Es frecuente que durante sus campañas los políticos propongan reformas estructurales, entre las que suele figurar la de Educación, como un cambio radical para el país del que se trate. Pero la realidad es que al político del quinquenio o sexenio le importa poco lo que pase después, y al del cuarto de siglo le importa manejar bien las promesas para permanecer en el mismo sitio, haciendo promesas.
De esta manera, da igual cuánto se ha dicho, o reformado. La Educación institucionalizada, que comienza cuando el niño entra a la guardería y termina, por ponerle un plazo, en la universidad, sigue siendo más o menos la misma siempre. Albert Einstein, uno de los más grandes locos de la historia, decía: “Locura es hacer lo mismo una y otra vez esperando obtener resultados diferentes”. Tal vez todos somos un poco dementes hoy.
En la Escuela nos enseñaron Matemáticas, pero no de rimas; seguramente avizoraron necesitaríamos más ciencia exacta que versos. Sin embargo, seríamos mucho menos alienados, más sensibles y nuestra vida mejor si supiéramos percibir las cosas bellas, escucharlas siquiera.
En la Escuela nos hablaron, de Física y Química, pero nunca nos llevaron a oler el bosque, no vimos temblar los lirios bajo la lluvia ni volar libre al águila harpía antes de que se extinga. Los animales que conocimos, estaban domesticados o encerrados tras barrotes en el zoológico.
Nos volvieron seres capaces de manejar autos, celulares y artefactos complejos, pero también seres inmóviles, atrofiados. Se olvidaron de enseñarnos a correr, a nadar, a ser parte de esa Naturaleza a la que pertenecemos. Se olvidaron de explicarnos cómo sobrevivir, cómo guiarnos por las estrellas y llegar a donde nuestros cuerpos, en principio nómadas, necesitaran o desearan.
En la Escuela nos enseñaron a veces el modo de vida que marca la religión, otras el capitalismo. En mi caso, el comunismo. Pero ¿por qué mejor no nos enseñaron cultura general y nos dejaron elegir a cuál credo o ideología queríamos afiliarnos, si es que queríamos afiliarnos?
Nos mostraron algo de Geografía e Historia, con tan grandes vacíos, que cuando crecí me di cuenta de que lo desconocía casi todo y de que si quería viajar, y escribir —mis mayores pasiones—, tendría que comenzar otra vez por el principio. ¡Mi abismo es inabarcable aún!
La Literatura, que es en mi opinión el arte a través del cual se modela de manera más efectiva el pensamiento, se imparte de forma tal que muchos terminan rechazando al Quijote, Shakespeare, Homero o Víctor Hugo. Nos impusieron estas lecturas titánicas y para muchos resultaron más un acto de tortura que de entrenamiento elemental del hábito de leer.
Según su orientación, la Escuela habla de selección natural y evolución, o de Adán y Eva y el Arca de Noé; pero no de sexualidad. Muchas de mis amigas identificaron su llegada a su pubertad o su adultez como un lanzamiento de clavado al pozo del sexo a escondidas, o a la (auto) represión.
Hoy tenemos tantos niñ@s no deseados, que ya son adultos no deseados; tenemos enfermedades de transmisión sexual, algunas incurables; tienen los hombres un desconocimiento casi absoluto sobre el universo sexual, racional y emocional femenino, y viceversa; también sobre sus prebendas y consecuencias, porque nos enseñaron en la Escuela que este era un tema tabú, convirtiéndolo, por tanto, en un oficio de poder entre géneros.
Pero lo que menos nos enseñaron, en definitiva, fue a pensar. En España se anunció recientemente el regreso de la Filosofía y la Historia de la Filosofía como asignaturas obligatorias en el bachillerato. Bienvenida.
Nos enseñaron Idiomas, sí, pero desatendimos, en un acto de irresponsabilidad, entrenar las estrategias efectivas de la comunicación entre la gente, entre los pueblos, entre los pueblos y sus gobiernos. Por eso seguimos haciendo guerras, incapaces, como especie, de vivir en armonía. Y la guerra la llevamos hasta el último de los rincones de nuestras vidas.
Hay que aprender Historia, Gramática, Matemáticas, Física y Química, sin dudas, pero a los sistemas de enseñanza les faltan asignaturas fundamentales: Poesía, Sexualidad, Sobrevivencia, Artes, Desarrollo Físico, Sueños, Contemplación, Cultura General y Educación Sentimental, quizás nuestra carencia más vasta y temible.
Walt Whitman imploraba en No te detengas: “No dejes que termine el día sin haber crecido un poco, / sin haber sido feliz, sin haber aumentado tus sueños. / No te dejes vencer por el desaliento. / No permitas que nadie te quite el derecho a expresarte, / que es casi un deber. / No abandones las ansias de hacer de tu vida algo extraordinario. / No dejes de creer que las palabras y las poesías / sí pueden cambiar el mundo”.
“No permitir que la armonía, la paz y la belleza se conviertan en una partitura ilegible”, tal es mi ruego. Nada de esto me lo enseñaron en la Escuela y apenas ahora me doy cuenta.
Hemos recibido una educación incompleta, alejada de la belleza, distante del sentimiento.
Hola Gabi,
Hoy, como físico profesional, puedo decirte que tampoco nos enseñaron ni matemáticas, ni física, ni química. Al menos no a todos. Cuando dices “En la Escuela nos enseñaron Matemáticas, pero no de rimas; seguramente avizoraron necesitaríamos más ciencia exacta que versos. Sin embargo, seríamos mucho menos alienados, más sensibles y nuestra vida mejor si supiéramos percibir las cosas bellas, escucharlas siquiera”, percibo quizás otro de los grandes problemas de esa misma educación. Nunca fue capaz de mostrar que en las ciencias exactas también se necesita de sensibilidad, inspiración, y ese toque de euforia por las pequeñas cosas. Que hacer ciencias es, en muchos sentidos, como hacer arte, y sensibiliza y mueve de la misma manera. Esa sensación de adentrarte en lo desconocido, de tocar el universo con las manos a la vez que le pides que te responda las más locas preguntas… Las matemáticas son un lenguaje, y la manera de pensar de un matemático es, fundamental y estéticamente, lingüística. Esta dicotomía entre lo “duro” y lo “espiritual”, como si dichas clasificaciones pudiesen adjudicarse en términos absolutos, representa una de las peores falencias de esa educación que recibimos. Ciertamente no fue la peor… Pero esa es otra historia que tú conoces bien.
Buen artículo. Siempre te leo con atención y me enorgullezco, con cariño, por cada uno de tus pasos. De alguna forma todos fuimos familia durante un tiempo…
Saludos,
Reinaldo