¿Que era misógino? Verdad. ¿Y paranoico? También. ¿Antisemita? Sí, confeso. Pero por encima de todos sus defectos –sus sonoros y horribles defectos-, los que saben amar el ajedrez sienten veneración eterna por su juego.
Robert James Fischer (Bobby), un arrogante hijo de Chicago que venció el duro examen de la escuela soviética en plena Guerra Fría y se coronó campeón del universo, fue una máquina de pensamiento en carne y hueso cuyo estilo, casi indefinible, se apoyaba en una mezcla de hondura teórica, ambición irrefrenable, certeza táctica, plenitud estratégica y ciega autoconfianza.
En Fischer –es decir, en el más grande trebejista de la historia-, razón y locura se daban la mano hasta llenar su vida de contradicciones, edificando de manera simultánea el mito del genio en estado natural y la leyenda negra del villano. Héroe y antihéroe. Cara y cruz. Dios y ser humano.
Nacido de la unión de una enfermera suiza con un físico alemán, Bobby aprendió solo los secretos del tablero, a partir de las instrucciones que venían en un estuche que le obsequió su hermana. Prematuramente desprovisto de figura paterna, abandonado luego por su madre, el muchacho creció en un idilio ajedrecístico que lo llevó a dejar la escuela con apenas 16 años, argumentando que sus profesores eran unos incapaces y quería dedicarse por entero a su obsesión.
“El ajedrez es la vida”, dijo alguna vez, y ciertamente había nacido para el juego. O mejor, para inmortalizarse en el juego. Su coeficiente intelectual rebasaba los 180 puntos, cuando todo valor superior a 130 se considera propio de superdotados. ¿Cuántos puntos tenía Albert Einstein? Coincidentemente, 180.
Es un hecho: le chorreaba el talento. Inclusive en el blitz, rara vez tropezó con apuros de tiempo, porque movía las piezas a una velocidad inusitada. E impuso más de un record. Por ejemplo, llegó a ser el Gran Maestro más joven de todas las épocas (15 años, 6 meses, 1 día). Y ganó 19 partidas sucesivas al máximo nivel, con victorias incluidas sobre tipos como Taimanov, Larsen y Petrosian. Y se impuso en todos los torneos donde intervino en una década (1962-72), con la excepción del Memorial Capablanca del 65 -que jugó por teletipo desde Nueva York- y la Copa Piatigorsky del 66.
Nadie pudo batirlo en un match. Ni siquiera los aventajados jugadores soviéticos, que gozaban de subvención estatal y ostentaron la corona desde 1948 hasta 1972, el año en que él, Bobby Fischer, destronó a Boris Spassky en el frío permanente de Islandia.
Fue aquel un duelo tenso. Tanto o más que los posteriores de Kasparov y Karpov, y muchísimo más que el de Topalov-Kramnik por el uso indiscriminado del toilette. Fischer alardeó sin tasa ni medida de su personalidad excéntrica, convirtió en comidilla las alucinaciones y se refociló en caprichos infantiles. Del otro lado, la URSS sentó a la mesa al titular del orbe, asesorado por un numeroso grupo de expertos liderados por el otrora monarca Mijaíl Botvinnik.
El norteamericano perdió los dos cotejos iniciales, el segundo de ellos por no presentación. Pero a partir de ese momento protagonizó una reacción macabra que arrolló a su adversario, hasta dejar el dual meet a su favor +7 -3 con 11 tablas. Todo el planeta estuvo atento a aquella puja tan política como deportiva, en la que el jugador atildado y agradable quedó hundido moralmente por la furia de un sicópata que aseguraba disfrutar el sufrimiento de sus adversarios.
Al parecer, había llegado un campeón nuevo y duradero. Sin embargo, eso era solo un espejismo, porque la entronización de Bobby Fischer no fue sino el final de su carrera. A partir de esa fecha no volvió a jugar partidas oficiales, y cuando en 1975 tuvo que defender el título frente al gélido Karpov, planteó una serie de exigencias ventajistas que la FIDE rechazó de plano. Al final de una larga caravana de dimes y diretes, Fischer perdió su reino por incomparecencia.
Ni siquiera el orgullo lo aguijoneó bastante para volver a la batalla. Huyó del mundanal ruido, se convirtió en anacoreta –acaso su vocación fundamental- y poco se supo de él hasta dos décadas más tarde. Entonces fue la fiesta: el genio loco dirimió un nuevo match versus Spassky, lo derrotó otra vez y cargó con un puñado de dinero (léase alrededor de four million dollars). Pero con Fischer siempre había un pero: al jugar en Yugoslavia, violó una resolución de Naciones Unidas y pasó a engrosar las listas de los Más Buscados por la hipocresía gubernamental de su país.
No le importó. Se estableció para siempre en Islandia, su patria adoptiva, donde el destino atormentado que arrastró desde niño terminó por pasarle la cuenta a la escasa cordura que había en su cabeza. Al final del camino, cinco personas fueron a sus funerales. Tenía 64 años, uno por cada escaque del tablero.
Hoy le traigo a esta página una partida memorable que jugó contra su compatriota Reuben Fine en la primavera neoyorquina de 1963. Se trata de un cotejo informal en el que Fischer, implacable, castiga la voracidad de su afamado contrincante, uno de los mejores trebejistas del planeta en las décadas del treinta y el cuarenta.
1. e4 e5 2. Cf3 Cc6 3. Ac4 Ac5 4. b4 Axb4
La esencia del Gambito Evans, una maniobra que acarrea pérdidas de tiempo en el desarrollo de las negras para dar paso a un centro que apunta sus cañones al flanco de rey. Este gambito es una apertura de la época romántica del ajedrez, y conduce a posiciones de doble filo a las que Fischer le sacó beneficios de manera ocasional.
5. c3 Aa5 6. d4 exd4
La ruptura central imprescindible en este gambito.
7. 0-0 dxc3
Demasiada glotonería. Habría sido mejor d6 para permitir la salida del alfil de c8. Las blancas han sacrificado tres peones a cambio de colocar sus piezas en posiciones ofensivas. Es la lucha de “la materia contra el espíritu” reflejada en un tablero.
8. Db3
“Mirando” a la casilla f7, algo temático en el Gambito Evans.
8…De7
Un movimiento sin antecedentes. Más común es 8…Df6 9.e5 Dg6 10.Cxc3 Cge7, y ahora tanto 11.Ce2 como 11.Aa3 llevan a complicadas posiciones que Chigorin pensó que podían ser jugadas por las negras, según observó Fischer.
9. Cxc3 Cf6?
Lo recomendable era 9…Db4.
10. Cd5!
10…Cxd5
Si 10…Dxe4, 11.Cg5 produce un fuerte ataque. (Fischer)
11. exd5
Abriendo la columna.
11…Ce5 12. Cxe5 Dxe5
13. Ab2 Dg5
La dama negra se veía acosada en el centro del tablero por el fuego enemigo, pero tampoco en el flanco recibirá respiro.
14. h4!!
Desviando a la agobiada dama negra. (Fischer)
14…Dxh4 15. Axg7 Tg8 16. Tfe1+ Rd8
Y ahora llega la jugada que convierte a esta partida en una pequeña obra de arte…
17. Dg3!!
Maniobra de desviación. La dama está defendiendo el mate por parte de las blancas, y esta espectacular jugada provocó la rendición inmediata de su rival. Si 17…c5 18. d6 De7 19.dxe7+ Re8 20.Ac3 Th8 21.Dg7 d5 22.Ab5 Ad7 23.Dxh8 mate.
LA FRASE: “El ajedrez es una guerra sobre un tablero. El objetivo es aplastar la mente del adversario”. Bobby Fischer
Escribes muy bien Michel, gracias por estos articulos.
Por cierto, no jugabas domino en la casa de la FEU a principios de los 90’s?