David Janowski es un recordatorio permanente de la mala memoria de los hombres. Casi nadie se acuerda ya de él, y eso que nos dejó un montón de poesías sobre el tablero. Tantas, que nadie puede recitarlas de un tirón.
Si se habla de ataques violentos, de espíritu de lucha, de infinita devoción por la estética ajedrecística, se está hablando del arisco francés oriundo de Polonia. Táctico brillante, Janowski privilegió siempre la belleza sobre el resultado, y odió las tablas como nadie ha podido odiar las tablas.
Era devastador con los alfiles. Quién sabe si por puro capricho de genio, consideró al alfil de rey como el alma del juego, y el propio Alekhine llegó a comentar que nadie manejaba esas piezas como el galo.
Otro inmortal que lo elogió fue Capablanca. “Cuando está en forma es uno de los oponentes más temibles que puedan existir”, dijo el cubano, que de todas maneras le reprochó constantemente su deliberado desconocimiento de la teoría de finales.
Cuentan que su carácter hosco lo llevó a protagonizar numerosos altercados, especialmente luego de que perdía algún cotejo. Eso, y el ego desmedido, le ganaron una fama que superó inclusive a la calidad de su ajedrez. (“¿Cuántas jugadas adelante puede calcular usted?”, le preguntaron en cierta ocasión. “Una sola, contestó de inmediato. La mejor”).
Éxitos no le faltaron en torneos -Montecarlo 1901, Hannover y Viena 1902, Barmen 1905-, aunque ninguna de las puntas de su estrella incluía la posibilidad de ser campeón del mundo, un título que vanamente persiguió versus aquel gran alemán, Emanuel Lasker.
Fanático de la ruleta, el bridge, el póker, la tuberculosis devoró en la década del veinte cuanto quedaba de talento en su cabeza, y al final lo liquidó en la inopia de los solitarios. Había sido un malhumorado de primera, un tipo lleno de desplantes y anatemas, pero sus colegas decidieron que se fuera de este mundo con decencia y pagaron el entierro.
Era su modo hermoso de premiar los méritos de alguien que, por encima de diferencias personales, se había gastado alardes como derrotar a los cuatro monarcas del planeta de la época (Stienitz, Lasker, Capablanca y Alekhine), y le había dedicado la existencia a hacer del ajedrez exactamente aquello para lo que una vez fue concebido: una clave invencible de la felicidad.
Blancas: D. Janowski. Negras: W. Steinitz.
Hastings (Gran Bretaña), 1895.
1. e4 e5 2. Cf3 Cc6 3. Ab5 a6 4. Aa4 d6 5. 0-0 Cge7 6. Ab3 Ca5 7. d4 exd4 8. Cxd4
8.Dxd4!? debería examinarse con más detalle. 8…Cxb3 9.Da4+ Cc6 10.Dxb3
8…c5 9. Cf5!
Janowski ve que, si se cambian las piezas desarrolladas, las blancas tendrán ataque porque su rey está enrocado, y el negro no
9… Cxf5 10. exf5
10…Cxb3?!
Cuesta criticar algo tan natural, pero la partida demuestra que lo urgente era tomar en f5, y no en b3; por ejemplo: 10… Axf5 11. Te1+ Ae7 12. Ag5 f6 13. Dd5 Cxb3 14. axb3 Ad7 15. Af4 Ac6 16. Dxd6 Rf8 17. De6 Dd7 18. De2 g5 19. Ag3 Te8 20. Cc3 Rg7, y las negras están bien con su par de alfiles.
11. Te1+ Ae7 12. f6! (un detalle importante) 12…gxf6 (12…Cxa1? es tentador pero no está sustentado en una interpretación realista de la posición por 13.Txe7+ Rf8 14.Dh5+-) 13. axb3 d5?! (demasiado optimista; lo urgente ahora era acelerar el desarrollo con 13… Ae6, y no ocupar el centro con peones) 14. Dh5! Dd6?
Steinitz no es consciente de lo que le viene encima, y por eso hace otra jugada natural, sin darse cuenta de que contribuye al plan de Janowski; lo necesario era 14…d4 15.Ah6 Tg8) 15. Cc3 Ae6 16. Cb5! Dc6?? (16…Dd8 17.Txe6 axb5 18.Txa8 Dxa8+-.
17. Txe6!!
17…Dxb5 18. Ah6! (las amenazas Tae1 y Ag7 son letales; las negras ya están perdidas) 18…Rd8 19. Dxf7 Te8 20. Tae1 Dd7 21. Ag7
21…Tc8 22. Axf6 Axf6 23. Dxf6+ Rc7 24. De5+
Después de esto no queda nada por hacer. 24…Rd8 25. Txe8+ Dxe8 26. Dxe8+ Rc7 27. Te7+ Rb8 28. Dd7 Tc7 29. Dxc7+ Ra7 30. Dxb7#
1–0
LA FRASE: “Una partida bien jugada no debe llegar al final, sino que ha de terminarse prácticamente en el medio juego”. David Janowski.