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El sábado 17 de mayo tuve el placer de asistir al concierto de Marcos Madrigal junto a la orquesta del Lyceum de La Habana, dirigida por José Antonio Méndez (Pepito).
Puedo decir que nunca he estado en un concierto suyo del que no haya salido completamente encantada; por su sensibilidad, su virtuosismo, su sonido, su carisma… Es una persona magnética, con un gusto exquisito, lo que se nota desde la elección de sus programas hasta su manera de interpretar.
No resultó una sorpresa que, tan solo dos días después de esta presentación, el Ministerio de Cultura de la República Francesa le entregara la distinción de Caballero de la Orden de las Artes y las Letras, un reconocimiento que no solo honra su excepcional trabajo como pianista, sino además su labor como gestor cultural.

Marcos, además de ser un intérprete con una carrera profesional formidable, desde 2023 es el director musical del Fondo de Arte Joven, iniciativa de Lorenzo Suárez que ha ayudado a montones de jóvenes cubanos a llevar a cabo sus proyectos. Asimismo, es el fundador y director artístico del Festival Internacional Habana Clásica.
Para quien guste de la música y haya tenido la suerte de estar en La Habana durante el festival, es imposible no conocerlo. Dos semanas repletas de conciertos con programas interesantes e invitados de lujo, nacionales e internacionales, donde no solamente vemos a Marcos cuidando todos los detalles logísticos y musicales, antes y durante este período, sino que, como si eso no fuera suficiente, es de los músicos que más toca en el festival.
Es impresionante ver a Madrigal en cada uno de los conciertos (a veces dos o tres por día), habiendo coordinado todo hasta altas horas de la madrugada y luego saliendo al escenario como si nada.
Su presentación en el Oratorio comenzó por el Concierto para piano y orquesta no. 2 en sol menor Op. 22 de Camille Saint-Saëns, una pieza que, después de escucharla, se descubrirán tarareando de vez en cuando. Al menos eso me ha pasado a mí. En esta obra el intérprete debe estar por encima del virtuosismo técnico y mecánico para, luego de resolver este principio básico, hacer música; cosa que caracteriza a Marcos. Cuando lo escucho tocar no veo a un simple instrumentista, sino a un artista que usa su medio de expresión, el piano, para lograr un resultado arrobador.
Me encantó notar, sobre todo en el tercer movimiento, las miradas de complicidad entre Pepito y Marcos cuando cambiaban algún detalle, una respiración, pausa, acento. Son momentos que nos recuerdan que ninguna interpretación es igual a la anterior. Los buenos intérpretes explotan esta creatividad al máximo, de manera consciente. Cuando escuchamos música en vivo, estamos viviendo un momento irrepetible y eso lo hace una experiencia única.

Al Concierto le siguió el Capricho español Op. 34, obra compuesta por un compositor ruso cuyo contacto directo con España no fue más que haber permanecido unos pocos días en Cádiz, cuando era oficial de la marina rusa (un dato sorprendente). Nikolai Rimski-Kórsakov fue uno de los maestros de la orquestación del siglo XIX y logró, a base de relatos y análisis de partituras, capturar la esencia de la música española explotando todos los colores de la orquesta sinfónica. Casi todas las secciones tienen su momento de protagonismo, su interpretación requiere gran precisión y empaste, algo que la Orquesta del Lyceum logró a la perfección.
Seguidamente volvió a escena el protagonista de la tarde para deleitarnos con la Rapsodia sobre un tema de Paganini Op. 43 (24 variaciones en la menor sobre el Capricho no.24 de Niccolo Paganini), una de las joyas del repertorio pianístico, cortesía de Serguei Rachmaninov. Es una obra tan bella como difícil de interpretar, dotada de un lirismo en sus temas que la hace absolutamente inolvidable.

Al perderse el sonido de las últimas notas, el público se puso en pie para una inmensa ovación. Marcos, como respuesta, nos regaló su interpretación de la trascripción de Alexander Siloti del Preludio en mi menor BWV 855a de J.S. Bach, despedida anticlimática que demostraba un virtuosismo, quizá poco convencional para el gran público, pero que los conocedores saben apreciar. Coherente con lo que le antecedía, este encore resultó una nueva confirmación de su gusto exquisito y un alarde de su impecable control de sonido en cada piano que toca.
Lo que hizo Marcos Madrigal esa tarde, desde el punto de vista pianístico, fue una hazaña. El nivel de dificultad de esas piezas, junto a la energía física y mental que requieren, hace que juntarlas en una misma presentación sea un lujo que pocos pueden permitirse. Marcos es uno de esos pocos extraordinarios; un intérprete que trasciende su instrumento y logra, por medio de 88 teclas, que escuchemos una voz propia, inigualable e inconfundible.
Más allá de las felicitaciones y los deseos de muchos más éxitos para el excepcional intérprete, agradezco a la columnista por sus interesantes acotaciones sobre las piezas ejecutadas y sus autores, que nos permite adquirir más conocimientos sobre la historia de la música. Sobre la música en vivo, quienes vivimos lejos sufrimos con las carencias del transporte urbano para poder asistir a las presentaciones. Creo que el Centro Nacional de la Música debería propiciar que los conciertos se celebrasen también en teatros con condiciones para grabar los espectáculos y retransmitirlos posteriormente por la televisión, de manera que estos niveles de excelencia de nuestros músicos e invitados foráneos puedan tener difusión a nivel nacional.