¡Felices fiestas, queridos lectores! La historia de hoy se remonta al 5 de diciembre; día que, sin embargo, por un instante, se sintió como Navidad.
Todo comienza con la extraordinaria Sarah Willis, cornista de la Filarmónica de Berlín, una de las orquestas más importantes y prestigiosas de todos los tiempos.
De la primera vez que la escuché tocar, recuerdo dos cosas: redescubrí el corno, instrumento de timbre precioso y que ofrece un abanico de posibilidades. Willis lo tocaba como si fuera fácil, lo más natural del mundo, como hablar o respirar; con un sonido lleno, dulce, de una precisión impresionante. Lo otro fue su diáfana manera de trasmitir y conectar con el público a través de la música académica. Esto me cautivó desde el primer momento.
Gracias a su fascinación por la música cubana, a lo largo de los últimos años hemos tenido el placer de disfrutar varias veces de su indiscutible virtuosismo y absorbente carisma, tanto en sus conciertos como en las clases que jóvenes cornistas cubanos han tenido el privilegio de recibir. Además, la artista tiene un proyecto con José Antonio (Pepito) Méndez y la Orquesta del Lyceum de La Habana, llamado Mozart y Mambo, que han llevado de gira por varias partes del mundo y del cual han nacido varios fonogramas. Sarah ha cambiado la vida de muchos músicos cubanos dentro y fuera de la isla, creando espacios de difusión para nuestra música y promoviéndola con amor y sinceridad en prestigiosos escenarios.
Nuestra querida Sarah, quien es, además, la anfitriona del tradicional Concierto Familiar de celebración de la Navidad en la sede de la Filarmónica de Berlín, este año decidió anticipar la fiesta con una “Navidad cubana” en la Catedral de La Habana.
Esa tarde de jueves, mientras apurábamos el paso frente al Antiguo y Real Seminario de San Carlos y San Ambrosio para asegurarnos un asiento en los bancos de la Catedral, frenamos en seco ante una multitud de personas que caminaba en dirección contraria, hacia las puertas del Seminario, ahora Centro Cultural Padre Félix Varela (ambos edificios están conectados). “Se fue la luz, pero dicen que el concierto se va a hacer en el patio del Centro Cultural”, se escucha en la distancia.
La luz natural se apagaba poco a poco, mientras nosotros, ante los portones del Félix Varela, esperábamos por lo que —-imagino— serían los músicos y organizadores moviendo atriles, partituras, sets de percusión e, incluso, un piano.
Finalmente, Sarah sale a saludarnos y nos invita a entrar, pidiéndonos que los alumbráramos con los teléfonos. Así fue como inició uno de los conciertos más especiales de esta Navidad.
Comenzaron por el Bodeguero, de Richard Egües, con arreglo de Jorge Aragón. Un clásico inteligentemente orquestado nunca falla. El programa se vio considerablemente reducido por obvias razones, así que en vez del Concierto para corno y orquesta no.2 en Mib mayor, KV 417 de Wolfgang Amadeus Mozart y el Brandeburgo no.3 en Sol mayor BWV 1048 de Johann Sebastian Bach, saltamos directamente para Blanca Navidad de Irving Berlín, adaptada a este formato nuevamente por Jorge Aragón, seguido por un arreglo del clásico navideño “Cascanueces” de Pyotr Ilych Tchaikovsky, titulado The Cuban Nutcracker Suite, de Joshua Davis y Yuniet Lombida, pieza que consistía en: I. Overture, II. Marcha (Cha Cha Chá), III. El hada del azúcar, IV. Trepak, V. Danza de las flautas (Tango) y VI. Vals de las flores. Seguido por Noche de paz de Franz Xaver Gruber adecuada también por Jorge Aragón.
El concierto concluyó con la popular Jingle Bells, adaptada por Joshua Davis. Terminaba así una velada musical de belleza y complicidad, llena de baile y risas. Durante las últimas piezas todos habían portado sus sombreros rojos de Santa Claus y gafas navideñas divertidas (mención honorífica en este acápite para el Maestro Méndez Padrón). Se sintió como una noche íntima entre amigos.
El entusiasmo de los estudiantes de la Academia Orquestal de La Habana no pasó inadvertido, estuvieron casi toda la segunda parte del concierto bailando en la parte de atrás.
El trabajo de todos los músicos fue admirable. El multi-instrumentista Alejandro Calzadilla (Coqui), como siempre nos deleitó con dominio sonoro y buen fraseo del saxofón tenor. Por otro lado, Yasek Manzano, con su inconfundible sonido, regaló unos cantábiles cuidados, así como unas improvisaciones memorables. Imposible dejar de destacar la labor heroica del pianista Ernesto Oliva, quien logró que ese instrumento vertical sin amplificación se distinguiera junto a la orquesta (apenas podía divisar al director desde su posición). También se hizo notar el eficaz sonido de Adel González, virtuoso maestro de la percusión.
Detrás de cada presentación artística hay un trabajo de meses. Estudio individual, ensayos, y preparativos logísticos, quizá menos placenteros, pero, al fin y al cabo, necesarios. Toda esa energía y esfuerzo va acumulándose para liberarse el día del concierto. Así es posible imaginar cuán frustrante es cuando dicha presentación se ve truncada. Es una suerte, como bien dijo Pepito, que, a pesar de todo, y gracias a la voluntad intransigente de los músicos, así como del equipo de producción (siempre eficiente), el concierto se hizo, para quedar impreso en la memoria de los que allí estuvimos.
A mí me tocó alumbrar uno de los atriles de los segundos violines. Desde esta posición privilegiada, no solo tuve el placer de ver las caras de Pepito mientras dirigía, sino que sentí la energía tan familiar que se respiraba. Es un disfrute, un deleite, una descarga entre colegas. Pepito y Sarah, músicos formidables, son además personas entrañables, y verlos trabajar de cerca es siempre inspirador.
En algún punto llegó la luz, pero no logro recordar cuándo porque ya no era lo más importante. Esa noche fuimos felices como luciérnagas rodeadas por la música.