Con cierta frecuencia aplazamos nuestros quehaceres, aún cuando aquel refrán tan popular nos esté invitando desde hace mucho tiempo a no dejar “para mañana lo que puedes hacer hoy”. El acto de posponer nuestras responsabilidades y tareas, ya sea un deber escolar o laboral, o quehaceres domésticos como lavar ropas, ordenar un librero, hacer un trámite, etc., se conoce por: procrastinación.
No debemos confundir este aplazamiento con la decisión consciente que a veces tomamos de posponer determinadas tareas porque consideramos que es lo adecuado. Una persona procrastina cuando retrasa de forma irracional sus deberes.
La procrastinación es considerada un tipo de autosabotaje pues, al llevarse a cabo de manera irracional, conspira contra nuestros propios intereses. Denota una falta de planificación y uso del tiempo, lo cual puede llegar a volverse contraproducente para el logro de objetivos personales.
¿Por qué procrastinamos?
Cuando se vuelve frecuente, la procrastinación nos conduce a automatizar conductas, lo cual quiere decir que normalizamos el hecho de aplazarlo todo, o casi todo. Se establece como un círculo vicioso donde, muchas veces, no somos conscientes de que estamos aplazando una tarea necesaria, inclusive nos damos justificaciones para convencernos de que procrastinar es lo correcto.
Pensemos sobre cuán disonante esta práctica puede llegar a ser a través de la siguiente pregunta: si esta tarea es tan importante ¿por qué me siento a ver una serie y empleo mi tiempo de esta manera en lugar de finalizarla? Al responder, quedamos mal parados ante nuestros propios ojos, ¿cierto? Si nos vamos a la teoría psicológica, podemos incluso denominar este sentimiento como una “disonancia cognitiva”, que es un fenómeno descrito por León Festinger para explicar el malestar que nos generan las incongruencias comportamentales, haciendo que usemos las justificaciones para reducir la angustia o la ansiedad.
Nos convencemos de procrastinar cuando decimos: “veré solo un capítulo para relajarme porque he tenido un día fuerte, ya mañana hago el deber con la cabeza más relajada”. Así, racionalizamos algo que es, por naturaleza, irracional.
Según investigaciones realizadas por Piers Steel, psicólogo canadiense destacado en el estudio del tema, existe una relación entre la impulsividad y el atraso de tareas. Existe un grupo de personas que, al no tener capacidad suficiente de autorregularse, buscan recompensas inmediatas en el día a día. Para ellos el futuro, por parecerles demasiado lejano, no es motivador. Otros, por ser impulsivos, evitan conductas que los encaminan a conquistar metas a largo plazo.
Un resultado que destaca en los estudios mencionados es la prevalencia de la procrastinación en los jóvenes, que van modificando esta conducta con la edad; así como es más común en los hombres que en las mujeres.
Podríamos decir que algunos factores genéticos y ambientales también inciden en este proceso, y sus consecuencias pueden darse tanto a nivel personal como social. Lo más preocupante del asunto es que, al convertirse en un hábito, la procrastinación se hace difícil de cambiar.
En el caso de las personas perfeccionistas, el autosabotaje a través de la procrastinación se ve motivado por la compulsión y el deseo de que todo quede impecable; con lo cual esas personas pueden no acabar nunca las tareas. Sin embargo, las investigaciones previamente citadas constatan que, aunque se trate de una conducta en la cual las tareas son aplazadas, no necesariamente esto desemboca en procrastinación.
Es más común que a las personas impulsivas se les dificulte realizar actividades que demanden mucho esfuerzo, bien por tratarse de actividades cuyos resultados se verán a largo plazo, o porque les son impuestas. Los impulsivos, por lo general, son personas distraídas, desorganizadas y poco persistentes, de manera que si una tarea les provoca ansiedad es posible que la dejen a medias y/o la pospongan para evitar el sufrimiento. Es válido aclarar, no obstante, que no en todos los casos de impulsividad es así.
En los estudiantes, por ejemplo, la procrastinación es un comportamiento común en etapas de mucha presión por los deberes. Esto no quiere decir que no exista conciencia sobre lo que se está haciendo porque la mente (además de padres, maestros, tutores, etc.) se ocupa de recordar constantemente lo apremiante de las obligaciones. Lo que sucede es que el solo hecho de pensar en la gran cantidad de tareas a realizar resulta tan angustiante que se termina por no hacer ninguna a tiempo. Con frecuencia, los estudiantes en estas situaciones de presión se distraen jugando, viendo programas, chateando, o pasando su tiempo en redes sociales para aliviar la angustia. Esto los lleva a dejarlo todo para el final.
Existe una tríada de la procrastinación que plantea que tres elementos son pilares fundamentales para que este fenómeno ocurra: las expectativas, el tiempo y el valor.
Cuando una persona tiene expectativas negativas sobre sí mismo o sobre la tarea que debe realizar, es probable que se dé por vencida porque se valora como incapaz de realizarla con éxito. El “síndrome de indefensión aprendida” se refiere, precisamente, al hecho de creerse incapaz y rendirse porque se da por hecho el fracaso. ¿Qué sucede finalmente? Que la profecía se cumple, no se logran las metas y se refuerza la creencia de la incapacidad. Este hecho hará que la persona no vuelva a intentar realizar la tarea, y así ocurrirá otras veces, como en un círculo vicioso.
Algo diferente ocurre con algunas personas que, por sobrevalorarse o por exceso de confianza, aplazan las tareas hasta el final, pues consideran que no necesitan tanto tiempo ni esfuerzo para lograr su objetivo.
Respecto al factor tiempo, podríamos decir que la tendencia de la mayoría es a elegir gratificaciones inmediatas. No podemos negar que, cuando recibimos recompensas inmediatas, nos motivamos e involucramos mucho más en algo cuyo resultado desconocemos o cuya recompensa es futura.
Esta situación parecería ser un elemento común para las actuales generaciones, por lo cual es responsabilidad de todos los que influenciamos a adolescentes y jóvenes motivarlos a plantearse proyectos de vida, asumiendo lo que conlleva el proceso.
Si nos frustramos muy rápido o tenemos tendencia a no gestionar bien las emociones displacenteras, tendremos mayor propensión a procrastinar. Para alguien con personalidad ansiosa, el factor tiempo puede desencadenar desespero y distracciones con facilidad.
En el caso de los niños, la falta de madurez provoca una tendencia menor a la autorregulación para el desarrollo y finalización de tareas. En esto influyen favorable o desfavorablemente los estilos de crianza, ya que la familia puede ayudar a fomentar (o no) la perseverancia, la responsabilidad, el manejo de las emociones y la planificación.
Por último, el valor se refiere a que generalmente incluimos en la lista de aplazamientos tareas poco atractivas, a las que le solemos restar importancia. Puede tratarse, por ejemplo, de aprender el contenido de una asignatura que no nos gusta, hacer compras, iniciar o finalizar quehaceres del hogar que consideramos aburridos, entre otros. En sentido general, pospondremos más aquello que valoramos menos, o que no nos motiva, y, en cambio, priorizaremos las actividades placenteras.
A partir de lo anterior, me gustaría plantearte algunas ideas para decirle adiós a la procrastinación, ya sea para que puedas ayudar a alguien que practica esta forma de autosabotaje o incluso para que puedas ayudarte a ti mismo:
- Plantea pequeños objetivos para que la sensación de cierre y cumplimiento te motive a continuar en el camino de tus metas. Inclusive, puedes fraccionar una misma tarea para que te sientas capaz de realizarla en plazos cómodos. Por ejemplo, si tienes que realizar seis ejercicios de Matemáticas puedes dividirlos de dos en dos para hacer pausas y evitar el agobio.
- Divide tus metas en corto, mediano y largo plazo. De esta forma, tus expectativas de logro se cumplirán y el tiempo que dedicas a la tarea tendrá sentido para ti.
- Evita los agentes distractores. Es muy fácil entretenerte si la tarea que estás realizando no te motiva, por eso es importante dificultar el acceso a aquello que dispersa tu atención, por ejemplo: mantener lejos el celular mientras estás trabajando o alejarte de otras personas con las que puedas distraerte conversando, etc.
Por último, me gustaría recordarte que procrastinar o aplazar tareas no es saludable cuando no forma parte de una estrategia consciente para alcanzar mejores resultados. Recuerda que la procrastinación es un tipo de autosabotaje a través del cual actúas en contra de tus propios intereses y de ti mismo.
Enfócate siempre para lograr tus metas en la vida.
Nota de la editora
Psicología y Bienestar es una sección pensada especialmente para los lectores de OnCuba. Déjennos sus dudas en los comentarios, y las tomaremos en cuenta para próximas entregas. Pueden seguir el trabajo de la psicóloga Yaima Águila Ribalta en cada edición quincenal de esta sección y en su canal de YouTube.
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