El invierno llegó tarde este año a la ciudad de Nueva York. El invierno de verdad, el congelante, demoró hasta bien avanzando enero. A mediados de noviembre tuvimos una tormenta de nieve de proporciones bíblicas, que a todos tomó por sorpresa, en medio de un día normal de trabajo y escuela. Pero una vez recuperados del susto, el año terminó con un clima bastante bueno para esta época.
Ahora los termómetros no han subido de los cero grados, las noches en particular son extremadamente frías. En el centro de la ciudad las bajas temperaturas se sienten mucho más porque los rascacielos cortan el viento, que levanta remolinos entre los transeúntes. Pero nadie se da cuenta. A Nueva York no la detiene el clima, su corazón sigue latiendo al ritmo de un poema de Walt Whitman.
Los vendedores ambulantes están de fiesta. Bufandas. Orejeras. Gorros. Guantes. Todo se compra y todo se vende. Y bebidas y pretzel caliente en los carritos del pan con perro. Todo resulta mejor si tienes la cabeza metida en las emanaciones de un café caliente neoyorquino; del otro lado de la nube de vapor la ciudad se siente más cálida, personal, acogedora.
Los colores del otoño quedaron atrás del todo. El rojo, el azul, el verde yerba. Los árboles están sin una hoja, esperando a que nuevamente se caliente la tierra. En estos meses la ciudad luce un poco más monocromática, pero no menos atractiva, te parece que estás viviendo una película del Hollywood de inicios de los 50. En cada esquina te topas con Audrey Hepburn y Humphrey Bogart. Marilyn Monroe, sonriendo desde la joyería Tiffany de la Quinta Avenida, colorida, sesentina, simboliza más la futura primavera.
Ahora, mediando enero, la gente se arrebuja en sus abrigos; aunque algunos, que deben ser neoyorquinos de toda la vida, se atreven a mostrar las piernas y salen a buscar el pan apenas con un suéter ligero.
Pero Nueva York no sería Nueva York sin sus turistas. Y hay turistas todo el año en la ciudad. Turistas de sol y calor en verano. Fieles turistas de sol y frío en invierno. Allí están, en Times Square, fotografiando las pantallas y los comercios, montando en bicitaxi por las callecitas del Central Park, sacándose selfies en lo alto del Empire State, recorriendo el separador central del Puente de Brooklyn, apretujados en la cubierta del ferry que te lleva hasta la Estatua de la Libertad.
Nueva York, sobre el Hudson, es una hermosa postal de invierno, de esas postales que te convocan al amor, a los abrazos, y a los finales felices.
Nunca hace tanto frío en la ciudad como en esos días claros en lo que apenas se ve una nube en el cielo. En otras latitudes, la gente vería una indicación para guardar ropas y sacar a pasear al perro. Aquí es totalmente diferente, aunque por supuesto el sol, caliente o no, se disfruta siempre. Entonces, si hay luz en el cielo, no importa el frío, te dan ganas de caminar y verlo todo.
Y todo sorprende: los porteros de los edificios de lujo, vestidos con sus sobretodos y sus gorras que parecen sacados de una novela de Theodore Dreiser; los estanquillos que hay en muchas esquinas, donde reparten diarios gratuitos en inglés, español y mandarín, los herederos de la prensa de a centavo de Joseph Pulitzer y William Randolph Hearst; las pistas de patinaje sobre hielo de Bryan Park y Rockefeller Center; el cubo de cristal de la tienda de Apple del Central Park, que cuando caiga la nieve se teñirá todo de blanco.
Cada cosa parece estar ahí desde el inicio de los tiempos, esperando por ti a que la reconozcas y la nombres en tu propio idioma, a que la expliques desde tu cultura, incluso aunque tus enciclopedias no contengan palabras ni imágenes para hablar de lugares, personajes y sensaciones que son absolutamente desconocidos para el habitante del trópico. ¿Cómo describir lo que es el frío? ¿Y la nieve? ¿Y el agua-nieve? ¿Y el viento helado? ¿Y la naturaleza dormida a la espera de un nuevo ciclo primaveral?
Quizás comenzando por un lugar común, el sol. Nuestra estrella ilumina a todos por igual. Cuando sale el sol no dan ganas de estar en casa, aunque la calefacción esté encendida y el café recién hecho. Pese al frío, Nueva York merece que des lo mejor de ti, que te lances a ser tú mismo parte de la postal. Winter is here.
Lo peor del invierno no es el
frio,es la oscuridad,cuando los días están despejados hace más frío por que no hay nubes que mantengan el calor cerca de la tierra,pero los días claros son mas bonitos que los nublados.