Ha muerto hace poco Sara Montiel. En España –como no podía ser de otra manera por su legítima relevancia- se ha publicado bastante sobre ella. Fue un mito sexual y una leyenda nacional comparable a la de Marilyn Monroe. Lo que ocurre es que la espectacular rubia murió joven y quedó intacta su belleza y esplendor para la posteridad. Sara envejeció de forma algo disparatada y al parecer los que la envidiaron en su plenitud amplificaron el relativo ridículo de sus últimas apariciones y ocurrencias.
La desaparición de la legendaria actriz y cantante me hace recordar a otras figuras de similar arraigo en varias generaciones cubanas. Pienso en Celia Cruz, merecidamente conocida en todas las latitudes, y en otras de las que no se habla en los grandes medios. Celia –por una política intolerante que cada día más personas proclamamos como injusta- se quedó sin el contacto directo con el público de la isla. Mientras padecía ese dolor esencial se le abrían las puertas del resto de los admiradores por el mundo, el mercado, la leyenda.
Benny Moré, el Bárbaro del Ritmo –que murió temprano- en La Habana y Rosa Fornés que vive y trabaja a sus noventa años gozaron de la gloria dentro pero se les menciona poco hoy. Muchos los ubican en el pasado polvoriento y la preciosa Rosita – formidable actriz, mujer bella por antonomasia para al menos dos generaciones- es insultada por algunos. Quisieron ciertos funcionarios que dejara sus ropas de vedette y vistiera sobre todo de miliciana; en una zona del exilio le atribuyen una politización que no ejerció. En su autobiografía deja claro que se quedó en Cuba con el mismo derecho y similar naturalidad ejercida por los que se fueron después de 1959.
Hay otras leyendas más o menos olvidadas. En una obra de teatro que estoy escribiendo Farah María se acerca a un cubano que hace una escultura humana en el centro de Madrid. Esa mulata –que para los de mi generación es La Mulata- anda, en mi ficción y podría ser hasta en la realidad, por la Plaza Mayor sin que nadie la reconozca. El hombre inmóvil que la admira le dice bajito: “No te bañes en el Malecón”. Y -¡oh compatriotas de entre 35 y 85 años!- recuerda aquel video de Farah en trusa, cantando muy cerca del mar. Siempre pienso que en el ideario nuestro de la belleza y la sensualidad es el equivalente a la universalmente conocida foto de la rubia Marilyn a la salida del Metro, con la falta levantada y a duras penas sujeta, en ese gesto que convierte al susto en una forma inmejorable de la coquetería.
Has ido de lo sublime a lo ridiculo. Pero buen intento