En una céntrica esquina
de la Ciudad de La Habana
se percibió una mañana
un diálogo de rutina
(con olor a gasolina)
entre varios almendrones.
Dicen algunos mirones
que aquello se calentó
y el diálogo terminó
entre pitos y empujones.
Un Ford Mustang medio cojo,
un Chevrolet, un Pontiac,
un Crhysler, un Cadillac,
un Buick con cara de enojo,
un Dodge, un Oldsmobile rojo,
un Mercury azul plateado,
y un Plymouth recién tuneado
con caja y motor de Lada
hablaban con voz cansada
de un casting en El Vedado.
Llevaban más de tres días
en cola, al sereno, al sol.
-¡Qué abuso y qué descontrol!,
dijo el Ford de un tal Elías.
-Ya me faltan energías
-dijo el Oldsmobile, nervioso.
-¡Yo no quiero ser famoso!
-¿Un casting? –Sí, un test de artistas
para ser protagonistas
del film Rápido y Furioso.
Se sentían All-Star.
Eran –según un Skoda–
la nueva “orquesta” de moda:
Buena Vista Social Car.
Con tremendo malestar
de pronto le dijo un Lada
a un Moscovich: – ¡Camarada,
¡qué talla!, ¡tremendo abuso!
Parece un mal chiste ruso
que nunca nos toque nada.
– ¡Yo soy el mejor del mundo!,
gritó la carrocería
de un Ford que se parecía
al viejo Compay Segundo.
– ¡Yo soy un sabio profundo!,
dijo el Chevrolet-Cachao.
–¡Y yo tremendo sala’o!,
dijo un Chevi “a to’ metal”
(el Guajiro Mirabal
con un tremendo tumba’o.)
–¿Sabes por qué de esta “mina”
yo, un Lada, no participo?
Porque es Vin “Diesel” el Tipo
y yo soy de gasolina.
Ni Ry Cooder se imagina
lo que un Lada puede hacer.
¿Correr? ¡Lo mío es correr!
¡Sobrevivir tantos días
al bachismo en la Ochovías
no es mérito del chofer!
Cada almendrón parecía
una estrella musical.
elegancia de metal,
brillo en la carrocería.
Juan de Marcos era el guía,
por su fuerte cilindrada.
su imagen bien conservada
su liderazgo y sus modos.
Y todos los carros, todos,
resurgieron de la nada.
Juan de Marcos. Barbarito.
Lázaro Villa (con traje).
Jesús-Chevrolet-Aguaje.
Papi Oviedo y Cachaíto.
Puntillita (“despacito”).
Galván (con más rapidez).
Rubén del 53.
Angá del 52.
Pío Leyva con gran voz.
Chevro-Amadito Valdés.
Y el Buick Ibrahim Ferrer,
con chapa de Baracoa.
Y el Dodge Eliades Ochoa.
Y el Mercury, una mujer,
que quién más podría ser
sino Omara Portuondo.
Un Chrysler que estaba al fondo
fumaba y bebía ron
y otro músico-almendrón
silbaba un son de Arredondo.
–Miren a ese Chevrolet:
tiene incluso un parche, un hueco
-le dijo un Yipi a un Aleco
con tonito de jet-set.
–Yo he leído en Internet
que estos de Hollywood van
a hacer en La Habana el pan
con la “almendronomía”.
¡Ay!, ¿cuándo llegará el día
de los de Kazajistán?
Pero la gran discusión
se armó cuando pidió un yuma,
a cambio de cierta suma,
la ofrenda de un almendrón
tirándolo al malecón.
¡Se acabó el tono de fiesta!
¡Coño, la fama sí cuesta!
¡Vaya, qué éxito tan caro!
¿Y el dueño? –A mí denme “el baro”
y que se joda la orquesta.
Buena Vista Social Car
(siendo del mismo país)
no tuvo el final feliz
de su grupo gemelar.
¡Un carro al fondo del mar!
La muerte del almendrón
provocó tal conmoción
que ahora, grandes y menores,
cada lunes tiran flores
con diésel al malecón.
Plymouth, no playmouth. Oldsmobile, ni Odsmobile.
¡Me fascina! Justamente una de las cosas que nos llaman tanto la atención a los extranjeros, son los almendrones.