Archivo

Una lista real de peticiones a la Virgen de la Caridad del Cobre: “encontrar al asesino”, “perder la maldita virginidad”, “terminar de leerme Paradiso”, “irme del país”, “superpoderes”, “parir un bebé mesiánico”, etc. Un reguetonero muerto y desenterrado llamado Baby Zombi: “Yo siempre digo que Baby Lores fue el primero que nos enseñó a pensar. Él se tatuó a Fidel en el hombro izquierdo. Eso es Alta Fidelidad. Hi-Fi”. Una enfermedad de transmisión sexual llamada “El sida del cerebro” que hace que sus portadores se conviertan en caricaturas tercermundistas. Travestis que colocan micrófonos en el intestino grueso de sus clientes con algo llamado la “pinga-émbolo”. Un club de Agentes Anónimos Adictos a la Seguridad del Estado con un mantra kafkiano: “trata con todas tus fuerzas de comprender, pero solo hasta determinado punto; allí debes abandonar toda reflexión”. Y algunos lineamientos para que Cristiano Ronaldo sea el próximo presidente cubano en 2018: “Si todos los cubanos nos uniéramos para ahorrar, privarnos de lujos innecesarios, pasar un poquito de trabajo y de hambre, compartir los sacrificios que hagan falta y reunir el doble o el triple de lo que pagó el Real Madrid por él, pudiéramos traerlo a La Habana y convertirlo sin elecciones ni demás trámites democráticos en el Presidente Más Sexy del Mundo”.

Todo eso aparece en Archivo (Hypermedia, 2015), la más reciente “novela” de Jorge Enrique Lage. (Enrique Barba decía que todo libro que no tuviera, en cada página, cinco notas al pie era una novela.) Una especie de “caja negra” que podría haber merecido perfectamente un capítulo de Villa Marista en plata, de Antonio José Ponte. Porque ambos libros pertenecen a una zona fantasma de la literatura nacional —ese territorio donde alguna vez vivió Reinaldo Arenas, pero también Carlos Victoria, Rafael Rojas y un largo y generoso etcétera— donde se escucha el eco peligroso que genera el contrapoder. Un bonus track:

Pasillos de la Nave Madre. Un recorrido por un laberinto. De pronto me quedé atrás y doblé por donde no era y abrí por accidente una puerta y después otra puerta y me encontré en un cuarto vacío, frente a una pared donde lo único que había era una palanca.

Dos posiciones: arriba y abajo.

En la pared decía bien claro:

↑ PATRIA/ SOCIALISMO

↓ MUERTE

La palanca estaba hacia arriba (↑).

[…] ¿Qué pasa si la movemos hacia abajo (↓)?

El Agente no había quitado ni un momento la vista de la palanca.

[…] Esa es una buena pregunta, me respondió. Muy buena.

$15,99 en Amazon. Y no, aquí no hay engaño posible: sabes por lo que pagas. Pagas por una literatura cubana que no vende la idea de lo literario como una especie de club social. Por un anecdotario potente que sale a flote en 153 fragmentos. Por la historia de una isla maniatada, donde todos los ciudadanos son agentes y el gobierno conspira. Aquí Jorge Enrique Lage —enfermo de un virus llamado Philip K. Dick— sugiere sin problemas la utopía de un país deforme, de un sitio poseído por el complot, hecho con las pesadillas no confesas de sus ciudadanos. Sumarle a lo anterior que Lage no pone a sus libros títulos grandilocuentes como Soñar en cubano, Todos se van, o La novela de mi vida.

Así, leyendo Archivo uno se percata de que Lage no es solo el más contemporáneo narrador cubano, sino la confirmación de algo que la mayoría de los exponentes de la narrativa de los años noventa nos hicieron olvidar contando historias de álter egos sufriendo y teniendo sexo genial y padeciendo miserias mientras soñaban con matarse o escapar del país: que no podíamos —no podemos— narrarnos sin volvernos escritores de ciencia ficción. ¿Extremo? Por supuesto. Vean el resultado:

Estaban enfrascados en el diseño de una bacteria que se comiera el marabú. Un agente de control biológico. El objetivo era eliminar el marabú que infestaba La Habana.

¿Cuál marabú?

No se ve a simple vista, está en otra dimensión, dijo la Microbióloga ofreciéndome unas gafas. Subimos a la intemperie. Me puse las gafas. Eran oscuras. No me parecieron de ningún modo especiales.

Pero vi: El marabú creciendo en las calles, las aceras, los parques. El marabú golpeando las paredes, asomándose en las ventanas de las casas. Dimensiones superpuestas. El marabú entre la gente: toda esa gente transitando sin saberlo entre la maraña de espinas invisibles.

Las mejores partes de la novela —una mezcla de ficción, recortes de periódico, anotaciones, paranoias y frases descoyuntadas— son justamente aquellas que descubren la realidad cubana como una epifanía del sinsentido. Ejemplo pertinente: “aquella mulata que ves allá, señaló Yoan, la de los pelos parados y la mirada catatónica dibujada con eyeliner, es Amy Winehouse. […] A esa cuadra llena de charcos albañales y grietas abiertas por el salitre le llaman el Reino Unido”. Otro: “Hombres y mujeres atrapados en el cuerpo de un país. Eso sí es transexualidad, todo lo demás es cirugía y psicología plástica”. Y este último que ni siquiera urgido por el espacio consigo suprimir. La noticia está sacada del diario mexicano El Mañana de Laredo, o sea: no-ficción que parece, que debería ser ficción: “Decenas de búfalos cubanos abandonan las granjas estatales en busca de comida y se reproducen en el monte de manera salvaje. Los campesinos de la fértil provincia de Pinar del Río, a unos 200 kilómetros al oeste de La Habana, han denunciado el acecho de estos imponentes animales de hasta media tonelada de peso que les destruyen sus cultivos. El problema es serio, viene de lejos y va en aumento. Comenzó después de que 2900 búfalos de agua llegaron de Asia a la Isla para iniciar rebaños y vaquerías. De ellos, 500 fueron destinados a las húmedas llanuras del sur pinareño y 26 fueron liberados en la sabana. Hoy se calcula que hay cerca de 12 mil cabezas en la zona. Durante el día manadas enteras viven escondidas en los montes de marabú […], pero al anochecer salen al campo, arrasan las plantaciones de tabaco y se comen los cultivos. […] Pese a las dificultades presentes y la fama destructora que se han ganado los búfalos en la provincia de Pinar del Río, los expertos ven en ellos el futuro de la ganadería cubana”. Los franceses crearon una palabra para esto: surréalisme.

Pero me desvío. Lo que más me interesa de Archivo es su cualidad de novela abierta: no se presenta como una obra concluida, sino como ficción en curso. Se trata de una narrativa que rompe con la “definitud” que parece dominar la literatura cubana contemporánea. (Philip Larkin dijo una vez que “una de las razones para escribir es que todos los libros que existen son de alguna manera insatisfactorios”.) Archivo es entonces como una lista negra publicada. Cualquiera puede actualizarlo. Reescribirlo. Diseminarlo. Sé de un lector que ha incorporado ocho nuevas entradas al libro. “A lo mejor este es (también)”, nos dice Lage, “el secreto de las listas negras: una vez empezadas, no se les puede poner fin”. Una avalancha. Cuba también ha sido eso: más que un país, es un punto de fuga, una versión, un fragmento, una memoria flash, un terabyte con una inmensa lista de deseos, censuras y prohibiciones que se actualizan a diario. La Isla en Tera. Ilegalmente, por supuesto.

Salir de la versión móvil