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La salud mental es un tema cada vez más cotidiano. A través de internet hemos adquirido una conciencia generacional sobre la importancia de trabajar en ella. Identificar las veces en que tenemos ideas preconcebidas que nos limitan e, incluso, pueden llegar a hacernos daño. Aprender a mejorar desde dentro, a ser amables con nosotros mismos, a resguardarnos del ruido y encontrar la paz. De repente uno nota que no está solo en esa búsqueda, que hay más personas que sienten lo mismo, y que hay una manera de navegar esos pensamientos y emociones para hacerlos más llevaderos. Me pasó con el famoso síndrome del impostor.
Este síndrome describe cuando una persona, a pesar de tener logros y habilidades reales, duda de su competencia, siente que no merece su éxito, que fue casualidad o un error. Incluso llega a tener miedo de que lo “descubran”, como si se tratara de un fraude. También puede manifestarse minimizando los resultados: “Si pude hacerlo yo, no era tan difícil”. La humildad se rebela en contra.
Está bien ser humilde y dejar sitio para la mejora y el aprendizaje, pero no al extremo de minimizar los propios logros o tener una visión distorsionada de los éxitos personales. En un mundo que parece premiar los extremos, ¿cómo encontrar un punto medio saludable?
Por supuesto, no tengo la respuesta a esta pregunta, pero puedo compartir una anécdota, en honor a la ocasión. Cuando surgió la oportunidad de comenzar esta columna, tan solo había publicado dos artículos en mi vida, así que, a pesar de que me encantaba la idea de escribir, no me sentía calificada para tal responsabilidad —si soy sincera, no me siento calificada para muchas de las cosas que hago—. Me pasa incluso con el piano. A pesar de que llevo más de quince años estudiando y tocando, y de que en 2026 me gradúo de la Universidad, un tiempo atrás, ¿dar un recital yo sola? Impensable. Sin embargo, lo he hecho más de una vez. A veces no tenemos que detenernos en si podemos o no hacer las cosas. Basta con intentarlo y demostrarnos a nosotros mismos de lo que somos capaces.
En el mundo contemporáneo es muy fácil compararse en las redes sociales. Meses atrás comencé a trabajar en cambiar mi técnica pianística. Los que están familiarizados con este proceso sabrán que no miento cuando les digo que no ha sido fácil. Después de quince años de tocar de una manera, cambiar es como tener que aprender a caminar nuevamente. Ese preciso momento coincidió con cierta actividad en mis redes sociales y muchas personas me escribían para pedirme consejos o simplemente para regalarme palabras bonitas; mientras yo, al otro lado de la pantalla, batallaba con ejercicios elementales. No voy a mentir, me sentía un fraude.
No sabía bien lo que estaba haciendo; pero, mientras más avanzo en este proceso —y en la vida—, más me parece que hay momentos en los que nadie sabe a ciencia cierta lo que hace. Y no hay nada de malo en ello.
En el mundo académico no es fácil propiciar espacios seguros para compartir nuestras inseguridades, ya que, en un ambiente competitivo, pueden ser percibidas como debilidad, falsa modestia o como indicador de que los éxitos propios cayeron del cielo. Por eso no resulta raro que muchos artistas intenten esconder estos miedos, privándose de la oportunidad de un sistema de apoyo. Es triste pensar que, teniendo el privilegio de dedicarnos a algo que amamos, hayamos normalizado un ideal que repele la empatía y escojamos convivir con nuestros demonios en solitario.
A veces el artista es percibido como un ser iluminado, con un talento divino, que simplemente fluye por la vida. Spoiler: no es así. Somos personas normales con miedos e inseguridades, con virtudes y defectos. Pero, por alguna razón, en cuanto al arte, tendemos a glorificar un ideal de excelencia innata sobre una trayectoria de superación.
A pesar de no tener un remedio mágico que nos haga olvidar estos dilemas que a veces pueden parecer torturas, un gran paso es conversar al respecto. Porque una vez que se relaciona lo que a uno le sucede con un fenómeno común, deja de parecer algo tan malo, o tan invencible.
No estoy engañando a nadie: no soy escritora, tampoco una pianista perfecta (me queda mucho por mejorar), ni cantante, ni actriz, y la lista sigue y sigue. Pero en cada cosa que hago siempre intento dar lo mejor de mí, con mi disposición a mejorar y aprender. Esa es la mismísima razón por la que esta columna existe.
Quizá todos seamos impostores: si intentamos algo nuevo, si erramos en algo que supuestamente dominábamos…; sin embargo, gracias a eso aprendemos. La apreciación del arte es subjetiva, y no existe tal cosa como “ser el mejor”. Lo que sí podemos ser es auténticos. Y tener en cuenta que algo puede ser perfectible sin que, por esa razón, deje de ser digno de celebración.
¡Excelente artículo! Mejor final “.. Lo que sí podemos ser es auténticos. Y tener en cuenta que algo puede ser perfectible sin que, por esa razón, deje de ser digno de celebración.”
Iba a decir insuperable final , pero entraría en contradicción con lo q dice.
Malva te confieso que no conocía de la existencia de este síndrome y creo que muchos en imo
U otro momento de la vida lo hemos padecido así que hoy con tu artículo he aprendido!!!
Contado desde la experiencia, me parece siempre bueno que hayas compartido estas preocupaciones que pesan sobre lo que hacemos.
Es que siempre estamos buscando una evaluación o aprobación, o a veces ,un lugar: el uno,el dos o el tres y no vemos ,que :el haber estado ahí, también es importante.El haber empleado el tiempo con entusiasmo y entre otros ,también es meritorio, porque es experiencia para contar y que otros también puedan aprender.
Sabes que siempre seremos maestros aunque no lo sepamos?Porque a otros les servirá, lo que hicimos un día.
Cuando oigas u oigo que “tu trabajo” gustó o hizo pasar un buen momento a muchos;entonces , debemos premiarnos de orgullo y aliento.Unas veces para hacerlo mejor y otras para respirar tranquilos,.Decir yo también lo hice ,habla del valor y la osadía.
Hace poco me sentí impostora ,tal cual,y no sabía como calificar ese sentimiento,hasta que te leí. No tengo esa información.
Hicimos en el taller de teatro para adulto que dirige Caleb Casas ,un corto de 15 minutos,filmado.
El haber compartido y pasado por esa experiencia ,me enriqueció.Así lo sentí justo antes de verme en el estreno ,donde el pánico me apabulló.Pasaron los días y he visto el entusiasmo de todos ,público y participantes y mas que impostora ,me siento como una niña,que sabe que se tiene que superar ,pero que lo volvería a hacer de nuevo.Porque esa es la vida ,retos y esperanzas.Una y otra vez.
Te admiro mucho!.
Resulta un tema muy interesante en un mundo signado por el predominio comunicacional de las redes sociales, donde florece todo lo contrario, o sea, los mensajes de auto-ayuda, auto-superación, el egocentrismo, el llamado “auto-bombo” exacerbado por los temas recurrentes de la música popular de moda y demás distorsiones. En artistas serios y trabajadores pareciera que es una respuesta emocional decreciente en la medida en que cada cual va superándose en su arte. La seguridad en sí mismo es fundamental y esa sólo se obtiene a través del estudio y la dedicación en pos del perfeccionamiento de la creación artística que se pretende exponer al público, es decir, que se va a someter a la eventual crítica de los consumidores de dicha obra. El último párrafo me conectó con un esclarecedor fragmento de entrevista a Arthur Rubinstein sobre las comparaciones y la originalidad en el arte que circula en las redes sociales.
También tiene que ver con las elecciones que hacen los artistas en su trayectoria profesional. Cada elección conduce a un resultado diferente que pudiera no ser el deseado.
Es como cuando una joven decide utilizar su único lápiz para sujetar su cabello. Cuando ella necesite escribir, tendrá que hacerlo con el pelo suelto. (¡Es una broma!)
Es increíble, esta muchacha es la mejor creación de Silvio y por supuesto, de Niurka, me impresiona su manera de razonar, les confieso que a esa edad me costaba ser profundo… Felicidades Malva y sigue escribiendo cuando no estes al piano, ambas cosas las ejecutas con una rotunda maestría.
Jajajaja me despierto con una carcajada sonrisa por tu escrito..Me haces reír de lo lindo TU ADMIRABLE SINCERIDAD…creo Malva en eso radica ser AUTENTICOS!!! en SER NOSOTROS…sin temer a que las cosas no nos salgan bien, a hacer el ridículo si lo que decimos o hacemos nos hace bien y hasta alegra a otros, enfadarnos y cometer errores o hasta injusticias…pero siempre desde nuestra convicción que creemos y transmitimos lo que SOMOS ALLI EN LO MAS INTIMO Y PROFUNDO de cada uno …donde está esa lucecita y llama que nos enciende y nos impulsa a SER NOSOTROS…
ASI que esa esa palabrita el ” impostor”..me dio gracia..no conocía que existia ese síndrome. Y creo SOMOS IMPOSTORES cuando hacemos las cosas x los demás, aplaudimos una acción o criterio por caer bien y no parecer el extraño de la “manada”.. Malvita, te estoy conociendo desde que tenías 10 u 11 años, eres increíblemente espontánea y sincera y por eso todo lo que quieras intentar en la vida…como hasta tocar diferente tu piano, será un gozo para tu alma, porque es tu necesidad, tu búsqueda, tus sueños y recuerda sé insaciable en acaparar muchos sueños y tallar los, amansar y amarlos que cada uno volará de un color diferente y lindo!! Nada es perfecto, pero si UNICO E INOLVIDABLE..y así se escuchan tus palabras y tu sonido desde tus manos.
Te amo, señorita Malva , le haces un guiño dulce al impostor de tu espíritus y lo vences con tu sonrisa.