Quererse y percibirse con admiración son indicios de una autoestima adecuada. Esta, a su vez, constituye un pilar para la construcción de relaciones sanas.
La autoestima se compone de las valoraciones que tenemos de nosotros mismos, para las cuales son importantes nuestras experiencias de vida. ¿Cómo nos percibimos, qué pensamos y cuáles son los sentimientos que experimentamos hacia nosotros? Estas preguntas son planteadas a lo largo de la vida, período durante el cual encontrarán diferentes respuestas porque, como todo proceso psicológico, la autoestima es dinámica y puede dañarse o potenciarse en cada etapa del desarrollo evolutivo, en función de vivencias significativas.
Cuando una persona tiene baja autoestima, experimenta un sentimiento de desmerecimiento y considera que sus habilidades y capacidades son escasas. Para ellas, la felicidad es algo distante y suelen sentirse inferiores al resto, y esta falta de confianza en sí mismas las hace proclives a establecer relaciones de dependencia. En etapas como la adolescencia, estas personas suelen ser objeto de bullying por dificultárseles el establecimiento de límites a los demás como parte del respeto que sienten hacia sí mismas.
Ya una persona con una autoestima sana se comporta de forma muy diferente. Posee autoconfianza, por lo que considera que puede y debe plantearse metas y sueños, y se esfuerza para conseguirlos. Se mira y se piensa con admiración, creyéndose apta para enfrentar la vida y sus retos. Inclusive, estas personas se perciben con frecuencia en roles de transformación de su realidad.
Hasta aquí, hemos visto cómo este concepto de sí o autoimagen es determinante para la salud mental. Es indudable que el hecho de sentirnos valiosos marcará el rumbo de nuestro paso por el mundo en lo que atañe a las relaciones intrapersonales e interpersonales. No obstante, la autoestima no es algo que formamos exclusivamente a partir de nuestros propios procesos reflexivos o valorativos. Lo que otras personas, significativas en nuestras vidas, nos devuelvan, también será fundamental.
Desde pequeños, comenzamos este proceso de conocernos y amarnos. En esto influye el hecho de vivir en un ambiente familiar que nos devuelva como espejo la valía que tenemos en ese contexto. Las muchas evaluaciones y experiencias van contando, haciendo que algunas ideas queden grabadas en la mente de manera inconsciente; las cuales no siempre son positivas. No me refiero a que la autoestima sea una herencia genética, sino más bien un aprendizaje experiencial. Por ejemplo, un hijo deseado será mirado con amor y apreciado desde antes de su nacimiento; mientras que otro que fue producto del azar, o no deseado, recibirá probablemente afectos conflictivos o ni siquiera los recibirá.
Hay muchas clases de abandono reflejadas en las historias de personas con autoestima baja. Socialmente, hay una expectativa de que los padres deben ser amorosos, cuidadores, protectores, etc. Si esto no pasa, el pensamiento de que hay algo mal en ella va a acompañar a la persona afectada, que entenderá que no recibió el afecto debido a esto. Reitero que lo más difícil es concientizar esta idea deformada para resignificarla, y muchas veces para sanar el trauma, es necesario acudir a procesos de psicoterapia.
Lo que una persona posea desde el punto de vista material, incluso sus conocimientos, no serán determinantes en la autoestima. Pesa más en este sentido el cómo se percibe y el sentimiento de autoaceptación.
El autoconcepto se va formando en principio desde la mirada de las personas significativas que nos rodean, pues nuestras propias valoraciones, cuando somos muy pequeños, median muy poco el proceso. Al crecer, no solo en edad, sino en conciencia propia, es que seremos más críticos a la hora de responder la pregunta de ¿quién soy?. Por tal motivo, si nos aceptan y nos quieren, aprenderemos a aceptarnos y a querernos también. Si nos estimulan a confiar en nosotros, en que sí podemos y somos capaces de realizar cosas, probablemente esas afirmaciones nos acompañarán en la adultez.
La buena noticia es que la autoestima evoluciona a lo largo de la vida, por lo que es nuestra responsabilidad trabajar siempre en nuestro desarrollo personal. Si es sana, debemos mantenernos cuidando de ella y si, por el contrario, está dañada, debemos modificarla y reconstruirla.
Siempre existe una relación entre el yo real y el yo ideal. Respecto al primero, aunque le llamamos “real”, se trata de una construcción subjetiva, psicológica, mediada por nuestras vivencias. El segundo contiene el conjunto de expectativas que tenemos y, no olvidemos, también aquellas que nos han depositado otros. A medida en que se acercan ambas estructuras del yo nos sentiremos más satisfechos con nosotros mismos.
Repasemos ahora los beneficios de tener una autoestima sana:
- Nos aceptamos tal cual somos, lo cual no quiere decir que no haya aspectos en los cuales debamos mejorar siendo conscientes de nuestras virtudes y defectos.
- Aceptamos a los demás porque podemos ser más empáticos.
- Ponemos límites sanos en las relaciones, ya que sabremos dónde y cuándo decir “no” o “hasta aquí”, porque sabemos que cuidarnos es nuestra responsabilidad.
- Tenemos confianza en nosotros mismos y, por tanto, en nuestra capacidad de afrontar las adversidades.
- Desarrollamos la flexibilidad y el optimismo, pues nos sentimos capaces de lograr nuestras metas y sabemos que somos merecedores de ellas.
- Somos abiertos a las relaciones afectivas, porque amar y ser amados es un derecho que poseemos.
Por todo eso, trabajar en la autoestima y llegar a convertirte en tu mayor admirador es un reto al que deseo invitarte. ¿Qué puedes hacer para lograrlo?
Siempre un punto de partida será reconocer cuál es el origen de esta autoestima dañada. Podrías empezar a hurgar en tu infancia y adolescencia, identificar si existe algún punto de quiebre donde hayas sufrido rechazo o abandono. Quizás en algún momento fuiste etiquetado con apelativos y ofensas como “bruto”, “no eres capaz”, “no haces nada bien”, “no vas a llegar a ningún lado”, etc. A veces estas frases calan muy hondo en el concepto que nos formamos sobre nosotros mismos en la infancia. Cuando esto sucede, resultará muy difícil cambiar esta imagen porque habrá quedado impregnada en la mente como un dictamen, volviéndonos inseguros, dependientes emocionalmente y sintiendo que tenemos poco valor.
Descríbete, una lista puede ayudar. Toma nota de tus cualidades y defectos para que, una vez escritas, puedas cuestionar si son propias o han sido depositadas por otras personas. Puede que simplemente hayas crecido asumiendo pasivamente algo que no te define o que no eres.
A veces este ejercicio de autoconocimiento puede estar apoyado en indagar con diversas personas que te aprecian y que podrán devolverte una imagen más sana de ti. Puedes preguntarles cómo te ven y compararlo con cómo te ves.
Reconoce cuando estés en parálisis, pues en ocasiones la baja autoestima se disfraza de miedos. Este autosabotaje hará que ni siquiera intentes cosas nuevas porque estás asumiendo desde el comienzo que vas a fracasar. Por otra parte, puede que evites involucrarte en proyectos porque la falta de confianza en ti mismo hace que tiendas a huir para evitarte estados de ansiedad. La idea es que te animes a intentarlo.
Muy relacionado a esto está la necesidad de salir de tu zona de confort. Este es un lugar a veces físico y a veces simbólico, que nos mantiene en lo conocido, y nos impide crecer. Hay una suerte de sensación de control en la estática de lo que ha sido así siempre, lo cotidiano. Esta comodidad es un espejismo porque en verdad lo que sucede es que nos estancamos. Es necesario que asumas riesgos para conseguir sueños, así de sencillo. Si te quedas donde estás o como estás, la vida seguirá en esta supuesta estática. Lo peor es que pesará en el futuro y puede que te recrimines por no tomar decisiones de cambiar a tiempo. Y tu tiempo es ahora.
Identifica tus pensamientos negativos, deformados e irracionales. Estos pensamientos en verdad no se ajustan a quien eres y a tu realidad. Ellos reflejan tus miedos, ansiedades, desvalorización, falta de amor propio. Sustitúyelos por respuestas racionales, recuérdate quién eres y de qué eres capaz. Cuando te dices “sí puedo”, “lo voy a intentar”, “lo merezco”, “me amo”, “soy responsable de mí”, “debo cuidarme a mí mismo”, no se trata de simples palabras. Este diálogo interno es muy importante, porque te ayuda a confiar en ti, a que tus motivaciones sean intrínsecas, a no rendirte y a perseverar en tus sueños.
Vive el aquí y el ahora, porque enfocarse excesivamente en el pasado puede conducirnos a estados depresivos. Tu presente es el que puede marcar una diferencia en tu crecimiento personal. Tu vida es una oportunidad.
Si te sientes culpable por algo, debes perdonarte para seguir tu camino. Es más sano hablar en términos de responsabilidad porque, al contrario de lo que se cree, ésta no tiene una connotación negativa y se relaciona con la aceptación y la madurez. Como resultado de este proceso, en vez de señalarte, juzgarte y castigarte, te brindarás apoyo y te comprenderás más. Esto, además de impactar tu relación contigo mismo, se revertirá en tus relaciones con los demás.
Finalmente, hay una realidad que deseo que visualices: tu vida, la vida, está en constante desarrollo. Como persona siempre vivirás en continuo aprendizaje. Por tanto, deberás soltar lo que te ha dañado y comprometerte en crecer y en avanzar. Aprende de tus errores para que no los repitas, pero no los cargues como un pesado saco en tus espaldas. Lo que quieras que otros vean, debes verlo primero. Lo que desees recibir del resto, debes dártelo tú primero.
Nota de la editora
Psicología y Bienestar es una sección pensada especialmente para los lectores de OnCuba. Déjennos sus dudas en los comentarios, y las tomaremos en cuenta para próximas entregas. Pueden seguir el trabajo de la psicóloga Yaima Águila Ribalta en cada edición quincenal de esta sección y en su canal de YouTube.