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¿Te das cuenta de que somos entrenados desde chicos
para que nada nos duela demasiado?
Violencia Rivas
En una parodia a los noticieros sensacionalistas, el humorista argentino Diego Capusotto repite hasta el cansancio: “¿Hasta cuándo vamos a ser un país poco serio?”, mientras encarna a un locutor absurdamente alarmista.
El estilo imita a ciertos medios de comunicación que exageran la realidad para generar miedo e indignación.
El programa se define como: “información para entrar en miedo, pánico y depresión… para cagarse [joderse] el día desde bien temprano”. Recibe llamadas de oyentes ficticios con mensajes paranoicos y pesimistas, mientras el narrador central del segmento, con tono grave y urgente, reacciona como si cada noticia representara el fin del mundo.
Los cubanos no estamos muy familiarizados con el humor negro y la sátira de Capusotto, aunque el actor interpreta personajes a los que cualquiera podría identificar en nuestra sociedad diversa y paradójica.
Juan Domingo Perdón es el típico líder que dice lo que “el pueblo” quiere escuchar, sin importar las contradicciones entre discurso y realidad. Se expresa con solemnidad, pero sus frases están llenas de lugares comunes y promesas huecas. Su retórica mezcla populismo, demagogia y una falsa autocrítica.
Se trata del político que no tiene un plan de gobierno, sino un plan de perdón.
Nosotros tenemos al dirigente que no soluciona nada, pero te abraza fuerte mientras dice que comprende “las frustraciones del pueblo”. Tenemos el discurso para la paciencia, la confianza, la resiliencia y la dignidad; la frase lapidaria de “hay que entender”.
Planes que no planifican; estrategias fallidas, pero de “buenas intenciones”; culpas que flotan sin rostro.
Micky Vainilla es un cantante de pop superficial con una estética retro y un inquietante parecido a Adolf Hitler (bigote, peinado, gestos). El personaje encarna a un fascista edulcorado que promueve el racismo, la xenofobia, el machismo, disfrazado de defensa de valores y buen gusto. Parodia a artistas que reproducen prejuicios desde una supuesta neutralidad.
Es el influencer que apoya el arte para todos… los que tengan el bolsillo lleno.
Nosotros tenemos al “defensor de la gente” que nunca ha usado transporte público, ni ha hecho una cola larga para conseguir dinero en efectivo en un banco y poder comprar “lo que aparezca”. Tenemos a los que presumen de tener buen gusto y prefieren que los espacios públicos sean libres de “los que no se saben comportar”.
A los promotores de terminales de ómnibus y aeropuertos solo para pasajeros; a los que encuentran muy bien que hasta los jardines de la sede del Poder Popular, El Capitolio, estén cerrados “por protección”.
El que vive dentro del sistema con la gracia de quien lo contempla desde el balcón del privilegio.
Violencia Rivas critica al sistema que adoctrina desde la infancia para producir ciudadanos funcionales y obedientes. Denuncia el consumismo, la hipocresía social y la banalidad del entretenimiento.
Es la voz del hartazgo, la lucidez rabiosa y el sarcasmo sin filtro, que dice lo que nadie quiere escuchar.
Nosotros tenemos el grito en las redes sociales y las esquinas. Tenemos la rabia de haber creído y esperado; el desengaño, la desesperanza.
Convivimos con Pomelo, el artista que se cree rebelde por usar metáforas tibias; con Vinazzi, a quien no entienden, pero aplauden por miedo a parecer ignorantes.
Tenemos a Bombita Rodríguez en el mural con consignas heroicas al lado de una farmacia cerrada; en la palabra “socialismo” a la entrada de una tienda que fue primero en CUC, luego en MLC y ahora en dólares.
Capusotto hace humor para que reconozcamos los contornos de un absurdo compartido.
Y en Cuba, el absurdo dejó de ser la excepción hace décadas.
Los personajes del actor aparecen en la vida diaria cubana, como espectros de una posmodernidad de escasos recursos y excesiva ironía.
Mi primera intención era hacerlo en colores, como diría Drexler. Pensaba recomendarles, para este verano ardiente, sumergirse en el universo de este ícono argentino. Pero recuerdo que tenemos limitaciones de conectividad, de acceso, de tiempo. Y para muchos, Capusotto seguirá siendo un desconocido.
No obstante, ¿exponernos a su crítica nos haría una sociedad distinta? ¿O, al menos, una más lúcida?