Hanunzios

Seguimos con las novedades, que ya no son tales: Ventas, compras, solicitudes de servicios, ofertas gastronómicas, de peluquerías, masajes, veterinarios, podólogos y estilistas se anuncian vía digital. Los afortunados que pueden acceder a “Clasificados” corren la voz. Y como buenos samaritanos, explican al resto todo lo que es posible encontrar en los anuncios. Para algunas personas, acceder a estas páginas se convierte en un acto de entretenimiento. Pero son las menos. En realidad, suele abrirse el link “Ofertas” cuando se necesita un artículo o un servicio específico.

Entre los primeros, vale citar como los más demandados aquellos que se relacionan con el cuidado de ancianos, discapacitados y bebés. Los actuales precios de pañales, de sillones de ruedas y de cremas anti escaras obligan a acudir a estas especies de tiendas imaginarias. Los samaritanos ayudan a quienes carecen de accesibilidad, y además de proporcionarles datos previamente extraídos de los anuncios (teléfonos, nombres de proveedores, direcciones, etcétera) también colaboran poniendo en venta, por ejemplo, la moto de Chichito, que anda escaso de plata.

Entre los servicios que más se solicitan se encuentran los gastronómicos y los veterinarios. Y se comparan los precios, que nunca son los que aparecen anunciados. Cortarle las uñas a la perra de la casa, por ejemplo, equivale a tres pizzas familiares. Despulgar al gato viene siendo una ración de arroz frito, y una inyección antiparasitaria se corresponde con un cake de boda.

Mi amiga Hilda, que trabaja en un sitio con Interné (así dice el vecindario, Interné), ha adquirido la bondadosa costumbre de satisfacer las solicitudes que le hacemos las amistades del barrio, quienes, jubilosos, participamos en el juego de ignorar los riesgos que corre Hilda si la descubren haraganeando. Cada mañana se le acerca alguien (alguno de nosotros) con un pedido diferente, a ver qué averigua nuestra pobre amiga. Ella, solícita, hace listados para que nadie quede sin respuesta. Hay que ver cuán extenuada regresa Hilda de su trabajo con Interné.

En lugar de tramitar papeles en una oficina, parece que viene de estibar en un puerto sin bloqueo. Desgreñada, ojerosa y con la espalda hecha un garabato, se detiene en medio de la cuadra y dicta los resultados de su búsqueda. Es un espectáculo digno de reproducirse: “Atiendan todos, por favor, voy a dar respuesta a los pedidos de hoy: Pancracio puede conseguir culeros en San Agustín. Clementina debe esperar llamada el jueves, es el día libre de la sacadora de piojos. Rolando, llama al xxxxxx, que pertenece a una casa donde vive un vendedor de barniz. La gente que quiere pizzas para el domingo, favor enviar mensaje al xxxxxx solo con la palabra Parmesano. Adria puede dirigirse a la calle Maloja, número xx y preguntar por Oichi. Según el anuncio, sus masajes quitan todo tipo de lumbalgia. Avísenle a Manuel y a Carmenate, cuyos pedidos no recibí a tiempo, para que nos encontremos mañana a esta misma hora”. Acto seguido, Hilda se retira del medio de la calle, hasta la mañana siguiente, cuando sale a recoger las listas de necesidades.

El ciclo se repite diariamente, excepto los fines de semana. Como tengo cierta compasión hacia mi amiga, un domingo en la mañana me dirigí a su casa. Jamás imaginé la profundidad del sacrificio de Hilda. Resulta que su esfuerzo no se limita a encontrar soluciones en las páginas digitales que se dedican a “Ofertas”, sino que luego (por ejemplo, el domingo) corrige la ortografía de los anunciantes.

Cuando me mostró un macuto impreso, que contenía todos los anuncios con datos, cifras, direcciones y teléfonos, comprendí realmente que su tarea es titánica. Llorosa, me pidió ayuda. “Ven, por favor, toma la mitad de estos textos y colabora”. Atónita, me sumergí en la tarea de ubicar a los dueños de, por ejemplo, corchas de trapear, a las masajistas que prometían cerbicios a domisilio, a modistas que proclamaban lindos bestidos estanpados , y poco a poco fui redactando notas, más o menos así: “Dagoberto, decimos colchas”, “Oichi, se escribe servicio, y es domicilio”, “Greity: no es bestido sino vestido, y recuerde que antes de P y B, va M”, mientras Hilda se dedicaba a explicar la fuerza de pronunciación de las palabras agudas, llanas y esdrújulas.

Por suerte, ella y yo fuimos educadas en las más estrictas reglas de redacción, asistimos a las mismas escuelas de los años 70, y guardamos normas ortográficas como trofeos. Desde entonces, sin que nadie lo sepa, domingo tras domingo impartimos clases a incógnitos.

Nadie en su sano juicio puede cuestionar la utilidad de las redes sociales, ni el alivio que significa encontrar lo que se necesita. No es la Interné lo que puede perjudicarnos. Pero la pregunta que se impone es ¿no existe un responsable que vigile –al menos– el uso correcto de la gramática antes de publicar X anuncio? ¿De verdad comeremos serdo enpanado? ¿Pondremos nuestras espaldas en manos de una mazagista? ¿Quién creerá que se puede limpiar con eficasia o comprar al pol mayol? Ya una vez comenté el espanto que me produjo leer “se vende arte minibalista”.

Ahora confieso que era a través de Hilda, y de su trabajo con Interné. Y reitero el peligro que se nos viene encima, como un alud de nieve. Alud sin Hache, y nieve con V. Y encima con C. Digamos No a los hanunzios y estimulemos los buenos anunciantes. En estos casos, un poco de censura no viene mal.

Con C y con S.

Salir de la versión móvil