“Al que le sirva el sayón, que se lo ponga”. (Refrán popular)
Para mis amigas Violeta Rodríguez Chaviano y Caterina Camastra.
Hoy contemplé este dibujo
Y me quedé meditando.
Qué mal que sigan juzgando
A “la bruja” en vez de al “brujo”.
Ya toca hablar sin tapujo.
No darle al tema la espalda,
Porque quien calla respalda
A esos infelices seres
Que juzgan a las mujeres
Por el largo de su falda.
Si eres mujer, qué pecado.
Te juzgan según convenga
Los centímetros que tenga
La falda que te has comprado.
Si eres mujer, ten cuidado
Con el que te ve y te trata,
Pues si sales de bachata
Y llevas el dobladillo
a la altura del tobillo
“Eres una mojigata.”
La falda marca, al final,
Tus estatus y tus “crímenes”
Para ciertos especímenes
Que todo lo juzgan mal.
Para el macho patriarcal
No te salvarás con nada.
Porque si la falda usada
Se pasa de la rodilla
Hasta media pantorrilla
“Eres un poco anticuada.”
¿En qué código, mujeres,
En América o Europa
Está escrito que la ropa
Define cómo y quién eres?
Confunde gusto y placeres
Quien con machismo se empacha.
Pues si llevas una racha
De usar de forma sencilla
la falda por la rodilla:
“Qué aburrida es la muchacha”.
Sobre todo, a quién le importa
La forma en que vas vestida.
Quién decide la medida
De tu ropa: larga o corta.
La intrusión no se soporta.
Todo se malinterpreta.
Y si llevas -qué indiscreta-
El filo de la faldilla
encima de la rodilla
“Oh, demasiado coqueta”.
Me sienta bastante mal
La actitud micromachista
De quien emplea la vista
Como medidor moral.
Sale una chica al portal,
Pasea despreocupada
Y si la falda es usada
Dejando -quiera o no quiera-
tres cuartos de muslo afuera
“Qué chica tan descarada”.
Va una mujer a la calle
Y entre portales y esquinas
Las pupilas masculinas
Se fijan hasta el detalle.
Rostro. Pecho. Piernas. Talle.
Estilizada o goyesca.
Bastará con que aparezca
(Haya o no haya saludo)
Tu medio muslo desnudo
Para que digan: “¡Qué fresca!”.
Pero puede ser peor.
La falda sigue subiendo
Y el juicio sigue cayendo
En la escala del valor
Asociado al pundonor
Según quien la esté juzgando.
Porque si ella sale usando
Su dobladillo intranquilo
a cuatro dedos del filo
De la nalga: “Está buscando”.
Pero puede ser peor
En los calificativos
(Haya o no haya motivos)
De la Escala del Señor.
Puede haber más resquemor,
Más prejuicio, mayor guerra.
Porque si pisas la tierra
Llevando el día que salgas
La falda justo en las nalgas
entonces dirán: “¡Qué perra!”.
Pero aún puede ser peor
Aunque parezca mentira
Cuando el ojo que te mira
Se erige en inquisidor.
El prejuiciado mayor
Sale a recorrer su ruta
Y si una mujer disfruta
De un dobladillo notorio
al filo del nalgatorio,
Ya directamente es “puta”.
Mojigata o Anticuada.
Que aburrida o qué coqueta.
Resbalosa o indiscreta.
Punto, sata o descarada.
Guaricandilla o pasada
De rosca, fulana o fresca.
Buscando (aunque no aparezca)
Perra o puta… Tú, ni caso.
Prejuicios y juicio escaso.
Viste como te parezca.
Porque jamás he notado
Que se juzgue a algún varón
Por llevar el pantalón
Más o menos ajustado.
Ni puto. Ni descarado.
Ni chulo. Ni proxeneta.
Ni petimetre. Ni jeta.
Ni mal novio o mal marido,
Aunque, por simple descuido,
Lleve abierta la bragueta.
Por lo tanto, esta coacción
En cuanto a la vestimenta
Es otra cara violenta
De la cosificación.
Machismo en exposición.
Falocracia nihilista.
Macho alfa exhibicionsta
Que me lee y piensa (o casi):
“¡Carajo, qué feminazi
Me ha salido el repentista!”.
En fin, según ciertos hombres
Con menos seso que espaldas
Por el largo de sus faldas
La hembras cambian de nombres.
Yo no aspiro a que te asombres,
Ni a que des like, ni a que rías.
Sino a que en tus teorías
(mil machismos por kilómetro)
Regules tu PREJUICIÓMETRO
Con estas décimas mías.