controlado, sigue el método científico y es analizada por profesionales altamente capacitados en la interpretación de datos.
Lo más convincente desde el punto de vista científico de la Encuesta sobre Cuba es que han acumulado durante treinta años datos sobre los cubanoamericanos del sur de Florida. Esta enorme cantidad de información (más de 10,000 encuestados en total) permite constatar la aparición de patrones que no son evidentes cuando se observan los resultados de una sola encuesta.
Cuando controlamos la influencia de las variables demográficas, socioeconómicas, del lugar de nacimiento, es decir, cuando medimos solo la influencia del partido político que ocupa la Casa Blanca en la opinión pública, surge un patrón fuerte e inequívoco: el liderazgo de Washington tiene una influencia directa y significativa en las opiniones de los cubanoamericanos hacia la política entre Estados Unidos y Cuba.
La prueba A de este argumento es el patrón establecido desde mediados de la década de 1990 en cuanto al apoyo de la comunidad al candente tema del embargo.
Durante la administración de George H.W. Bush (Bush I) (1989-1993), el 85% de los cubanoamericanos en el sur de Florida apoyaron el embargo. En 1995, dos años después de iniciada la administración Clinton (1993-2001), el apoyo era del 82%. Sin embargo, de 1995 a 2000, incluso cuando la Ley Helms-Burton pasó por un Congreso republicano, la tasa de aprobación del embargo disminuyó un 3,6% por año—un total de 18%.
Los años de George W. Bush (Bush II) (2001-2009) vieron una estabilización del nivel de apoyo al embargo similar al alcanzado durante los años de Clinton. Aproximadamente el 63% lo apoyó al comienzo de la administración Bush II y el 64% al final de sus dos mandatos.
Durante la administración Obama (2009-2017), el apoyo al embargo reanudó su declive en un 2,6% anual. Esto resultó en una caída del 21% entre 2008 y 2016. El ascenso de Trump (2017-2021) aumentó la tasa de apoyo al embargo en un 5,1% por año, lo que arrojó un aumento de más del 10% en solo dos años.
Este patrón es consistente, sin importar la técnica predictiva que usemos. Quienquiera que controle la Casa Blanca modela actitudes en el territorio cubanoamericano del sur de Florida.
Por supuesto, es más fácil establecer la existencia de patrones que explicar por qué existen. Aquí es donde la evidencia cualitativa nos ayuda a establecer nuestra brújula.
Es probable que el patrón refleje, al menos en parte, la naturaleza de la narrativa política establecida por el partido en el poder. Si bien las políticas específicas hacia Cuba podrían no diferenciar marcadamente a los republicanos de los demócratas antes de Obama, los partidos diferían considerablemente en el veneno que rezumaba de la narrativa en la que enmarcan las relaciones entre Estados Unidos y Cuba. Por ejemplo, durante la campaña que condujo a las elecciones de 2008, a todos los aspirantes se les pidió en un momento u otro que expresaran su opinión sobre el futuro de la política de Estados Unidos y Cuba. La posición de Obama fue menos agresiva que la de Hillary Clinton, menos específica que la de John Edward y considerablemente menos conciliadora que la de Dennis Kucinich, quien favorecía una plena normalización de las relaciones. Sin embargo, el tono de la discusión de todos los demócratas contrastaba fuertemente con la locura de “no hacer concesiones al gobierno comunista” la narrativa de George W., que fue respaldada por John McCain, el eventual candidato republicano. De hecho, cuando Obama vino a Miami para abordar la política hacia Cuba, la enmarcó en el contexto de establecer una “nueva alianza para las Américas”. No es difícil imaginar cómo este tipo de discurso, que ubica la política hacia Cuba en un contexto geopolítico amplio, brindó espacio para otros matices en la discusión de las relaciones entre Estados Unidos y Cuba.
De la misma manera, también es probable que la distensión de las actitudes cubanoamericanas que surgieron después de las elecciones de Obama se debiera en parte a la frustración resultante del manejo inepto de las sanciones a Cuba por parte de la administración Bush. Los cubanoamericanos, en su mayoría republicanos leales, no aprobaron las restricciones de Bush a los viajes familiares y las remesas. (Trump apuntó a la familia cubana en ambos lados del estrecho de Florida con restricciones similares).
La nueva narrativa que surgió de la comunidad encontró una clara expresión en un contundente artículo de opinión escrito por Jorge Mas Santo en octubre de 2008 publicado por el Washington Post, donde él, como presidente de la Fundación Nacional Cubano Americana (FNCA), avaló una ruptura con la ineficaz política de aislamiento. y exigió que “el próximo presidente de Estados Unidos debería marcar el comienzo de una nueva política de Estados Unidos hacia Cuba”. Un año después el presidente Obama se sentaba en la Oficina Oval a leer una propuesta de 14 páginas de la FNCA para “romper con el pasado” y “trazar una nueva dirección para la política Estados Unidos-Cuba”. Nadie podría llamar al documento, ni a la posición de la FNCA, un retroceso a la tradicional beligerancia hacia el gobierno cubano, sin embargo, reconocía la ineficacia de la brutal política de línea dura y adaptaba un guante de terciopelo a los puños de las nuevas estrategias de cambios para Cuba.
Si esta interpretación de los datos es precisa, es probable que, independientemente de lo que haga Biden o cuándo lo haga, una narrativa demócrata sobre las relaciones entre Estados Unidos y Cuba tendrá un impacto en las actitudes cubanoamericanas y el péndulo se alejará de su actual marca de línea dura.
La correlación identificada por la encuesta sobre Cuba de FIU entre el liderazgo que emana de la Casa Blanca y la opinión de la comunidad es convincente y sugiere un enfoque de “constrúyelo y ellos vendrán” para establecer una política hacia Cuba. Tengamos en cuenta también que el objetivo de la administración Biden no debe ser ni apoyar ni cambiar las opiniones de los cubanoamericanos, sino forjar una relación con Cuba que se alinee con los intereses hemisféricos de Estados Unidos. Los expertos en política exterior han sugerido una hoja de ruta que identifica los beneficios significativos de avanzar rápidamente en ese sentido.
La próxima Cumbre de las Américas organizada por Estados Unidos se perfila como un punto de cambio significativo para el tren de políticas hacia Cuba. Al invitar al presidente Díaz-Canel al evento, señalan los expertos, Biden tiene la oportunidad de incorporar la política de Estados Unidos hacia Cuba en su contexto hemisférico. No invitar al presidente Díaz-Canel, bueno, eso es lo que habría hecho Trump.
Los beneficios electorales de mantener una postura aislacionista son dudosos. Es extremadamente improbable que gran parte del electorado cubanoamericano gravite hacia el Partido Demócrata simplemente porque mantiene una actitud beligerante hacia Cuba. De hecho, el único cambio significativo que alejó del dominio republicano a los votantes cubanoamericanos del sur de Florida ocurrió durante los años de Obama, durante los cuales los registros republicanos cayeron al 45% (2014) desde el nivel de 2007 del 68%. Hasta que Biden no establezca e implemente su propia visión, continuará promoviendo un orden mundial definido por Trump.
La evidencia proporcionada por las ciencias sociales contrasta dramáticamente con la falta de evidencia que correlacione los cambios sociopolíticos en Cuba con un enfoque de línea dura en la política de los Estados Unidos hacia la Isla. ¿Cuándo ha trabajado la línea dura para lograr cambios en Cuba? ¿Dónde está la evidencia de que limitar las remesas, eliminar los viajes y mantener a las familias separadas son estrategias efectivas para mejorar la situación de los cubanos en la Isla o en el sur de Florida o para motivar al gobierno cubano a recalcular sus opciones políticas? Es hora de que los artículos de opinión escritos por líderes de la comunidad señalen las respuestas obvias a estas preguntas, como fue el caso en 2008. La historia rima. A Biden se le presenta la oportunidad de orquestar su ritmo.
Una cosa se ha hecho evidente. La comparsa del cambio social en Cuba marcha con sus propias tumbadoras, sartenes y redobles, ajenas a los amargos deseos de venganza que motivan a quienes apoyan políticas que imponen continuas penurias al pueblo cubano.
Pero, como reveló Obama, y las ciencias sociales refuerzan, el ritmo de la conga de cambio en Cuba podrá ser influenciado por Estados Unidos cuando una relación respetuosa y de compromiso sea lo que marque el ritmo político que resuene desde un apropiado set de timbales.
Este señor reclama que gobierne la ciencia. Y la ciencia es el. Pero realmente, la sociología no es ciencia, son afirmaciones sin certeza.Estamos ya gobernados por las ciencias duras y sus logros.
Buen trabajo, señor Grenier. Llama la atención, sin embargo, lo fácilmente manipulable (influenciable, o como quieran llamarlo) que resulta la opinión de esa zona cubano-americana de Miami que cambia -como decimos los cubanos- de “palo para rumba” con relativa facilidad según sea quien gobierne en la Casa Blanca. Obviamente, la mayoría ni ha leído ni sabe quién fue Martí aunque le ponga flores. Yo no soy comunista, pero sí martiano. Y como para ser martiano, aunque sólo sea un martiano “light”, primero hay que leerlo y estudiarlo (no creerse martiano sólo porque se recite de memoria “Los zapaticos de rosa”), no entiendo ni puedo estar de acuerdo con quienes, atrincherados en el más burdo resentimiento, piden la continuidad del bloqueo a su patria natal. Sesenta años de bloqueo a un país de apenas once millones de habitantes carece de cualquier fundamento jurídico. Valoro mucho la persona de Mr. Obama y su política hacia Cuba (nos hizo felíz a millones de cubanos en todas partes). Y es por eso que no voy a perder mi tiempo refiriéndome a quienes sienten nostalgia por la Guerra Fría. Allá ellos. Sólo espero como usted la suficiente sensatez por parte del nuevo gobierno norteamericano para acabar de resolver “esta historia que contóme un día / el viejo enterrador de la comarca…”