Mi mujer se pasa el día
con un tal ChatGPT.
Ya no me hace ni el café
como antes me lo hacía.
Tengo celos de la IA
porque “sabe” más que yo.
Y porque la conquistó
Sin haberla enamorado.
Solo hizo falta un teclado
Y enseguida la enganchó.
Tengo celos de la IA
porque antes, la que me amaba,
a diario me preguntaba
sobre lo que no sabía.
Yo qué feliz me sentía.
Útil. Sabio. Yo qué sé.
Con eso la conquisté,
pero ahora mi enamorada
no me pregunta a mí nada,
todo es con ChatGPT.
Tengo celos de la IA
—nada bueno debe ser—
porque está con mi mujer
las treinta horas del día.
—Oye, ¡que esa jeva es mía!
Si eres tan inteligente,
búscate una diferente,
que siga tu propio ritmo,
que pegue con tu algoritmo
y tu CPU caliente.
Tengo celos de la IA
porque “sabe” más que yo:
pinta, escribe y —cómo no—
improvisa poesía.
¡Maldita la malparía!
Sabe to’ la muy cabrona.
Así cualquiera blasona
de que las tiene babeando.
—¡Te quisiera ver jugando
a actuar como una persona!
Tengo celos de la IA
y de todos sus modelos,
aunque no sé si son celos
o es envidia todavía.
Mi mujer antes veía
en mí a un amante, un amigo.
Y hoy ni siquiera consigo,
cuando con la IA está,
que se siente en el sofá
a echar la siesta conmigo.
A las 8 y a las 3
y a las 11 y a las 12…
a mí ni me reconoce.
Y “modelos” tiene diez.
Ya son tantos GPTs
que esto es, seguro, un delito,
un invento del Maldito.
Cómo no morir de celos,
si encima son to’s “modelos”
y uno aquí, tan normalito.
El señor ChatGPT.
El señor Gemini. ¡Vaya!
El señor Grok, que no calla.
El señor Claude qué sé.
El señor Copilot ¿qué?
El señor Runway, tan fino.
Y el tal Le chat, tan ladino.
Y Writesonic, el mejor.
Y NightCafe, el previsor.
Y el señor DeepSeek, el chino.
Messié Craiyon y Otter.ai
saben todo sobre ella.
Mr. Dalle la ve bella
y se lo dijo a OpenAI.
Esto está feo, compay.
E intento la reconquista:
con un golpe repentista
de los que el recelo fragua:
—Amor, ¡gastan mucha agua
y tú eras ecologista!
Esto ya no hay quien lo aguante.
Hasta cuando está en la cama
un tal Llama-2 la llama
como si fuera su amante.
De “prompto”, soy un farsante.
De “prompto”, ya la perdí.
Y pasean frente a mí
míster Stable Diffusion
y Perplexity (oh, confussion)
con Mr. Midjourney, sí.
Reclaim le quita trabajo
y la señora Filmora,
que es prima hermana de Sora,
llama a Fathom, otro majo.
Udio entra por un atajo.
Y no soporto a ninguno.
Los maldigo, uno por uno.
Y mi mujer —lo peor—
me hace una canción de amor
con el modelo de Suno.
Y Wordtune. Synthesya. Nyota.
OpusClip. Canva o Asana.
¡Qué harén tiene mi cubana!
Promiscua y no se le nota.
Está “Looka” y se alborota.
—Ay, papi, tú me conoces.
No creo ni en Marx ni en dioses.
Y mi ex lectora del Gramma
ahora solo lee Gamma
y ElevenLabs le da las voces.
Yo ya no sé lo que pasa,
que me voy a trabajar
y cuando vuelvo al hogar
toda esta gente está en casa.
Son sabios de mala raza.
Y mi mujer tan contenta.
Ella, que antes era lenta,
ahora es una lince en todo.
Y yo ya no encuentro el modo
de que haga caso al Pimienta.
En fin, que estoy contrariado.
Yo me creía genial
y soy un tipo “normal”,
más bruto que mi teclado.
Ya mi mujer ha encontrado
una mejor compañía.
Maldita tecnología.
Yo, que solo hago poemas
lo confieso sin problemas:
¡Tengo celos de la IA!
Posdata y estrambote:
Cuando llegue el apagón
tecnológico —que viene—
a ver con qué se entretiene,
¡me voy a tomar un ron!