Hace unas semanas, la revista Nueva Sociedad publicaba un descorazonador texto de Luis L. Schenoni y Andrés Malamud sobre la imparable pérdida de relevancia de América Latina en el contexto internacional, basada sobre el análisis de indicadores como “proporción de la población mundial, peso estratégico, volumen comercial, proyección militar y capacidad diplomática”.
Es probable que para cualquier observador atento de la realidad latinoamericana no hiciera falta recurrir a medidores tan técnicos de la decadencia regional. Vivir y estudiar la región es, en larga parte, un proceso de toma de conciencia de ese fenómeno.
Y, sin embargo, esa irrelevancia es un hecho histórico de gestación relativamente reciente. Hubo un tiempo, no tan lejano, en que la región representaba un referente ineludible, por ejemplo, para pensar los temas del desarrollo y, se habría dicho en aquel momento, de la descolonización económica de las periferias mundiales. Esa posición se debió en larga parte a las contribuciones del economista argentino Raúl Prebisch y al impacto que tuvieron en la esfera política y del debate intelectual latinoamericano y mundial durante la Guerra Fría.
En 1948, Prebisch, ex gerente del Banco Central de la República Argentina, elaboraba para la Comisión Económica para América Latina (CEPAL) de Naciones Unidas un estudio titulado El desarrollo económico de la América Latina y algunos de sus principales problemas. El texto, que Albert Hirschman llegó a definir como el Manifiesto Latinoamericano, marcaba el comienzo de un perspectiva genuina y autónomamente latinoamericana sobre el problema del desarrollo económico periférico.
La tesis expuesta por Prebisch en su obra se basaba sobre la observación de la evolución histórica de los precios de los productos primarios frente a los industriales. El economista argentino señalaba que los precios primarios habían registrado un descenso constante desde el comienzo del siglo XX, mientras los productos industriales habían sido marcados por un proceso inverso, es decir, de ascenso sistemático.
El resultado de este fenómeno tijera era que América Latina, cuya economía estaba largamente basada sobre la producción y exportación de productos primarios, había alimentado la industrialización occidental a la vez que veía reducirse de forma constante los ingresos generados por la venta en el mercado internacional de sus productos.
Prebisch atacaba entonces las bases de la economía clásica de David Ricardo observando que, a causa del empeoramiento histórico de los términos de intercambio, mientras el centro se enriquecía, la periferia latinoamericana se veía condenada a empobrecerse y a ver fuertemente limitadas las posibilidades de su desarrollo económico y social futuro.
El ex gerente general del Banco Central argentino, en su trabajo, no se limitaba al análisis exclusivo de este fenómeno, sino que se atrevía a lanzar una propuesta articulada para superar la condición de estrangulamiento económico a la que la condición de dependencia de la exportación de productos primarios condenaba América Latina: la industrialización.
La teoría estructuralista de Prebisch proponía que, por medio de una estrategia industrializadora liderada por el Estado, América Latina podía modificar su posición de subordinación económica y generar las condiciones para una modernización económica y social de los países de la región.
En 1950, como consecuencia del impacto generado por su teoría y propuestas, Prebisch sería nombrado Secretario Ejecutivo de la CEPAL, cargo que ocuparía hasta 1963. El desarrollismo se transformó en una propuesta que alimentó, aunque no de forma del todo sistemática —con la posible excepción de México—, las políticas económicas de los gobiernos latinoamericanos tanto de izquierda como de derecha. Ese fue el camino seguido hasta por lo menos el comienzo de los años 70, cuando las dictaduras latinoamericanas del Cono Sur emprendieron una estrategia de desarticulación sistemática del modelo económico y social desarrollista como medio para desmovilizar a los sectores populares latinoamericanos.
En el campo intelectual, además, las reflexiones de Prebisch fueron retomadas y reelaboradas por una nueva generación de científicos sociales, como Fernando Henrique Cardoso o Enzo Faletto. En el marco de la que se conoció como Teoría de la Dependencia, estos y otros autores buscaron en las conexiones entre los desequilibrios externos, señalados por Prebisch, y los mecanismos de dominación económica interna de las élites latinoamericanas, las razones del subdesarrollo económico de los países de la región.
El elemento quizás más interesante de esta historia es, sin embargo, el hecho de que el éxito del desarrollismo y sus sucesivas ramificaciones no se limitase solo al contexto latinoamericano. En 1964 Prebisch sería nombrado primer secretario general de la recientemente creada Conferencia Sobre Comercio y Desarrollo de Naciones Unidas (UNCTAD), uno de los foros políticos más importantes del heterogéneo bloque tercermundista durante la Guerra Fría.
La explicación de las causas del subdesarrollo latinoamericano proporcionada por Prebisch se transformó en un instrumento poderoso también para explicar la forma en que el neocolonialismo occidental vaciaba de contenido la independencia política de los países africanos, asiáticos y de Oriente Medio recientemente descolonizados.
La UNCTAD fue un hervidero de propuestas para reformar el sistema económico internacional, en pos del desarrollo de los países periféricos, que emergían en amplia medida de las teorías y tesis de Prebisch.
Hablar de desarrollo económico sin mencionar las tesis de Prebisch y de sus epígonos dependentistas era imposible a tal punto que se encuentran rasgos de estas teorías hasta en las publicaciones de importantes líderes nacionalistas africanos como Kwame Nkrumah, primer presidente del Ghana independiente.
En su libro Neocolonialismo. Último Estadio del Imperialismo, sin citar directamente a Prebisch o a los teóricos como Faletto o Cardoso, Nkrumah indicaba en la dependencia africana de los productos primarios vendidos a bajos precios uno de los factores determinantes que permitían la imposición de un modelo de dominación neocolonial Occidental sobre África.
En los años 60 y 70 la centralidad latinoamericana para pensar una forma de globalización alternativa a la liberal fue absoluta.
El contraste con el presente es, evidentemente, desolador. Desde un punto de vista teórico universidades y economistas latinoamericanos han experimentado una desertificación de su creatividad imaginativa para pensar formas de integración económicas y políticas alternativas a la neoliberal.
Y, a nivel político, las iniciativas multilaterales latinoamericanas han fracasado una detrás de la otra, condenando la región a una marginalidad que, como se ha dicho al comienzo de este texto, se ve subrayada por todos los indicadores posibles. Estamos, pues, frente a un largo otoño de “irrelevancia internacional” cuyas consecuencias sociales y económicas pesarán, inevitablemente, sobre las vidas de los millones de habitantes de la región.
A imaginar una estrategia para salir de este impasse tendrían que destinarse las mejores energías de la clase política y de los teóricos latinoamericanos de esta generación.