Escucho a Marta Valdés, “quiero esta isla donde a veces el año dura tantos meses”, mientras el humo del puerto desconecta mi visión del horizonte; parece por momentos que mi ventana ya no da al mar. “Ningún amor es infinito”, dice, y pienso si acaso alguna gloria lo es; si merece la pena insistir.
Repaso las nuevas antorchas de las redes sociales, los juicios de tantas personas que se atropellan y construyen una realidad que es un poco la nuestra y no lo es. Allí algunos cubanos comentan sobre la última edición del Guzmán, ese concurso de música popular que se inauguró en 1978 con la propia Marta haciendo un canto para la eterna juventud.
Soy de los que cree, como ella, que “joven ha de ser quien lo quiera ser”, mientras exista la voluntad de soñar, de vivir inquietos, de sembrar amor en los otros y de entregarse a la sorpresa del sol.
El Concurso Adolfo Guzmán envejeció, y no han sido los años; ni la crisis de combustible, ni que vivamos en un país seco sin compositores ni intérpretes. Hace pocos días el Teatro del Museo Nacional de Bellas Artes vibró junto a la voz y el alma de Ivette Cepeda cantando “País”. Y un poco más atrás en el tiempo, el Festival de Mujeres Cantoras “Ella y yo” inundó La Habana de versos, como sucede en Santa Clara cada enero durante el Longina; en Guantánamo con La Canción Política; en Ciego de Ávila con el Trovándote; en Santiago de Cuba con el Pepe Sánchez; y en los parques de los pueblos donde falta la electricidad y a veces también la esperanza.
La música es la inevitable compañía de las circunstancias. En la isla se ha cantado en los barrios, en los balcones, en las paradas de ómnibus, en las colas de los mercados; se ha cantado para la espera y para la marcha.
La sinceridad, el esfuerzo por sostener lo heroico, siempre tiene amigos. Celebro la voluntad de insistir en poner canciones a esta realidad a través de un concurso como el Guzmán que forma parte del imaginario popular del país, pero aunque el intento es mejor que nada, hay tiempos en que las balas no pueden ser de salva.
Tres espectáculos criticados por sus confusiones, por los olvidos, por la falta de cariño y cuidado; por el ambiente encartonado. Durante todo el fin de semana que transcurrió el concurso, las redes estuvieron repletas de opiniones ásperas, y algunas condescendientes que pretendían reforzar las luces y no las manchas.
Contrario al amor, según Marta Valdés, las verdades sí son infinitas, y en cada juicio hay pasiones. Los que han sido cercanos a la organización del concurso sabrán de los sacrificios de sus protagonistas, que viven en el mismo país sin electricidad y sin agua en casa, y a quienes parecería injusto que se les pida más; los que tuvieron la oportunidad de prender su televisor, aspiran a la belleza y a la sorpresa, en un mundo cada vez más necesitado de armonía.
Si me preguntan, esta sociedad merece algo más, por los protagonistas y por los espectadores. Merece que el Guzmán no envejezca, que sus canciones sean de su tiempo, como aquella de Marta Valdés en el 78, cuando se celebraba en Cuba el Festival Mundial de la Juventud y los Estudiantes. Merece que su vibra sea inagotable, azul e infinita; y que su música sea la que tengamos que cantar.
El desacierto del concurso va más allá de las desafinaciones, que son humanas, o de una puesta en escena mejor o peor lograda; la verdad que veo ante mis ojos (una verdad personal como todas) es que en las calles nadie habla del Guzmán, la vida ha seguido su curso sin que una frase de canción intervenga, nos explore como sociedad, como país, como seres humanos, nos vuele los sesos y nos ponga a flotar o nos entierre en el suelo que reconocimos fértil.
Fuera del escenario del concurso y de las redes sociales —que en breve pasarán a protagonizar nuevos debates— hay otro paisaje; uno que fue ajeno a las imperfecciones, incluso a la existencia misma del evento: una sociedad que atraviesa apagones y una crisis migratoria protagonizada por jóvenes. ¿Cuándo el Guzmán dejó de interpelar a su tiempo? ¿Cuándo cruzó a gatas o de puntillas el presente?
Sí, claro que en las crisis hacen falta canciones, festivales, arte; pero cualquier intento, si viene como de un mundo lejano de lentejuelas y cartón, tan diferente al nuestro y al que aspiramos, está condenado al olvido.
Comparto tu comentario. Me maravilla como hemos retrocedido. En los Guzmanes de los 80 habían letras, música y excelentes voces para defender las obras. Hoy entre tantas carencias Cuba se manda un espectáculo que debe haber costado mucho para un resultado muy cheo de muy pobre nivel. Esta isla, si algo bueno tiene, es calidad en la música. Perdonaría una pobre escenografía o deslices en dramaturgia, pero texto y música mala no se justifica. Que bochorno.
Coincido con esa valoración. Vi la gala del domingo y me alegré de no haber visto las anteriores. Sentí que todo quedó soso. Recordé los juegos de la clasificatoria de nuestras SN de beisbol jugándose sin público y me pregunté por qué tenemos que malgastar el dinero que no tenemos. Recordé aquello que no debes tratar de volver al lugar donde fuiste feliz. Es una trampa.